Acostumbrados a su mirada fría y su rostro hierático, la imagen del presidente ruso, Vladimir Putin, se ha deformado en los últimos días al punto de que, si antes era la de un reptil (como así le parecía a la exsecretaria de Estado de EU, Madeleine Albright), quieto y callado, listo para saltar sobre su prensa sin pestañear, ahora parece una hiena de risa estridente y fuera de control.
Cuanto más grita enfurecido ante la cámara de televisión que el gobierno ucraniano debe ser derrocado y apresado porque está conformado por una “pandilla de neonazis y drogadictos”, más parece que el neonazi y el que está drogado es él.
Cuanto más trata de convencer al mundo de que la guerra era inevitable porque las fuerzas ucranianas estaban cometiendo un “genocidio” contra la minoría rusa que habita en Lugansk y Donetsk —una mentira del tamaño de Siberia, puesto que desde 2014 las dos provincias rebeldes estan cotroladas “de facto” por los separatistas—, más se hace evidente que el único aspirante a genocida del pueblo ucraniano es Putin.
Criminal de guerra
Excepto los miembros del club de aduladores de Putin, del que son socios dictadores y aspirantes a dictador, como Donald Trump, Nicolás Maduro, Xi Jinping, Daniel Ortega, Jair Bolsonaro o Bachar al Asad, la inmensa mayoría de líderes mundiales ven ahora a Putin como un criminal que se ha inventado una guerra para pasar a la historia como el hombre que reconstruyó el imperio ruso para coronarse zar vitalicio.
Y si el rechazo de los dirigentes internacionales es casi total, como quedó reflejado en la resolución de condena en el Consejo de Seguridad (vetada por Rusia, aunque esta vez no se sumó China, que se abstuvo), la opinión pública mundial reaccionó con furia inaudita a la guerra.
De hecho, puede que estemos ante las mayores manifestaciones de repudio a la guerra en el mundo desde las protestas contra la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, en 2003. Lo que no se había visto nunca es que la ira mundial no se ha centrado en un país sino en una persona, Putin, con una mano ensangrentada sobre su rostro o con el bigote de Hitler. No es casualidad: el presidente ruso está siguiendo un inquietante patrón de comportamiento similar al que siguió el nazi tras la invasión de Polonia, en 1939.
Al igual que Hitler, que consideró la derrotada de Alemania en la I Guerra Mundial una catástrofe y juró recuperar el territorio perdido por el imperio alemán con la ayuda de sus tanques y aviones de guerra, Putin considera la caída de la URSS “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, y también está dispuesto a reconquistar el territorio perdido, por las buenas —Bielorrusia, Kazajistán— o por las malas —Ucrania y quién sabe si planea ya una invasión de Georgia—.
Rusos contra la “guerra absurda”
Pero quizá la protesta más llamativa y la más valiente es la de miles de ciudadanos rusos que llevan tres días echándose a las calles, pese a que Putin reprime con cárcel las manifestaciones en su contra. De hecho, hasta este sábado se contabilizaron más de 3 mil detenidos.
En una lúcida carta firmada por más de 600 científicos, académicos y periodistas rusos, se condena con dureza la “injusta y absurda” guerra de Putin.
"Esta guerra no tiene ninguna justificación racional. Los intentos de manipular la situación en el Donbás (región separatista) como pretexto para iniciar operaciones militares no engañan absolutamente a nadie. Es evidente que Ucrania no representa una amenaza para nuestro país", apuntan.
"Nuestros padres, abuelos y bisabuelos combatieron juntos a los nazis. Iniciar una guerra para satisfacer las ambiciones geopolíticas de dirigentes de la Federación de Rusia, movidos por consideraciones históricas dudosas y fantasiosas, es traicionar su memoria", señala la misiva.
Se puede decir más alto, pero no más claro.
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