
Es la pregunta que la prensa progresista de Estados Unidos empezó a hacerse tímidamente poco después de la victoria de Donald Trump, en noviembre del año pasado, y que se convirtió en un clamor tras regresar el magnate populista a la Casa Blanca el 20 de enero: “Where the hell are the democrats?” (¿Dónde demonios están los demócratas?).
Casi cinco meses después de la dolorosa derrota de Kamala Harris, los líderes del “establishment” demócrata siguen tumbados en la lona y sólo un puñado se ha puesto en pie para combatir la deriva antidemocrática y xenófoba de Trump, quien empezó su segundo mandato con un indulto a los asaltantes del Capitolio y convirtió en “enemigos de la nación” a los inmigrantes.
Ni siquiera las amenazas intimidatorias de Trump contra los jueces, poniendo en peligro la independencia del poder judicial, han sacado del estupor a quienes antes de las elecciones llamaban “delincuente convicto” a Trump, como Nancy Pelosi, Hillary Clinton e incluso los Obama (pese a que el expresidente se ha convertido últimamente en blanco favorito de los ataques de Trump).
Frente a este preocupante silencio de los progresistas, empiezan a surgir voces nuevas, como la de la congresista afroamericana de Texas, Jasmine Crockett, cuyo carisma y oratoria recuerdan mucho a Michelle Obama, o el gobernador judío de Illinois, JB Pritzker, quien denuncia abiertamente el tufo nazi que desprenden Trump y su aliado Elon Musk, y sus políticas “no basadas en la eficiencia, sino la crueldad”.
Pero, si hay dos políticos demócratas que se han puesto al frente de la ola fascista que impulsa Trump desde la Casa Blanca, son Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez (AOC, como es conocida).
“Fight the oligarchy”
El senador Sanders (83 años) y la representante Ocasio-Cortez (35), ambos referentes del ala izquierdista del Partido Demócrata, se han embarcado recientemente en una gira nacional cuyo llamado no deja ningún margen de duda: “Fight the oligarchy” (Combate a la oligarquía).
Si el jueves de la semana pasada congregaron el mismo día a 3 mil personas en Las Vegas (Nevada) y a 15 mil en Tempe (Arizona), al día siguiente en Denver (Colorado) la cifra se dobló a 34 mil.
Un eufórico Sanders celebró en su cuenta X que había batido su propio récord histórico en un mitin en su larga carrera política. Por ponerlo en contexto, son cuatro mil personas más que el mitin más multitudinario de Trump, ocurrido hace una década en Montgomery (Alabama) el 21 de agosto de 1015, cuando congregó a 30 mil personas y se consideró el despegue de la trayectoria política del magnate neoyorquino.
Pero no es a Trump a quien va dirigido el mensaje de Sanders, AOC y sus seguidores, sino a la dirigencia demócrata: si no despiertan y no reaccionan ya contra la deriva ultra del gobierno, la base electoral de la izquierda estadounidense va a movilizarse por su cuenta, como ya está haciendo, y va a seguir sólo a los líderes que alcen la voz en los momentos más difíciles, como hizo en su día un joven Barack Obama, quien ostenta el récord histórico de asistentes en EU, ocurrido el 18 de octubre de 2008 cuando reunió a 100 mil personas en St. Louis (Missouri).
No en vano, Sanders y Ocasio-Cortez buscan despertar esa ola de entusiasmo y esperanza que generó el entonces primer candidato afroamericano, tras ocho años de gobierno republicano de George W. Bush, bajo el trauma del 11-S y la sombra de la guerra de Irak, las cárceles de la CIA y Guantánamo.
El enemigo está en casa
En esta ocasión, el enemigo no está en los lejanos desiertos de Oriente Medio, sino que está en casa, alertan Sanders y Ocasio-Cortez, y se sientan no solo en el Despacho Oval, sino en los escaños del Congreso y en los cuarteles generales de las compañías y gigantes tecnológicos, donde los CEO de muchas empresas antes liberales, como Mark Zuckerberg, de Meta, y Jeff Bezos, de Amazon, aplauden las bajadas de impuestos a los más ricos y los recortes sociales agresivos de Trump, llevados a cabo por otro magnate, Elon Musk.
Ante la multitud reunida en el Civic Center de Denver, Sanders y Ocasio-Cortez arremetieron contra el tándem Trump-Musk, recurriendo a la misma grito de guerra de Trump cuando fue herido de bala en un atentado —“fight” (lucha)— y a la palabra que resume el enemigo a combatir: “oligarquía”.
“No permitiremos que Estados Unidos se convierta en una oligarquía. Esta nación fue construida por la clase trabajadora y no vamos a dejar que un puñado de multimillonarios dirija el Gobierno”, afirmó Sanders.
El veterano líder de la izquierda incidió en una de las principales anomalía de las elecciones estadounidenses: el inmenso poder de los millonarios para influir en el voto, con Musk de nuevo a la cabeza de esta aberración, como los 240 dólares que donó de su bolsillo (pensando ya en los contratos multimillonarios que ganaría con Trump en el poder) o su reparto de miles de dólares directamente a los votantes, como está haciendo ya, de cara a las elecciones intermedias de noviembre de 2026.
“Nuestra lucha es asegurarnos de seguir siendo una democracia. Una persona, un voto. No multimillonarios comprando elecciones”, señaló en lo que parece el renacimiento del Partido Demócrata, desde la izquierda.
Ahora falta el reto de lograr despertar al sector moderado demócrata, cuya estrategia, de momento, es: quedarse callado y esperar a que los hechos de Trump acaban dañando a la sociedad y pague sus consecuencias en las urnas.