AC es una joven que vivió un martirio durante una década y media. Después de ser violada repetidamente a los 6 años de edad, su vida navegó siempre entre llantos repentinos e inexplicables para su familia.
El agresor, J, es un sujeto al que la familia le dio la confianza para que trasladara a la menor a los cursos de matemáticas extraacadémicos que tomaba.
Aprovechando esta situación, J conducía el auto en el que debía trasladar a la menor, lo aparcaba en alguna calle poco transitada y comenzaba a cuestionar a la niña sobre temas sexuales. Finalmente la manoseaba, se masturbaba frente a ella y la penetraba.
La conducta se repitió una y otra vez, provocando cambios de conducta en la menor. J fue finalmente despedido después de ser sorprendido masturbándose en el mismo auto.
Pero la conducta más agresiva del sujeto pasó en ese entonces desapercibida para la familia.
Desde aquellos eventos, ocurridos en 2007, ha pasado muchos años, pero para la joven AC es de sufrimiento continuo.
Nunca pudo decirle a hablarle a nadie sobre lo que vivió; no pudo decirlo a su familia ni a sus allegados extrafamiliares. Sólo las escenas de llanto repentinas y sólo entendibles para ella misma.
De 2007 a la fecha, el rápido ascenso de la perspectiva de género y la intención de erradicar la violencia que viven las mujeres ha permeado en las leyes, las procuradurías y la administración de justicia... aunque no cabalmente como se demostró hace diez días. Cuando, luego de una década y media de callar, AC se decidió a señalar personalmente a su agresor, sólo para ver como la jueza Araceli Gutiérrez, mujer, despachaba el caso burocráticamente, lo sobreseyó y declaró que aquello era pasado, que el agresor podía irse. Apenas un par de horas de audiencia para atender una investigación de un año luego de la denuncia asentada ante el MP.
“Papá, tenemos que hablar”
Hace un año, AC tomó el celular para comunicarse con su padre. No iba a ser una llamada normal y ni siquiera habría de comenzar a decirle lo que quería que escuchara. Unos días antes se había atrevido a hablar a unos compañeros del trabajo sobre el ataque que sufrió siendo niña. “Habla con tu familia”, le recomendaron, “no te lo calles”.
La llamada con el padre era el cumplimiento de esa recomendación:
“Papá, tenemos que hablar, tengo que verte. Hay algo que quiero decirte”.
El encuentro con el padre terminó de dar salida a la carga que AC llevó sola por 15 años:
“¿Recuerdas a J? Me violó más de 50 veces”.
En diciembre de 2023, con el apoyo de amigos y familiares de por medio, AC presentó denuncia formal contra J. Debió describir las veces que el tipo la condujo en el auto hasta un sitio poco transitado para que la cuestionara sobre el cuerpo de su abuela, para sufrir la primera penetración con los dedos y para verlo masturbándose.
El tipo comenzó incluso a llevar pornografía en las salidas e incluso una de las fechas de ataque quedaron grabada claramente en la mente de la entonces menor: era el cumpleaños de su padre.
A la denuncia vino una serie de acciones de investigación con apoyo de un MP que, motivado por la perspectiva de género y lo que hoy es la defensa de los derechos humanos, determinó presentar el caso.
AC fue sometida a peritajes para determinar su afectación mental luego de los ataques y el silencio.
La captura de J finalmente se dio este mes, a pocos días de cumplirse el año de la presentación de la denuncia.
Armado el caso, J fue llevado ante la jueza asignada al caso que escucho la relatoría de actos de depravación continuos sobre una niña de 6 años:
En calles de Huixquilucan, Estado de México, el sujeto detenía el auto y le preguntaba a la niña si su abuelita tenía mucho o poco vello púbico.
“Yo estaba chiquita, yo me acuerdo que no dimensioné su pregunta, pero yo nada más le contesté que no sabía; que no conocía el cuerpo de mi abuelita en ese sentido. Entonces, J me dijo que a ver yo cómo estaba de ahí; se volteó hacia atrás, aún sentado en el asiento del conductor, extendió su brazo derecho y con su mano derecha me bajó los pantalones y el calzón, y me tocó en mi parte íntima...”, refirió la víctima como parte del proceso.
“Qué lástima que no tienes nada de vello, porque estás chiquita y a mí me gustaban las mujeres con vello”, le decía el agresor. Después la llevaba a clase.
J comenzó a llevarle pornografía y a hablarle de lo que eran las relaciones sexuales, la obligaba a tocarle el miembro y ver cómo el tipo comenzaba a masturbarse.
AC debió vivir los peritajes, rememorar los ataques y presentarlos ante la jueza a efecto de castigar al responsable.
Por parte del fiscal, apeló al hecho de que se trataba de una menor de edad, a las leyes de defensa de los derechos de la infancia y a que se trataba de un caso evidente de agresiones de género infame.
Todo quedó asentado en el expediente y todo fue expuesto en el juicio oral en el que el agresor refirió una idea estrambótica a que su problema con la familia se debía a otra causa: un perro de la familia había matado a otra mascota, un perico, y ese era el origen de sus problemas con quienes lo emplearon.
La juez escuchó durante un par de horas las exposiciones y atestiguó argumentos de la defensa en los que se describía un país en el que las mujeres no sufren agresiones sexuales: ¿Cómo podía suceder en la calle si pasa gente? ¿Por qué no se le hicieron peritajes sicológicos profundos a AC y sólo se le aplicaron protocolos (justamente los que derivan de la perspectiva de género)?
La jueza terminó de oír y comenzó a hacer cuentas sobre la media aritmética del delito. Alegó sobre lo que estaba vigente en las leyes en 2007, año de la agresión y dijo que los acusados debían gozar de la certidumbre de que el tiempo podía extinguir las sanciones aplicables, ya que la prescripción era una forma de mantener la legalidad.
La perspectiva de género y todo lo ocurrido en los últimos años sobre ese tema brilló por su ausencia, apenas un par de horas después de iniciada la audiencia, la jueza decidió la liberación de J.
Se omiten los nombres en respeto a la joven denunciante, Crónica cuenta con toda la documentación del caso.