Lo dejó escrito el periodista Ramón Gómez de la Cerna: “La pistola es el grifo de la muerte”. De su boca mana la agresión y la tragedia. Bulle el torrente de la violencia más mortífera. Y hay una tierra donde ese grifo no se cierra: Estados Unidos, el país que como ninguno acumula un sinnúmero de muertos por tiroteos masivos.
Este jueves, el país con más armas en manos ciudadanas en el mundo, vivió un nuevo episodio de sangre a manos de un tirador solitario. El atentado en un banco de Louisville dejó al menos 5 muertos y 8 personas heridas.
El mito fundacional de la gran nación americana está acompañado de armas de fuego y de sangre. Su historia está repleta de balazos. Primero, en aquellas incursiones de los colonos europeos en los siglos XVII y XVIII en aldeas indias y que con frecuencia acababan en genocidios.
También en las patrullas de esclavos que, igualmente en el siglo XVII, vigilaban que los esclavos no se desplazaran libremente de noche y cumplieran con todas las restricciones; a menudo con balas de por medio.
Pero parece que la barbarie armada se expresa hoy como nunca antes en EU. Las balaceras mortales se dan entre la costumbre y la normalización. Los estadounidenses ya están habituados a los tiroteos masivos.
También hay que recordar la cultura visual de violencia con armas que pesa sobre el imaginario estadounidense. Desde los westerns fundacionales que ensalzaron al héroe empistolado, pasando por las incontables persecuciones en filmes de acción -con balacera de por medio- hasta llegar el desbordante despliegue de ráfagas mortales en los videojuegos de hoy.
Ciertamente, Estados Unidos no tiene una definición sencilla para "tiroteo masivo". Frecuentemente se recurre a la del Gun Violence Archive (GVA) y que lo define como un incidente en que cuatro o más personas mueren o son heridas. Sus datos recogen tiroteos ocurridos en hogares y espacios públicos.
Según el GVA, en lo que va de 2023 se han registrado alrededor de 130 tiroteos en EU. Y menciona la escalofriante cifra de 10,566 incidentes con armas de fuego, y que incluyen desde tiroteos masivos hasta suicidios.
La masacre perpetrada este lunes en Louisville está muy lejos de ser la más letal en tierras estadounidenses. A finales de noviembre de 2017, en el Mandalay Bay Resort y Casino de Las Vegas, Stephen Paddock dejaba ir parte de su fortuna acumulada en la industria del ladrillo, en la máquina tragamonedas y en grandes apuestas. El ex contador ya jubilado, daba propinas a los botones, comía solo en un restaurante chino y pasaba las noches como cualquier turista en la Ciudad del Pecado.
Nadie reparó en que cada día viajaba a su casa en Mesquite, a una hora de Las Vegas. Nadie advirtió que volvía con sospechosas maletas. En siete días, introdujo hasta 21 maletas a la suite de la planta 32.
Por supuesto, tampoco nadie imaginó que para la noche del 2 de octubre se había aprovisionado de 23 de armas de asalto y dispararía indiscriminadamente contra miles de asistentes al festival de música “Route 91. Harvest”.
Stephen Paddock es el autor de la mayor matanza masiva perpetrada por una persona en la historia de EU. El hombre de 64 años, mató a 70 personas, hirió a otras 441 y luego se pegó un tiro. Otros 456 asistentes resultaron heridos en el caos subsiguiente.
Aunque la mayoría de estos tiradores desquiciados son jóvenes. Muchos sembraron en el terror en colegios y escuelas, como vimos con Audrey Elizabeth Hale, una trans de 28 años quien a finales del mes pasado disparó dentro de una escuela cristiana de Nashville, Tennessee, acabando con la vida de tres niños y tres adultos.
En una interesante exploración sobre las balaceras en EU, Un país bañado en sangre (2023) con fotos de Spenser Ostrander de múltiples tiroteos, el aclamado escritor Paul Auster dice que en los últimos 10 años se han producido cerca de 228 episodios de violencia armada en colegios y universidades a lo largo y ancho del país. 30 de ellos pueden calificarse de matanzas.
Comenta que los asesinos eran todos jóvenes y habían manifestado síntomas de desequilibrio mental y emocional en las últimas etapas de la infancia o en las primeras de la adolescencia. Carecían de amigos, mostraban hostilidad con sus compañeros y guardaban profundo resentimientos hacia las personas que, según ellos, eran las responsables de la vida aislada que llevaban.
Es sabido que uno de los principales problemas que obstaculizan el avance para el control de las armas entre los estadounidenses es la Segunda Enmienda de la Constitución de EU.
Desde 1791, esa reforma establece que “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado Libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas".
En 1966, el Congreso prohibió el uso de fondos federales a los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) para llevar a cabo investigaciones que pudieran utilizarse para propugnar o promover el control de armamentos.
Más tarde, en 1994, EU había aprobado un veto federal a las armas de asalto en el país, pero en 2004 expiró sin que el Congreso lo renovara.
Tras los trágicos acontecimientos de este lunes en Kentucky, el presidente Joe Biden arremetió contra los republicanos del Congreso reprochándoles el no haber reformado las leyes que regulan la posesión de armas de fuego para así evitar más tiroteos. Y es que la posibilidad de una solución pasa por el entendimiento entre republicanos y demócratas.
Biden recién firmó una orden ejecutiva que refuerza los controles de las ventas de armas de fuego. Ha pedido repetidamente a los conservadores, que controlan la Cámara Baja de EU, que se prohíban las armas de asalto y los cargadores de alta capacidad y que permiten a quien porta un arma mate a un gran número de personas sin tener que detenerse a recargar balas.
Para un sector estadounidense, que no representa una mayoría pero que se integra de millones, las armas “son fetiches que representan la libertad norteamericana, un derecho humano fundamental reconocido a todos los ciudadanos por los artífices de la Constitución”, dice Paul Auster.
En su libro, Auster hace hincapié en lo incomprensible de estos atentados. Y es que difieren enormemente de aquellos tiroteos de quienes trabajan para el crimen organizado. Esa gente mata por encargo, y eso se puede entender.
Igualmente, cuando alguien acribilla a otra persona cobrándole la vida por infringir una ley o por cometer un agravio.
Pero en los titeos masivos a veces hay razones más allá de lo comprensible. “La voluntad del tirador de dirigir su arma a desconocidos y segarles la vida sin otra razón que la satisfacción de matarlos. Eso es lo que resulta incomprensible”, escribe Auster.
Tan difícil de comprender también es el alto grado de planificación que muchos de estos incidentes presentan. En algunos casos, los atacantes invierten semanas de preparación antes de convertirse en una máquina de matar. Eligen con cuidado sus armas, se proveen de chalecos anti balas, meditan sobre muchos detalles antes de actuar.
Algunos persiguen la fama y buscan batir récords de víctimas porque tienen la ambición de superar a sus predecesores. Eso, aún cuando la empresa exija empeñar la propia vida. Casi toda persona dispuesta a matar al azar a grandes cantidades de gente desconocida prepara al mismo tiempo su propio suicidio.
Hoy, los estadounidenses tienen 25 veces más posibilidades de recibir un balazo que los ciudadanos de otros países ricos, supuestamente avanzados. Se presume que en EU se ha incrementado la posesión de armas de fuego del 32% a casi el 39% en 18 meses posteriores desde el comienzo de la pandemia.
Hoy, la única certeza es que el problema de las matanzas masivas es un monstruo que ha puesto de rodillas a EU. Porque la relación de ese país con las armas es tan compleja como irracional, tanto por razones históricas como por una profunda crisis social.
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