El viernes 4 de noviembre de 2022, cuatro días antes de las elecciones de medio término en Estados Unidos, se difundió en los canales de televisión de Florida un anuncio de campaña electoral más propio de una teocracia como la de Irán o Afganistán que de un estado laico. En él se ve al gobernador Ron DeSantis en diferentes momentos de su mandato, mientras una voz en off asegura que la “voluntad de Dios” es que los hombres elegidos “viajen miles de kilómetros sin otra razón que la de servir a la gente, salvar sus trabajos, sus medios de subsistencia, su libertad, su felicidad”.
El éxtasis bíblico publicitario llegó cuando esa voz proclamó: “Y en el octavo día, Dios miró su paraíso planeado y dijo: ‘Necesito un protector’. Así que Dios hizo un luchador”. Y para que nadie se confunda, aparece el rostro de DeSantis, con sus ojos azules mirando el cielo.
Evidentemente, no hubo intervención divina cuando DeSantis fue reelegido en noviembre de forma contundente, pero muchos de los que le votaron sí creen que es “el Elegido”; o dicho en el lenguaje de la derecha cristiana, con su contundente victoria el republicano del ala dura del partido no sólo se convirtió automáticamente en “presidenciable”, sino que se convirtió en “el presidente que Dios quiere que gobierne la Tierra Prometida”.
De hecho, Fox News informó que DeSantis va a anunciar este miercoles que luchará por la candidatura presidencial republicana, en la que ya hay seis aspirantes y un claro favorito: Donald Trump.
Sin embargo, el anuncio llega con sabor agridulce, ya que ese “momentum” que tuvo DeSantis en noviembre, cuando las encuestas anunciaban que estaba por delante de Donald Trump, se ha apagado.
Según el promedio de sondeos del portal RealClear Politics, DeSantis cuenta con un apoyo de 19.4%, mientras que el expresidente está en un 56.3%, es decir 36.9 puntos de ventaja sobre el segundo mejor colocado.
Igual de preocupante es el reciente sondeo de Redfield and Wilton Strategies, que alerta que si DeSantis saliera ganador en el proceso de primarias del Partido Republicano para elegir al candidato presidencial, sólo el 62% de los simpatizantes de Trump votaría por él en unas elecciones contra Biden e incluso el 14% lo haría a favor del demócrata antes que por el actual gobernador floridano, en venganza por haberle cerrado el paso al expresidente para que se pudiera vengar en las urnas del mandatario demócrata.
Por eso, la elección de la fecha no es cualquier cosa en un país donde el proceso electoral es seguido con lupa. Yendo DeSantis tan atrás en las encuestas, el “efecto anuncio” y su previsible impulso entre los votantes podría quedar rápidamente anulado, reforzando aún más el aura de imbatibilidad de Trump en el universo conservador estadounidense.
Pero ¿qué está ocurriendo para que se haya desinflado (aunque ni mucho menos irreversiblemente) la popularidad de DeSantis?
La paradoja del caso es que, lo que ayudó a ganar de forma aplastante en Florida no está convenciendo del todo al electorado nacional: ni al votante conservador, que ya tiene a Trump, ni desde luego a los votantes moderados, independientes y progresistas, que ven con preocupación la deriva autoritaria de DeSantis en Florida, un estado que pasó de ser un bastión progresista en el siglo XX —de 25 gobernadores en el siglo pasado 23 fueron demócratas— a convetirse en uno republicano en el siglo XXI, que lo inauguró Jeb Bush y su conservadurismo compasivo, pero que fue degenerando en una fortaleza cristiana, misógina, homófoba y, sobre todo, antiinmigrante, de la mano de Rick Scott y, con especial crueldad por parte de su sucesor, Ron DeSantis.
Así es cómo el “estado del sol brillante” se convirtió en “Floridistán”, como empezaron a llamar con burla los círculos más liberales en Miami al estado gobernado por DeSantis y así es como lo siguen llamando en la actualidad, pero ahora con angustia y con terror al pensar que pudiera llegar a convertirse en presidente de Estados Unidos.
