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La sencillez de su sepulcro y una rosa blanca reflejan el legado espiritual del pontífice

El último hogar de Francisco: una nueva peregrinación en Roma

La basílica de Santa María la Mayor abre al público para visitas a la tumba de Francisco Vista de de la tumba del papa Francisco en la basílica de Santa María la Mayor de Roma que abre sus puertas este domingo a primera hora para que los fieles puedan visitarla. (Francesco Sforza/EFE)

Amanece este domingo en la Ciudad Eterna y, como una marea paciente y silenciosa, los fieles avanzan hacia la basílica de Santa María la Mayor. Desde que las puertas se abrieron a las siete de la mañana, las filas no han dejado de crecer. Cientos de personas aguardan para acercarse a un nuevo punto de encuentro espiritual: la tumba del papa Francisco, el pontífice que revolucionó el rostro de la Iglesia católica y que ahora reposa en el templo que tanto amó.

La lápida sencilla de piedra de Liguria, apenas iluminada por un tenue haz de luz, lleva inscrito en latín un único nombre: Franciscus. Sin epitafios ni oropeles, tal como él deseó. El sepulcro se encuentra en el suelo de la nave izquierda, cerca de la capilla que resguarda la venerada imagen de la Salus Populi Romani, la Virgen protectora de Roma a la que Francisco tantas veces acudió en momentos clave de su vida.

Una rosa blanca descansa sobre el mármol, depositada como un susurro de fe. No es un adorno casual: es el símbolo íntimo que acompañó a Jorge Mario Bergoglio desde sus días como joven sacerdote hasta su último suspiro. Su vínculo con Santa Teresita del Niño Jesús —“Teresita” para él— se manifestaba siempre de la misma manera: cuando pedía su intercesión, solía recibir como “señal” una rosa blanca. La flor, hoy junto a su nombre, es testimonio de esa fidelidad silenciosa.

Una tumba que habla de vida

Desde temprano, más de 30 mil personas han pasado por la basílica solo en el primer día de apertura del sepulcro. Algunos rezan en silencio. Otros simplemente miran, con los ojos humedecidos por la emoción, ese pedazo de piedra que ahora forma parte del alma de Roma. Muchos esperan más de dos horas para poder entrar.

Entre lágrimas y oraciones, muchos expresaban su deseo de rendir homenaje a un pontífice al que consideran cercano y transformador. En distintos idiomas y con rostros de todas las edades, los visitantes coincidían en la sencillez del sepulcro, que, decían, reflejaba fielmente la personalidad humilde del papa Francisco.

Fila de fieles esperando para visitar la tumba del papa Francisco en Roma.
Fieles hacen fila para visitar la tumba de Francisco Miles de personas acudieron este domingo a la basílica de Santa María la Mayor para despedirse del pontífice (EFE/Vatican Media)

La elección del lugar

Santa María la Mayor no fue una elección improvisada. Desde sus primeros días como pontífice, Francisco mostró una devoción especial a esta basílica. Siempre que emprendía un viaje apostólico, acudía primero a rezar ante la Salus Populi Romani, y lo mismo hacía al regresar, dejando flores como ofrenda y agradecimiento.

Esta basílica, que data del siglo IV, tiene su origen en un antiguo milagro: la leyenda cuenta que una nevada en pleno agosto indicó el lugar donde debía construirse un templo en honor a la Virgen. Para Francisco, un hijo espiritual de María, este espacio sagrado era su refugio personal en el corazón bullicioso de Roma.

Por eso, en su testamento, dejó instrucciones claras: su tumba debía estar aquí, marcada con la austeridad que predicó durante su vida. La lápida de piedra de Liguria, tierra de sus antepasados italianos, guarda en su interior un pergamino sellado con su biografía, legado silencioso para las generaciones futuras.

Buscar y cuidar a las ovejas perdidas

La tumba no tiene estatuas, ni ornamentos grandilocuentes. Solo la cruz pectoral en plata —la misma que Francisco llevaba sobre su pecho— destaca en la pared cercana, iluminada suavemente. Es la cruz del Buen Pastor, una imagen que simbolizó su misión pastoral: buscar y cuidar a las ovejas perdidas.

El mensaje es claro: una vida de servicio humilde que no busca monumentos fastuosos, sino corazones transformados. Cada detalle del sepulcro parece susurrar la misma invitación: recordar que la grandeza se mide en la sencillez.

Afuera, la fila sigue creciendo. Muchos llevan flores blancas. Otros, simplemente, sus oraciones. Santa María la Mayor se ha transformado —como siglos atrás con otros santos y pontífices— en un nuevo lugar de peregrinación, donde Francisco sigue enseñando desde la piedra callada.

Quizá, como él mismo decía cuando hablaba de su querida Teresita, la verdadera señal no está en los milagros espectaculares, sino en los pequeños gestos de amor que continúan floreciendo alrededor de su memoria.

La basílica de Santa María la Mayor abre al público para visitas a la tumba de Francisco Vista de de la tumba del papa Francisco en la basílica de Santa María la Mayor de Roma que abre sus puertas este domingo a primera hora para que los fieles puedan visitarla. (Francesco Sforza/EFE)

La Ciudad Eterna ha sumado hoy una nueva morada para el alma. Y aunque Francisco ya descansa, su camino de fe, sencillez y ternura apenas comienza un nuevo capítulo, en la peregrinación incesante de quienes buscan algo más allá de las piedras: el eco de un corazón abierto al mundo.

(Con información de Agencias)

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