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Guía urgente sobre la guerra de Israel en Líbano; ¿será Irán, el próximo objetivo?

A una semana del aniversario del ataque terrorista de Hamás en Israel, Líbano se precipita a la guerra, con su población atrapada entre el terrorismo de Hezbolá y el sadismo de Israel que el mundo ve horrorizado en Gaza. El temor de fondo es que el conflicto acabe degenerando en una guerra entre Israel e Irán, las dos potencias militares de la región, con impredecibles consecuencias para el mundo

guerrA EN ORIENTE MEDIO

Espectaculares piden rezar por Líbano frente a un convoy de tanquetas del Ejército libanés en Beirut

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EFE

¿Por qué Israel bombardea masivamente Líbano?

Porque ha declarado la guerra a Hezbolá, de igual manera que lleva un año destruyendo la Franja de Gaza tras declarar la guerra a Hamás el 7 de octubre de 2023, día en que tres mil milicianos del movimiento de resistencia palestina cruzaron la frontera y asestaron el mayor atentado terrorista de la historia del Estado judío, con mil 200 muertos y 250 secuestrados, de los que la mitad siguen en poder de los terroristas.

El 8 de octubre de 2023, un día después de los atentados, Hezbolá comenzó a lanzar cohetes diariamente sobre el norte de Israel, en solidaridad con el “heroico acto de resistencia”, como definió el grupo armado libanés al ataque masivo contra civiles de Hamás, y en represalia por los bombardeos masivos e indiscriminados de los israelíes sobre la población gazatí, con un saldo ya de más 41 mil muertos.

Los bombardeos de Hezbolá sobre el norte de Israel provocaron el éxodo de más de 60 mil israelíes, que llevan casi un año alojados en hoteles o en casas de familiares. Por tanto, la campaña militar israelí está destinada a neutralizar las lanzaderas y los arsenales de cohetes de Hezbolá, de manera que sea seguro el regreso de los israelíes al norte de Israel, y de paso, a eliminar a cuantos milicianos, comandantes y clérigo de Hezbolá pueda.

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¿Por qué Netanyahu ordenó ahora la guerra contra Hezbolá en Líbano y no antes?

La primera pista la dio el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, el 10 de septiembre, cuando en una entrevista anunció que “Hamás ya no existe como formación militar en Gaza”, luego de más de 11 meses de guerra.

“En este momento Hamás está llevando a cabo una guerra de guerrillas, mientras sus dirigentes huyen”, declaró, sugiriendo que la prioridad del grueso de las fuerzas israelíes en el sur del país había concluido y ahora tocaba el turno de “arreglar” la crisis en el norte.

La segunda pista la dio propio el primer ministro, Benjamín Netanyahu, una semana después de anunciar su responsable de Defensa la derrota militar (casi total) de Hamás. El 16 de septiembre, el líder del gobierno más supremacista judío de la historia de Israel comunicó al enviado de Estados Unidos en Oriente Medio sobre una inminente “operación militar” contra posiciones de Hezbolá en Líbano.

Ya antes del verano, Netanyahu —acorralado por las protestas masivas de israelíes para que negocie la liberación de los rehenes y hundido en las encuestas por pasar por alto las alertas sobre que Hamás preparaba algo grande— advirtió a la guerrilla chiita libanesa que la paciencia de Israel se estaba agotando y que si no dejaba de lanzar cohetes la venganza iba a ser bíblica.

Quizá ya para entonces, el Mossad, los servicios de inteligencia y operaciones antiterroristas en el exterior (excluidos los territorios ocupados: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este) ya empezó a planear el golpe más espectacular contra Hezbolá en los 42 años de la existencia de la milicia libanesa. Y el momento del plato frío de la venganza llegó el 17 de septiembre, tras lograr averiguar dónde se escondían los comandantes de la milicia chií, y sobre todo, dónde tenía su búnker el jefe supremo de Hezbolá, Hasán Nasralá.

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El 17 de septiembre, cientos de buscapersonas (bípers) enviaron una señal sonora y segundos después explotaron, dejando una decena de muertos y más de dos mil heridos, entre los que lo portaban, en su mayoría milicianos de Hezbola, pero también familiares, incluidos hijos menores. 

