
Un tatuaje del Real Madrid, una protesta contra el genocidio en Gaza, una conversación en WhatsApp… Cualquier cosa sirve para delatar a alguien en Estados Unidos desde el regreso de Donald Trump al poder, y para expulsarlo o impedir que entre en el país.
La última víctima de esta nueva cacería de brujas en EU —como no se veía desde los años oscuros del macartismo, cuando el senador Joseph McCarthy desató la histeria anticomunista en la década de los 50— se llama Rumeysa Ozturk, una estudiante turca de 30 años detenida este martes por un grupo de agentes encapuchados del servicio de Inmigración y Aduanas (ICE), cuando salía de su departamento en el campus de Somerville (Massachusetts) para celebrar con unos amigos la cena de fin de Ramadán.
Su “delito”, que le ha costado la revocación de su visado y dormir en una celda, es haber participado en un artículo publicado en 2024 por el periódico de su universidad, en el que se pedía un boicot a las empresas con vínculos con Israel y denunciaba el “genocidio palestino” en Gaza. Ozturk no era la única firmante, pero es musulmana y extranjera, por lo que ha pasado a engrosar la larga lista de “deportables”.
Nada más llegar al poder (e indultar a los que asaltaron el Capitolio), Trump ordenó a las universidades que den nombres y nacionalidades de quienes participaron en las protestas en solidaridad con Palestina que el año pasado recorrieron EU. La versión oficial sobre este arresto, transmitida en su cuenta de la red social X por la subsecretaria del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), Tricia McLaughlin, es que Ozturk participaba “en actividades de apoyo a los terroristas de Hamás”. El equipo legal de la mujer sostiene que ha sido detenida ilegalmente, por ejercer su derecho a la libertad de expresión.
“Las universidades son el enemigo”
Mahsa Khanbabai, la abogada de la estudiante turca denunció este jueves que, pese a que las autoridades no han presentado cargos formales, su cliente se encuentra ya en un centro de detención de Luisiana, estado que se ha convertido en la antesala de las deportaciones por causas políticas. “La gente debería de estar horrorizada por la forma en que el DHS se llevó a Rumeysa; es un secuestro a plena luz del día”, declaró.
La otrora aguerrida senadora por Massachusetts, Elizabeth Warren, rompió tímidamente el polémico silencio de los demócratas ante la deriva autoritaria de Trump, denunciando esta detención como “la última de un alarmante patrón para reprimir las libertades civiles”.
El caso más sonado y que causó que se prendieran todos los focos rojos ocurrió el 8 de marzo, cuando fue sacado de su domicilio en el campus de Columbia de Nueva York, el palestino Mahmud Khalil, uno de los líderes de la ola de protestas contra las matanzas de gazatíes con las bombas estadounidenses lanzadas por los israelíes.
Khalil, con residencia permanente en EU y casado con una ciudadana estadounidense, fue la causa de las primeras protestas callejeras contra el doxxing, la revelación de datos acusadores a través de internet, que están llevado a cabo principalmente grupos de intereses judíos como Accuracy in Media y Canary Mission, cuya página web anima a “denunciar y documentar a las personas y grupos que promueven el odio a EU, a Israel y a los judíos en los campus universitarios”.
Una de estos grupos, Middle East Forum, delató la semana pasada al indio Badar Khan Suri, investigador postdoctoral de la Universidad de Georgetown, quien permanece arrestado en un centro de detención de Luisiana bajo la vaga acusación de “difundir el antisemitismo”, mientras que su abogada defiende que lo único que hizo fue pedir que se levante el embargo israelí a la entrada de ayuda humanitaria para los palestinos de Gaza.
“Arrancar a alguien de su hogar y su familia, despojarlo de su estatus migratorio y detenerlo únicamente por su opinión política es un claro intento del presidente Trump de silenciar la disidencia”, denunció Sophia Gregg, abogada de derechos de inmigrantes de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU). “Esto es manifiestamente inconstitucional”, advirtió, tras anunciar que al menos se había logrado que los jueces paralizaran “in extremis” la expulsión del país tanto de Suri como de Khalil, mientras pelean para evitar la deportación de la estudiante turca.
