El último líder de lo que queda de oposición rusa murió el viernes a los 47 años en la prisión ártica a la que había sido trasladado en diciembre pasado.
Los servicios penitenciarios rusos informaron sobre una “muerte repentina”, mientras la familia del opositor, sus correligionarios y las cancillerías occidentales acusaron a Putin de ordenar su asesinato y le exigen que les entregue el cuerpo para realizar una autopsia y enterrarlo con dignidad, a lo que las autoridades del Kremlin se niegan.
Navalni, abogado de profesión, labró su fama como bloguero al denunciar el enriquecimiento ilícito de Putin y su círculo cercano con videos como “El Palacio de Putin” que tuvieron más de 100 millones de visualizaciones en YouTube. Además, organizó en 2011 las mayores protestas antigubernamentales de la historia de Rusia al sacar a la calle a más de cien mil personas tras el fraude oficialista en las elecciones legislativas.
Navalni, que demostró su tirón electoral al quedar en segundo lugar en las elecciones a la Alcaldía de Moscú, fue envenenado en 2020 con el agente químico Novichok a manos del Servicio Federal de Seguridad (FSB) por encargo de Putin, según el opositor.
Pese a la amenaza de represión, regresó a Rusia al año siguiente, tras lo que fue inmediatamente apresado y condenado a varias penas que sumaban casi 30 años de prisión. Su último desafío fue lanzar una campaña contra la reelección de Putin, quien nunca pronuncia su nombre y apellidos cuando alude al líder opositor en sus comparecencias públicas.
Este domingo, poco antes de ser arrestado por rendir homenaje al opositor asesinado, junto a otro medio millar de rusos, un joven moscovita declaró: “A muerto la última esperanza de libertad y democracia que le quedaba a Rusia”.
El empresario oriundo de San Petersburgo murió en agosto de 2023 al estrellarse el avión privado en el que viajaba junto a la cúpula de su grupo paramilitar Wagner.
Prigozhin, conocido como el “Chef de Putin” por cocinar durante un tiempo para el jefe del Kremlin, creó la temida “fábrica de trolls” con la que ayudó a Donald Trump a ganar las elecciones de 2016, y contrató a decenas de miles de presidiarios para conquistar la ciudad ucraniana de Bajmut, lo que logró en mayo de 2023, pese a denunciar que el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, no les entregó armas y abandonó a sus hombres a su suerte, pese a que lucharon por Rusia.
Su muerte tuvo lugar exactamente dos meses después de que protagonizara una inédita rebelión armada en el sur del país, en la que llegó a tomar la ciudad de Rostov del Don y marchó hacia Moscú.
Aunque al principio le acusó de traición, Putin hizo creer que le había perdonado y lo recibió días después en el Kremlin.
Para que no se extendiera la denuncia de que el régimen plantó una bomba en el avión, el Kremlin difundió la versión de que Prigozhin y sus compañeros de viaje se suicidaron en un ataque de remordimiento por enfrentarse a la autoridad del líder supremo. En concreto, el informe oficial señaló que en su interior se hallaron restos de granadas en los cuerpos de los ocupantes y sugirió que fueron ellos mismos los causantes de la tragedia y de haber consumido drogas y alcohol.
El líder opositor ruso fue tiroteado el 27 de febrero de 2015 cuando paseaba de noche con su novia por un puente frente a las murallas del Kremlin.
Poco después de que Putin llegara a Moscú desde su natal San Petersburgo, Nemtsov se convirtió en el delfín del primer presidente democráticamente elegido de Rusia, Boris Yeltsin, quien le nombró viceprimer ministro.
Contra todo pronóstico, Yeltsin optó por Putin como su sustituto cuando abandonó la Presidencia en 1999, lo que envió a Nemtsov a la oposición.
En ese momento no se vio venir, pero la decisión de Yelstin al elegir a Putin fue el principio del fin de la incipiente democracia rusa y el inicio de una campaña silenciosa de eliminación de disidentes al más puro estilo Stalin.
Detenido en varias ocasiones por desobediencia a la autoridad y condenado a arresto administrativo, Nemtsov denunció el mayor caso de corrupción en la historia de Rusia durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi (2014), cuyo presupuesto ascendió a 50,000 millones de dólares, cinco veces más del previsto. Además, acusó al Kremlin de enviar tropas regulares al este de Ucrania para apoyar la sublevación prorrusa contra Kiev, algo que fue negado públicamente por Putin.
Tras su asesinato, el gobierno arrestó a cuatro hombres chechenos, que confesaron haber participado en el crimen, pero nunca revelaron quién les dio la orden de apretar el gatillo.
Siete años después, una investigación de la BBC reveló que Nemtsov fue seguido de cerca en 13 viajes previos a su asesinato por un agente del gobierno vinculado a un grupo secreto encargado de crímenes políticos. La última vez que este agente siguió a Nemtsov fue el 17 de febrero de 2015, solo 10 días antes del asesinato.
Según estos documentos, el nombre del agente es Valeri Sujarev. Toda la evidencia sugiere que en ese tiempo él trabajaba para el FSB, heredera del extinto KGB, donde Putin, como todos los agentes, aprendieron la manera de eliminar a disidentes, sin dejar huella.
El crimen más espectacular contra un disidente ruso desde la muerte de León Trotsky en 1940, a manos de un agente de Stalin en la Ciudad de México, fue el cometido en 2006 en Londres contra el exagente de inteligencia Alexander Litvinenko.