Nunca antes se había visto semejante ataque sincronizado y en esos aparatos, casi en desuso en el resto del mundo. No habían pasado 24 horas cuando, en plena conmoción por el espectacular ataque, cientos de walkie-talkies explotaron también el 18 de septiembre, dejando un saldo total de 37 personas muertas y más de tres mil heridos, con el consecuente colapso de los hospitales del pequeño país árabe.

Lo que sigue sin respuesta es cómo lograron los agentes del Mossad interceptar una partida de cientos de bípers (procedentes de una empresa taiwanesa), ocultar un explosivo y un detonador eléctrico en cada uno de ellos, introducirlos en Líbano y distribuirlos entre milicianos de Hezbolá, como si fuera pequeños caballos de Troya modernos, sin que ninguno de ellos se diera cuenta. 

Paradójicamente, el que "abrió la muralla de Troya" fue el propio jefe de Hezbola, el clérigo Nasralá, quien aconsejó a sus seguidores y guerrilleros usar estos dispositivos electrónicos de comunicación interna, en vez de celulares, por ser estos últimos más fáciles de rastrear.

Lo que sí quedó claro con este doble ataque electrónico, que dio paso a los bombardeos masivos, como el que mató el viernes a Nasralá, es que semejante operación de inteligencia israelí no habría sido posible de no haber contado con “topos” en la organización chiita, con infiltrados que ayudaron a los israelíes no sólo de introducir los explosivos secretos, sino a pasarles el dato de dónde se ocultaban sus dirigentes.

De hecho, la operación israelí para matar al jefe de Hezbolá y a sus colaboradores más cercanos, dejando descabezada la organización, se adelantó al viernes, luego de recibir el Ejército israelí el pitazo de que Nasralá iba a huir de su escondite y buscar otro refugio secreto. El que pasó esa información valiosísima para Israel tuvo que ser alguien muy cercano al círculo del líder chiita libanés.

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¿Está Hezbolá herido de muerte?

Nadie duda de que la poderosa milicia chiita libanesa ha recibido el golpe más duro de su existencia y la operación militar israelí para su total eliminación no ha acabado y el desconcierto entre sus filas es total.

Pero difícilmente va a desaparecer, mientras existan musulmanes chiitas en Líbano, la corriente más radicalizada y fanática de las cuatro sectas del país; las otras son los musulmanes sunitas, los drusos y la mayoritaria, los cristianos maronitas. 

Pero, con la campaña militar israelí en marcha, es difícil vaticinar qué va a ocurrir y si podría acabar también en una nueva guerra civil sectaria en Líbano. 

De hecho, muchos libaneses, especialmente los cristianos, culpan a la intrensigencia de la milicia chiita (que rechaza cualquier negociación con los sionistas y pide abiertamente la destrucción de Israel, al igual que Hamás) de llevar al país del cedro a la destrucción, al derramamiento de sangre, por su empeño en provocar diariamente la ira israelí con sus cohetes.

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¿Israel ya invadió Líbano, podría volver a ocurrir?

Si se cumple la amenaza de las autoridades israelíes, lo próximo sería una invasión terrestre del sur de Líbano, como ya hizo en 1982 para desarticular al cuartel en el exilio de la OLP, desde donde lanzaban ataques al norte del Estado judío.

Precisamente, esa invasión israelí ocurrida hace 42 años, provocó la creación de Hezbolá con el objetivo de expulsar a los invasores. En 2006, tras permantes escarmuzas entre los dos bandos, la milicia chiita logró la retirada de las tropas israelíes, como acordaron ambos bandos al aceptar la resolución 1,701 del Consejo de Seguridad de la ONU. 

Sin embargo, Hezbolá no cumplió su parte de la resolución mil 701 y no entregó las armas ni disolvió la milicia. 

Empoderada por el entusiasmo de miles de jóvenes chiitas que quería unirse a su causa, Hezbolá se fortaleció en sus feudos del sur y del este del país, y acabó convirtiéndose en Estado dentro del Estado, con Ejército paralelo y una influyente bancada en el Parlamento libanés.