Otra doctora universitaria, Rasha Alawieh, corrió peor suerte, luego de ser arrestada durante 36 horas y ser enviada de regreso a Líbano, pese a tener visa de estudiante. Está acusada, sin pruebas, de haber asistido en Beirut al funeral del líder de Hezbolá, Hasán Nasralá.
Como sostiene el vicepresidente de EU, JD Vance —el mismo que defiende la legalidad y la libertad de expresión de organización racistas como el Ku Klux Klan y el Partido Nazi de EU— “las universidades son el enemigo; el cáncer woke a extirpar”.
Revisión de chats en aeropuertos
El 9 de marzo, un científico francés voló a Houston para asistir a una conferencia en la NASA. En un control policial aleatorio, los agentes le requisaron el celular y su laptop, entraron en sus archivos privados y chats y comprobaron que había conversaciones con amigos y colegas de profesión en las que criticaba a Trump. Tras este registro, le denegaron el permiso de entrada y procedieron a su expulsión del país.
El escándalo provocó una queja diplomática de París y estupor cuando llegó la respuesta de Washington: criticar a Trump (el presidente que ha proferido más insultos y calumnias desde que hay registros, el mismo que defendió las marchas neonazis contra movimientos como Black Lives Matter) pasa a ser considerado “acto de conspiración con posible intención terrorista”.
La noticia llevó a muchos franceses a pedir la retirada de la estatua de la Libertad de Nueva York, regalo del gobierno francés al estadounidense, en agradecimiento, precisamente por ser el país que acogió a millones de inmigrantes que huían del hambre y la guerra.
La medida no prosperó, pero sí una consecuencia que podría costarle muy caro al progreso de EU: la “espantada” de científicos, no sólo extranjeros, sino estadounidenses, que están haciendo las maletas para proseguir sus carreras en universidades extranjeras
“Tengo miedo al fascismo”
Adam Siepel, bioinformático del Laboratorio Cold Spring Harbor de 52 años, confesó al diario El País que está buscando mudarse a España ante la manifiesta hostilidad del gobierno de Trump por la clase científica, a la que considera afín a los progresistas.
“Tenemos miedo a decir cualquier cosa que pueda convertirnos en blanco de represalias”, reconoce tras denunciar el daño que harán los recortes a centros de investigación, que ya han comenzado, y que acabará dando la supremacía científica a China.
Esta nueva ola macartista alcanza niveles insólitos de histerismo, como la destitución fulminante del CEO de la empresa de helados Ben & Jerry, David Stever, tras ser delatado por comentar su desacuerdo con el arresto del palestino Khalil; o el caso del venezolano Jerce Reyes Barrios, acusado de pertenecer a la banda criminal Tren de Aragua, por un tatuaje “sospechoso”, que resultó ser el escudo del Real Madrid, su equipo de futbol favorito.
El entrenador de fútbol infantil fue expulsado y encerrado en una cárcel de El Salvador en uno de los vuelos que deportó a más de 200 venezolanos a los que se había aplicado una ley de guerra de hace tres siglos para negarles un proceso legal.
Cuando el juez James Boasberg emitió una orden que declaró ilegal las deportaciones y encarcelamiento de inmigrantes en otro país, sin el debido proceso, Trump lo acusó de “izquierdista radical” y exigió su expulsión, lo que obligó al presidente de la Corte Suprema, John Roberts, a recordar al mandatario republicano que no puede atacar a la independencia del poder judicial (pilar básico de la democracia para impedir, precisamente la tentación autoritaria del gobernante de turno).
Como denunció al diario español un académico que no se atreve a dar su nombre, el “miedo al fascismo es real” por los “asombrosos paralelismos” que ve entre el gobierno de Trump y el auge del nazismo en Alemania hace un siglo.
“Mi mujer es muy activa en política, y además es judía. El hecho de tener ya un visado de trabajo y poder mudarnos rápidamente a Europa era muy importante para mí —declaró—. En Alemania, si eras judío y te lo pensabas demasiado, ya era demasiado tarde”.