Viernes 5 de agosto de 2022 en la tarde. Alex Jones, un hombre de mediana edad con sobrepeso, pelo corto y un permanente ricto de consternación y enojo en su rostro permanece sentado en un banco de acusados en un tribunal en Texas, su estado.
El jurado le acaba de declarar culpable de dañar gravemente a la madre y el padre de una de las víctimas del tiroteo escolar de Sandy Hook en 2012, por divulgar durante años y repetidamente una de las mayores mentiras de la historia reciente de Estados Unidos: Que el tiroteo nunca existió.
La condena para Jones fue la orden de pagar 42.5 millones de dólares como multa por negar los hechos de Sandy Hook. Concretamente, el pago lo deberá realizar a cuenta de Scarlett Lewis y Neil Hselin, padre de Jesse Lewis, de 6 años, que murió tiroteado aquel terrible día en Newtown, Connecticut, ahora hace diez años.
Durante años, los dos padres, junto a muchos otros de los 20 niños y 6 adultos muertos ese día, han tenido que soportar el acoso incesante y las amenazas de seguidores de Alex Jones, quien los acusaba de fingir la muerte de su hijo con fines políticos. Concretamente, para buscar la ilegalización de las armas de fuego en Estados Unidos y, con eso, dañar al Partido Republicano.
La pareja acabó hartándose de soportar semejante penitencia y finalmente decidió demandar a Jones. Y solo un día antes, el jueves, el mismo jurado ya había condenado al mentiroso comunicador de extrema derecha a pagar 4.1 millones de dólares a la misma pareja en una causa relacionada con la misma doctrina negacionista.
Esta causa supone la caída más abrupta de Jones, que tras recibir la demanda admitió que había mentido y que el tiroteo fue real, pero que con esto no ha borrado más de veinte años de mentiras y conspiranoias, que incluyen, sobre todo, acusaciones sobre supuestas operaciones de falsa bandera del gobierno de Estados Unidos.
Además de Sandy Hook, estos supuestos fraudes, según Jones, incluyen los
atentados del 11 de septiembre de 2011. Un día después de la caída de las Torres Gemelas, Jones afirmó en su programa que había un “98 por ciento de probabilidad de que esto fuera un bombardeo controlado orquestado por el gobierno”.
Con este tipo de contenido, difundido a través de su podcast InfoWars, fundado en 1999, Jones cosechó un enorme público y notoriedad entre la extrema derecha y los círculos negacionistas y conspiranoicos de Estados Unidos, que, a mediados de la década pasada, lo convirtieron en una verdadera estrella.
En su máximo esplendero, hace unos cinco años, coincidiendo con la llegada de Donald Trump al poder en EU, InfoWars recibía cerca de diez millones de visitas mensuales en su página web, una cifra superior a la de medios de prestigio internacional como The Economist.
Por supuesto, Alex Jones dejó de ver operaciones de falsa bandera desde las cloacas del gobierno mientras Trump estuvo en la Casa Blanca, y desde luego que ha dado su total e inquebrantable apoyo a la gran mentira del expresidente sobre el inexistente fraude electoral en las elecciones presidenciales de 2020 en que ganó Joe Biden.
Si algo hay que admitirle a Jones es que logró crearse un personaje con un estilo de comunicación único y llamativo y supo explotarlo. Siempre irritado, siempre al borde del grito, con su voz ronca, sulfurado y rojo como un tomate, su programa era un espectáculo más allá de lo extremista de sus teorías.
Este estilo comunicativo efectivo le brindó no solo una gran audiencia, sino un cariño inconmensurable de parte de sus seguidores. Jones supo ver ahí una oportunidad, y no tardó en comenzar a vender todo tipo de productos de dudosa regulación y efectividad, cuanto no directamente milagro, en su programa, sumando las estafas a sus mentiras.
Aun hoy en día, su uno accede a la página web de InfoWars puede encontrar un enlace a su tienda, la InfoWars Store, donde, bajo un banner con la cara enojada y la firma de Jones se pueden comprar productos como “Diet Force”, para la pérdida de peso, o “Supercharge”, definido como el “combo definitivo de pasta de dientes”.
Pese a haber articulado este gran y lucrativo negocio, en el que el anuncio de estos productos tomó cada vez más y más tiempo en su programa basura, Jones recurrió a la vieja y confiable técnica de declarar su empresa en bancarrota para tratar de rebajar la multa en el juicio por sus mentiras sobre Sandy Hook.
El viernes de la pasada semana, días antes de las dos sentencias, la empresa paraguas de InfoWars, llamada Free Speech Systems (“Sistemas de Libertad de Expresión”), se declaró sin fondos ante un tribunal estadounidense, una estrategia a la que ya recurrieron antes gigantes que enfrentaban problemas judiciales, como la Asociaciación Nacional del Rifle o la farmacéutica Purdue.
Con esta estrategia, Jones logró cuanto menos tener éxito en la rebaja de la multa, pues los abogados de la pareja de padres reclamaba una indemnización de 150 millones de dólares.
No está claro si todo esto será el final de Alex Jones y de InfoWars, pero así como tener la atención de los suyos lo elevó al estrellato de la extrema derecha, tener la atención de todo el país y del sistema de Justicia puede ratificar su caída en desgracia.
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