Bajo el imperio de la ley en Florida, ocurren aberraciones como la expulsión en marzo de una profesora por exhibir en una escuela una imagen del David de Miguel Ángel, pero protege a quien compre y se pasee en público exhibiendo su fusil AK-47, sin necesidad de tener un permiso emitido por el gobierno estatal, como ocurrirá a partir del 1 de julio, cuando entre en vigor la ley HB 543, firmada por el gobernador en abril.
Lo pornográfico e indecente en Florida es mostrar una obra cumbre del Renacimiento y no que un adolescente agarre el Kalashnikov, entre en una escuela de Parkland donde estudió, y mate a 17 personas, casi todos adolescentes como él.
Que la maestra Hope Carrasquilla haya sido expuesta al escarnio público, cinco siglos después de que el genio renacentista desafiara la la mojigatería religiosa y el terror medieval, no sólo causó estupefacción en Florencia, que la invitó y homenajeó recientemente, sino entre la opinión pública y los medios progresistas en EU, que no saben hasta dónde seguirá extendiéndose el oscurantismo en estados clave como Florida y Texas.
La obsesión “talibana” de DeSantis contra la educación de los alumnos en el respeto a otras personas por su orientación sexual y su raza llevó al gobernador a lanzarse a una absurda guerra contra el imperio Disney (cuyos parques en Orlando son una de las principales fuentes de riqueza del estado), a censurar cientos de libros como en ninguna otra parte de EU, a amenazar a profesores con la expulsión y a imponer fuertes multas a centro docente, de igual manera que se impondrán también a quien se atreva a defender en clase un control más estricto de las armas o el derecho al aborto de las mujeres, que pasan a convertirse en Florida en criminales en potencia, como Deborah.
La joven Deborah Dorbert arrastrará de por vida un recuerdo traumático —como ella misma confesó— por haber sido obligada a culminar un embarazo, pese a saber que el futuro bebé venía sin riñones, y a tener que sufrir no sólo el parto, sino ver cómo se moría en sus brazos a las pocas horas.
Semanas antes, el médico que la atendió le avisó no sólo de que la deformación era incompatible con la vida del feto, sino que la suya propia estaba en riesgo por la alta probabilidad de adquirir preeclampsia, una falla del hígado o riñón potencialmente mortal.
Si la joven estadounidense hubiese vivido, por ejemplo, en Nueva York (feudo demócrata) o en el vecino estado de Georgia (republicano), se habría evitado la depresión y el terror que sufrió durante meses, pensando que iba a tener que ver morir a su hijo y que ella misma podría morir; pero tuvo la mala suerte de residir en Florida, donde DeSantis impuso la polémica “ley de protección del latido” —que reduce de 15 a 6 semanas para poder interrumpir un embarazo, aunque este sea de alto riesgo— y de no tener ni siquiera recursos para que ella y su pareja pudiesen viajar a otro estado porque el estado ha reducido al mínimo las ayudas sociales.
Y para culminar la conversión de Florida en un estado policial, DeSantis firmó en el último mes una batería de leyes para hacer la vida imposible al inmigrante, pese a que su trabajo es vital para que ese estado agrícola y turístico siga funcionando.
La ley SB 1718, que firmó en mayo y entrará en vigor en julio, impone hasta con 5 años de cárcel y una multa de 5 mil dólares por persona a quien transporte a inmigrantes que hayan ingresado ilegalmente en EU. También exigirá a las empresas con al menos 25 empleados que verifiquen el estado inmigratorio de los trabajadores en una base de datos federal llamada E-Verify, y crea sanciones para los empleadores que a sabiendas den trabajo a "extranjeros no autorizados".
También invalida cualquier licencia de manejo o identificación emitida en otro estado a los inmigrantes en situación irregular. Pero lo que confirma la crueldad del gobernador de Florida es la ley que obliga a los hospitales a exigir información sobre el estatus inmigratorio de los pacientes en los registros de admisión y que estos informen a las autoridades policiales.
Este es el fundamentalismo armado que DeSantis, quien pretende venderse como más trumpista que Trump, sueña con imponer en todo Estados Unidos, a menos que los estadounidenses despierten, antes de que sea demasiado tarde.
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