Robert Crimo aún no ha explicado por qué decidió la mañana del lunes 4 de julio abrir fuego indiscriminadamente contra la multitud que presenciaba el desfile del Día de la Independencia en Highland Park, un suburbio acomodado al norte de Chicago, dejando un saldo de siete muertos y 48 heridos, muchos de ellos de gravedad.
En realidad, poco importa lo que diga: que lo hizo porque está enojado con la humanidad, porque su novia lo dejó, porque nadie se fija en él, porque odia a los votantes demócratas (como la mayoría en Illinois), porque detesta a los patriotas que acuden a desfiles callejeros o porque está en peligro de extinción de la vaquita marina. Lo realmente preocupante ya no es tanto el móvil sino que no hay móvil para que, cada cierto tiempo —antes meses, ahora semanas o días—, alguien en cualquier lugar de Estados Unidos salga de su casa, armado hasta los dientes, y comience a disparar, en la calle, en un templo, en un supermercado, en un centro de trabajo o en donde sea.
Da igual, no se puede saber el próximo sitio ni la próxima ciudad atacada; lo único cierto es que va a volver a ocurrir. Tal y como están las cosas en el vecino del norte —el país del mundo con más armas por habitante, con ventas sin apenas control y con una cultura de veneración casi religiosa a ellas— es imposible que esto no vuelva a suceder.
Pero, si hay que buscar un móvil, se puede reducir a una palabra: odio. Pero un odio fuera de control, causado por un arrebato de hormonas masculinas, porque, una característica muy notable es que no hay chicas recién salidas de la adolescencia que canalizan sus frustraciones abriendo fuego contra desconocidos. Este arrebato de salvajismo sin sentido es cosa de hombres, sobre todo los recién salidos de la pubertad.
En cualquier caso, lo destacable es que se está reproduciendo constantemente un patrón en la epidemia de tiroteos masivos en EU, sin que las autoridades hagan nada, no sepan qué hacer o no quieran frenar la sangría de muertos, con algo tan simple como prohibiendo los fusiles de asalto y exigiendo controles muy duros para la venta de pistolas.
El perfil del pistolero estadounidense es varón, entre adolescente y treintañero, consumidor habitual de internet y con la estima muy baja, en la mayoría de los casos por ser víctima de bullying en el colegio o maltrato en casa.
Visto así, cualquier chico podría ser potencialmente un asesino en cualquier lugar del mundo, donde es común los conflictos internos de los adolescentes o la falta de madurez para controlar la ira juvenil. Pero, la “excepcionalidad” estadounidense es que, mientras en resto del mundo —incluso en países con graves problemas de crimen organizado y desigualdad social, como la mayoría de los latinoamericanos— el acceso a las armas está muy restringido y no es habitual que los papás o la abuela tenga en el cajón un fusil semiautomático, en Estados Unidos es algo tan cotidiano como tener un cepillo de dientes.
Cualquiera, por muy perturbado mentalmente que esté, no tendría complicaciones a la hora de montar un arsenal debajo de la cama, cerca de la computadora donde navegan libremente por webs que difunden odio o escenas muy violentas, o escriben en redes sociales donde descargan su ira o anuncian que van a cometer un crimen.
“Era un chico normal”. Esta suele ser la frase repetida de los familiares de esta nueva camada de asesinos solitarios, horrorizados ante la idea de que alguien de su sangre haya sido capaz de matar indiscriminadamente a gente, en el caso de Robert Crimo, cuyo único delito fue presenciar el desfile del Día de la Independencia.
“Era un chico normal”, dijo un familiar cercano de Crimo, que no quiso identificarse. Pero, a renglón seguido, añadió que era “un poco retraído y pegado a la pantalla de la computadora, ante la que pasaba horas y donde colgaba videos perturbadores”, que revelaban una personalidad tan inquietante como el tatuaje en su cuello con la palabra “Awake” (Despierta). ¿Despertar para hacer qué?
Según la cadena local de televisión WGN9, el joven rapero subió, sin ningún tipo de censura, videos como uno en el que escenifica un tiroteo en un colegio y otro en el que simula su propia muerte en una confrontación con la Policía. En uno de los últimos mostró una decapitación, sin que nadie de sus seguidores se percatara de que podía ser un asesino en potencia.
Doble tragedia estadounidense
"Sabemos que muchos de los videos que colgó reflejaban realmente un plan y un deseo de cometer una matanza", dijo contrariada la alcaldesa de Highland Park, la demócrata Nancy Rotering, quien lamentó que haya "armas de guerra" que la gente pueda comprar legalmente en Estados Unidos para cometer crímenes como el ocurrido en esta localidad.
Pero la tragedia es doblemente mayor, porque, si la Segunda Enmienda de la Constitución de EU protege el derecho de cualquier persona a llevar armas para su defensa, la Primera Enmienda protege el derecho de cualquier estadounidense a la libertad de expresión, sin especificar claramente cuándo un mensaje es peligroso o puede anticipar claramente un delito.
De hecho, Youtube no cerró la página de Robert Crimo, llena de videos violentos y anuncios de que iba a cometer una matanza, hasta horas después de que la policía anunció la identidad del joven que cometió el crimen en el mismo suburbio de clase media alta blanca donde vivía, a 40 kilómetros al norte de Chicago.
Algo muy parecido ocurrió con Salvador Ramos (18 años) quien anticipó en Internet que iba a cometer una carnicería humana, y así fue como el pasado 24 de mayo entró en una escuela de Uvalde (Texas) y disparó a placer en un salón matando a 19 niños y dos profesoras. “Era calladito, víctima del bullying; conozco un chico que le gustaba pegarle”, comentó un compañero de clase del introvertido Ramos.
Y como Salvador Ramos o Robert Crimo, los amigos Eric Harris y Dylan Klebold, cuando irrumpieron en la secundaria de Columbine (Colorado) el 20 de abril de 1999 y asesinaron a sangre fría a 13 estudiantes y a un profesor, en venganza porque se burlaban de ellos, dejando horrorizada a una sociedad estadounidense que nunca había visto a adolescentes autores de tiroteos en masa.
Dos décadas después de haber presenciado matanzas mucho peores, como la cometida el 14 de diciembre de 2012 por Adam Lanza (20 años) en la primaria Sandy Hook, donde acribilló hasta la muerte a 20 niños y seis adultos; y después de haber comprobado que los republicanos no permitirán un mayor control de armas, a la sociedad estadounidense sólo le queda hacerse dos preguntas: ¿Cuándo y dónde ocurrirá la siguiente masacre a tiros? Y lo más preocupante: ¿Cuántos miles de adolescentes con perfil parecido a los mencionados y con armas en casa estarán planeado ser los siguientes en salir en las portadas de los noticieros?
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