Litvinenko fue enviado a Inglaterra para asesinar al oligarca ruso Boris Berezovski, caído en desgracia tras criticar el creciente autoritarismo de Putin.
Tras arrepentirse y contárselo a Berezovski, el exagente acusó a los servicios de seguridad rusos de estar detrás de los atentados con bomba de 1999 contra edificios de viviendas en Moscú y otras dos ciudades rusas, que dejaron más de 300 civiles muertos, y que formó parte del plan de Putin para justificar su salvaje campaña bélica contra la población chechena, para aplastar la causa separatista.
La venganza de Putin contra Litvinenko por destapar semejante crimen no tardaría en llegar y de la forma más cruel: envió a dos agentes a Londres para que se hicieran pasar por disidentes y en un descuido le echaron unas gotas de polonio 210 en su taza de té en el hotel donde se reunieron. La sustancia radioactiva le provocó una agónica muerte días después. Sus últimas palabras no dejan duda: “Fue Putin”.
Nueve años después de su muerte, Putin condecoró “por servicios a la patria” a Andrei Lugovói, el que puso las gotas de polonio, exponiendo a una muerte radioactiva a todos los que se encontraban a su alrededor.
El oligarca de los medios de comunicación es la prueba de que la libertad de prensa bajo la Rusia de Putin es tan falsa como lo es la democracia. Fue un privilegiado por ayudar al exagente del KGB a ganar las elecciones presidenciales del año 2000, pero en cuanto empezó a denunciar el creciente saqueo de las arcas públicas por parte de aliados del presidente Putin, su vida corrió peligro y huyó en 2003 a Gran Bretaña, desde donde encabezó la disidencia en el exilio y donde adoptó a Litvinenko bajo su manto protector.
Ingenuamente, Berezovski creyó que los tiempos oscuros de Stalin —cuando su paranoia lo llevó a perseguir a sus disidentes hasta el rincón más oculto del país más lejos de Rusia— eran cosa del pasado. Nada más lejos de la realidad: el asesinato de Litvinenko fue el anticipo de su propia muerte: apareció ahorcado en el baño de su casa en 2013, no lejos del palacio de Windsor.
Luego de fracasar en el intento de asesinato del exagente Serguéi Skipral mediante el agente nervioso Novichok, atentado ocurrido en 2018 en Inglaterra, Putin ordenó un modo de asesinato menos complicado y más efectivo: lanzar al disidente al vacío desde una ventana o un balcón.
El exagente de la inteligencia militar rusa Sergei Skripal y su hija Yulia fueron envenenados con el agente nervioso novichok en Salisbury, Wiltshire, en marzo de 2018. Tres hombres que trabajaban para la agencia de espionaje militar rusa GRU fueron acusados por los envenenamientos.
Al menos 13 rusos que alzaron la voz para oponerse públicamente a la guerra de Ucrania han muerto en los dos últimos años misteriosamente.
El magnate ruso de las salchichas Pavel Antov murió en India en diciembre de 2022 tras caer desde el tercer piso de su hotel. El presidente de la petrolera Lukoil, Ravil Maganov, también falleció el mismo mes tras caer de la ventana de un hospital moscovita. El cuerpo desnudo de Yegor Prosvirnin, un bloguero de 35 años, apareció en una calle de Moscú, debajo de la ventana abierta de su departamento, tras escribir una feroz crítica contra Putin.
La periodista con nacionalidad ruso-estadounidense, una de las primeras en denunciar las violaciones a los derechos humanos de las tropas rusas en Chechenia, fue asesinada en el portal de su casa la noche del 7 de octubre de 2006, día del cumpleaños de Putin.
Las amenazas contra su persona se terminaron cumpliendo después de renunciar ésta a salir del país. Fue la periodista de referencia en el diario Novaya Gazeta, medio de comunicación para el que también trabajaron los periodistas de investigación Anastasiya Baburova, Yuri Shchekochikhin y Natalya Estemirova, todos ellos muertos en extrañas circunstancias. Tras 30 años de vida, el rotativo terminó siendo prohibido por el Kremlin el año pasado.
Su director, Dmitri Muratov, galardonado con el premio Nobel de la Paz en 2021, escribió este fin de semana en el diario italiano La Repubblica tras la muerte de Navalni: “Para Putin, la vida humana no significa nada. Esta muerte cambiará el país. Cómo cambiará es cuestión de tiempo”, aseguró, pero subrayó que “ahora lo más importante es que medios independientes se preocupen de los otros presos políticos cuyas vidas penden de un hilo: Alexei Gorinov (el concejal de la alcaldía de Moscú encarcelado por criticar la muerte de niños ucranianos en la guerra), Vladimir Kara Murza (el periodista que comparó a Putin con Stalin y, como Navalni, fue desterrado a una prisión siberiana sin informar de su paradero a la familia durante semanas) y Aleksandra Skochilenko (condenada a 7 años de cárcel por cambiar las etiquetas de productos de un supermercado por lemas pacifistas)”.
Pero la lista negra de Putin es mucho más larga y están en peligro de muerte, desde Marina Ovsiannikova, la periodista que saltó a la fama por mostrar un cartel contra la invasión de Ucrania en un informativo en directo, y que en octubre fue hospitalizada tras aspirar un polvo en su domicilio de su exilio en París, hasta Alexéi Moskaliov, condenado a dos años de cárcel por un dibujo de su hija contra la guerra de Ucrania.
Nadie está a salvo de la paranoia de Putin, el nuevo Stalin con ínfulas imperialistas.
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