
El Zócalo debía llenarse, aunque no hubiera bandera ni motivo ni razón. Gobernadores, líderes políticos y grupos afines a la 4T activaron a plenitud su maquinaria de movilización por el simple gusto de asolearse y aplaudir lo invisible.
Aplazar unas cuantas semanas -27 días- el cobro de aranceles por parte de Estados Unidos fue la excusa perfecta para la propaganda partidista, para la invención de héroes y heroínas.
Era, en un principio, una convocatoria a favor de la unidad, la defensa de la soberanía y el anuncio de medidas para contrarrestar las imposiciones comerciales de Donald Trump, pero desinflada la pugna -al menos de manera provisional-, el acto sirvió acaso para suministrar un poco de oxígeno a Claudia Sheinbaum y armarle un paseíllo artificial de vivas y matracas.
¡No estás sola, no estás sola!...

En el papel, todos los funcionarios y representantes morenistas debían cacarear su respaldo y reconocimiento a la presidenta, pero ni siquiera este objetivo se cumplió. Cuando desde el sonido se anunció la salida de Sheinbaum de Palacio Nacional y su andar triunfal hacia el estrado, fue ignorada por varios de los dirigentes de su movimiento, como Ricardo Monreal, Adán Augusto López Hernández, Luisa María Alcalde y Manuel Velazco, más embelesados en tomarse selfies y fotografías con Andrés Manuel López Beltrán, hijo de López Obrador.
La imagen fue replicada en todas las pantallas colocadas en la plaza. La mandataria pasó de largo, mientras los obnubilados con “Andy”, al percatarse de su pifia, se desvivían por alcanzarla y estirarle la mano, en el momento más bochornoso de la mañana.
Sin móvil preciso ni parte oficial por rendir, a la cita se le llamó “asamblea informativa”, pero nadie camino a la plancha sabía con exactitud cuál era su alcance y propósito, parecía un nombre rebuscado de urgencia para salvar el vacío. La consigna entre los asistentes era simple: vitorear a Claudia, unirse a la ola del falso nacionalismo y replicar a Trump. Entre las pancartas y cartulinas predominaban dos frases: “a México se le respeta” y “a México se le defiende”.
El pueblo fue, otra vez, reducido a un mar de acarreados, para quienes se alistó un festival populachero, aderezado con música y fritangas. Se programó al Grupo Armada, de la Secretaría de Marina, con sus rolas guapachosas, y a los mariachis de la Secretaría de la Defensa y de la Guardia Nacional, con sus sones, trompetas y coreografías circenses.
“¡Ahí les va un listado de canciones para que no se aburran!”…
Así, tenientes, capitanes, soldados y sargentos fueron transformados en animadores y faranduleros, cuyas caderas se agitaron al ritmo de La Chona, El Cucu y La boda del Huitlacoche.
¡Arriba, abajo!
¡Pi-pi-pi-pi-piiiiiiiiii!
Pero ni siquiera los ritmos cadenciosos y los llamados al guateque terminaron por prender a los abochornados, quienes extendieron sus sombrillas por toda la plaza, en un intento desesperado por aminorar el sol quemante.
“¡Presidenta, presidenta!”, fue el grito asfixiado cuando Sheinbaum subió al templete. Con ella lanzando besos, abriendo los brazos y pintando corazones en el aire, parecieron borrarse todos los nubarrones, todas las penurias y todas las jornadas teñidas de rojo de la actual realidad nacional.
La presidenta fue cautelosa, fue cuidadosa en el discurso, para no enardecer a las masas contra el presidente del vecino país. Sólo dos veces mencionó su nombre: la primera para elogiar el renovado Tratado de Libre Comercio firmado durante la administración de López Obrador y Trump. “La historia común de nuestros países está marcada por numerosos episodios de hostilidad, pero también por numerosos episodios de cooperación y entendimiento”, dijo.
Y la segunda, para agradecerle al estadounidense el haber reconocido la campaña implementada en México en contra del consumo de estupefacientes. “Agradecemos que la haya llevado a los Estados Unidos de América. No solo es un tema de seguridad es, sobre todo, un tema de bienestar, de amor y de valores”.
Ya no habló de “abrazos y no balazos”, sino de “abrazos y amor”…
Sin nada en la chistera, el discurso se perdió entre anécdotas y antecedentes sin sentido, entre cifras mil veces repetidas y entre defensas frustradas e infladas de la soberanía nacional.
“Dije que somos uno solo, que siempre que hubiese que informar o afrontar alguna adversidad, íbamos a estar juntos. Y no rompo mis compromisos, aquí estamos juntos, pueblo y gobierno, y nunca, nunca nos vamos a separar, esa es nuestra razón y nuestra fuerza”.
De la llamada telefónica con Trump del pasado jueves 6 de marzo se hizo una pachanga y un evento político-partidista. Un poco de oxígeno para la presidenta.
El Zócalo debía llenarse y se llenó, para el paseíllo artificial…