Una apuesta económica para los próximos meses, muy clara desde el lanzamiento de los pre criterios financieros que la Secretaría de Hacienda emite como antecedente al paquete presupuestal, es que 2025 debe ser un punto de viraje. Luego de que en los últimos sexenios -y no sin reticencia- el gobierno mexicano aceptó elevar el déficit presupuestal a cambio de que las inversiones públicas impulsaran la economía y el empleo, en el año que inicia deberemos ver, si todo va bien, que se dé un elevado nivel de inversión, pero un déficit presupuestal con déficit completamente bajo control.
Hacienda, como cabeza de la planeación económica, es específica en cuanto al tema del crecimiento del PIB nacional. “Se prevé que el crecimiento de la economía mexicana provenga principalmente de la demanda interna”, señala respecto al 2025, “(…) se espera un impacto positivo en el ingreso disponible de las familias, derivado de programas sociales, como el apoyo a mujeres de 60 a 64 años”.
Y otro tanto señala respecto a la liberación de fuerza de trabajo femenina una vez que el sistema nacional de cuidados esté completado.
La estimación máxima del crecimiento del PIB es de un discreto 3 por ciento (discreto para las necesidades del país), pero que de cumplirse podría estar comprobando que la fórmula a la que apuestan las intenciones gubernamentales está dando resultado.
Como se comentó previamente en nuestro diario, las secretarías de Hacienda, Economía y aquellos órganos de nueva creación para manejar la relación gobierno-empresarios, ven en el mercado interno un bastión para apostar al crecimiento (encaminado a convertirnos en una de las 10 principales economías del planeta), algo para lo que resulta indispensable aprovechar que los megaproyectos del sexenio anterior están terminados y deben comenzar a dar dividendos, en tanto que los apoyos directos y becas sembrados en grandes sectores de la población deben traducirse igualmente en consumo de familias que antes se limitaban a subsistir.
El pretendido viraje en el 2025 es aún más claro si revisamos lo que está ocurriendo con el déficit presupuestal. En el año que terminó, el déficit se ubicó en aproximadamente 5 por ciento del PIB, muy cerca del que el legislativo había aceptado (hasta 4.9 por ciento) y que se explica por la gran inyección a Dos Bocas, el Tren Maya y otras megaobras. Mientras el gobierno absorbía el aumento en el costo de las “obras estratégicas”, la expansión de los apoyos directos a la población no se detuvieron.
Para 2025, la expansión de becas y programas sociales continuará, pero ya sin la mayor carga de las megaobras públicas, lo que permite que el déficit se haya estimado en 3.2 por ciento del PIB. Lo anterior incluye gastos e ingresos totales, pero si se eliminan los servicios de la deuda que contrae el gobierno, el balance arroja un superávit del 0.6 por ciento del PIB. Es modesto, pero muestra hacia dónde se quieren dirigir las cosas.
Lo que el gobierno de la Presidenta Sheinbaum ha mostrado como intenciones en el corto plazo, es que apuestas como la Red Ferroviaria, la infraestructura eléctrica y muy probablemente los sistemas carreteros del país, puedan verse mejorados sustancialmente a partir de un presupuesto ya no tan comprometido.
Así, el viraje inicial no implica un regreso a la ortodoxia financiera, algo de lo que la 4T está muy lejos, sino que muestra que hay margen de acción para que el gobierno de la República realice apuestas en inversiones a la par de la expansión del gasto social (algo que no sólo es su karma político, sino que es indispensable para que millones de familias se conviertan en consumidores potenciales y promotores del mercado interno).
López Obrador inició su gestión con un déficit (ya sin carga de la deuda) del 2 por ciento del PIB, lo que muestra que el arranque de Sheinbaum puede considerarse muy diferente. La composición del presupuesto, en su columna vertebral, sin embargo, seguirá fiel al karma lopezobradorista: inversión en obras estratégicas que aumenten el “valor” económico del país, en tanto que el gasto se enfila a subsidios y programas sociales.
En México, el endeudamiento del gobierno federal ha sido mayor a su gasto de inversión desde 2019, el primer año completo de AMLO, pero el trazo a mediano y largo plazo de las metas deberían conducir a un mayor crecimiento y un paulatino retroceso en esta situación no forzosamente deseable.
En cualquier caso, con seis años a cuestas de la 4T, las finanzas públicas pueden considerarse sanas en lo general y, además, con perspectivas claras de consolidación fiscal y sin problemas de deuda.
El crecimiento económico, que merece un artículo aparte en próximas ediciones de nuestro diario, parece ser así, el gran meollo a resolver. La apuesta, como se ha reiterado en estas páginas, es el un mercado interno vigoroso.