Su autonomía era tal que incluso envió batallones, sin el conocimiento del gobierno libanés, para combatir en Siria en la guerra civil del gobierno chiita de Bachar al Asad contra la mayoría sunita que se levantó contra la opresión al calor de la Primavera Árabe.

Tras años de relativa calma en la frontera común, Israel dejó pasar esta violación de Hezbolá de la Resolución 1,701, quizá para que ningún país le recordara que, si hay un país en el mundo que ha violado reiteradamente las resoluciones y mandatos del Consejo de Seguridad de la ONU, es Israel, por ejemplo los que prohíben que siga construyendo asentamientos ilegales de colonos judpios en la Cisjordania ocupada.

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¿Además de Líbano, Israel tiene otros frentes abiertos?

Como ya quedó en evidencia este domingo, Israel está dispuesto a mantener tres frentes de guerra abiertos: el frente de Gaza —estancado tras el fracaso político de las negociaciones para la liberación de los rehenes y la impotencia israelí a la hora de dar con el paradero del jefe que comandó la operación terrorista del 7 de octubre: Yavya Sinwar, el hombre más odiado de Israel—, el frente de Líbano —no sólo contra la milicia chiita Hezbolá, sino contra la milicia sunita Jamma al Islamiya (aliada de Hamás), cuyo cuartel en un edificio de Beirut fue atacado la madrugada de este lunes para matar a sus presuntos dirigentes— y el frente de Yemen —donde este domingo fueron bombardeados los dos principales puertos en manos de los rebeldes hutíes, desde donde llevan meses atacando a barcos en el mar Rojo y desde donde lanzaron el sábado un misil (interceptado) al aeropuerto de Tel Aviv, coincidiendo con la llegada del avión que traía de vuelta a Netanyahu desde Nueva York, donde defendió su guerra en la Asamblea General de la ONU—.

¿Acabará extendiéndose la guerra a Irán?

El régimen iraní, que lleva décadas financiando y armando a grupos chiitas o afines en su odio a Israel en la explosiva región de Oriente Medio —Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza, Hutíes en Yemen y el Gobierno sirio de Bachar al Asad— permanece extrañamente contenido ante los sucesivos golpes mortales contra sus aliados, uno de ellos incluso en la capital del país, Teherán, donde fue asesinado en un bombardeo selectivo el líder de Hamás, Ismail Haniyeh, el 31 de julio.

Más allá de la retórica típica del régimen de los ayatolás —“el Estado sionista pagará por sus crímenes”— la falta de una reacción contundente del poderoso Ejército iraní  y la Guardia Revolucionaria no parece que se deba a que Teherán prepara un contragolpe espectacular, sino a que realmente no quiere la guerra y asiste con disimulado nerviosismo a la posibilidad de que las próximas víctimas de la ira israelí sean ellos… y todo esto sin que su programa nuclear haya sido completado y a sabiendas (aunque no lo reconozcan) de que a gran parte de la opinión pública no le importaría que cayera el régimen de terror impuesto por el ayatolá Ali Jamenei, especialmente contra las mujeres.

En el otro extremo, aunque ha quedado patente la superioridad militar israelí y la eficacia de su estrategia de inteligencia, Israel sabe el enorme riesgo que supone comenzar bombardeos sobre Irán, estrecho aliado de Rusia en su guerra contra Ucrania.

Además, con las elecciones en Estados Unidos a la vuelta de la esquina (5 de noviembre), la línea roja marcada por la Administración Biden a su aliado Israel es una guerra contra Irán.

Pero si hay algo que ha hecho Netanyahu hasta ahora, a días de que se cumpla el primer aniversario del atentado de Hamas y el comienzo de la guerra en Gaza, es saltarse todas las líneas rojas que le impuso el débil presidente Biden, y ha violado sistemáticamente los derechos humanos más elementales, sin importarle nada la vida de los palestinos ni cuantos crímenes de guerra y contra la humanidad lleva acumulados y seguirá acumulando en los próximos meses, con total impunidad (gracias al veto de EU en la ONU) y con el único objetivo de aferrarse al poder.