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¿Alguien lo ve en La Chingada hablando con los árboles?

AMLO, “Nada más me quite la banda y a Palenque, y me voy a ir tranquilo, a leer, a escribir y a hablar con los árboles, las guacamayas y los pájaros”

AMLO, “Nada más me quite la banda y a Palenque, y me voy a ir tranquilo, a leer, a escribir y a hablar con los árboles, las guacamayas y los pájaros”

Especial

Se palpa en las calles; a lo mejor no en las de Polanco o las Lomas, pero sí en las del Centro histórico de la CDMX y en los zócalos de toda la República: el adiós a Andrés Manuel López Obrador, el 1 de octubre, cuando traspase la banda presidencial a su heredera política, Claudia Sheinbaum, va a ser un momento de catarsis colectiva de agradecimiento al presidente que hace seis año auguró aquello de “Juntos haremos historia” y, para un 65 por ciento de los mexicanos que lo apoyan, fue lo que sucedió.

En el mundo no abundan los casos de políticos que dejan la presidencia en los más alto de la popularidad y con un aura de “santidad”, pero uno de ellos sobresale especialmente.

En 1999, Nelson Mandela, primer presidente de la Sudáfrica postApartheid, renunció a un segundo mandato, pese a que habría ganado de nuevo las elecciones de forma abrumadora, alegando que tanto tiempo en el poder le habría acabado corrompiendo. Convertido en símbolo mundial de la lucha contra el racismo, el anciano “Madiba”, como llamaban cariñosamente los sudafricanos a su premio Nobel de la Paz, anunció que se retiraba a su rancho Qunu, que mandó construir extrañamente como la réplica de una de las cárceles donde, en total, fue encerrado 27 años.

Curiosamente, el líder morenista también tiene intención de irse a vivir al rancho familiar La Chingada, en Chiapas, cuando abandone el Palacio Nacional. Y lo dijo con micrófonos y cámaras grabando, para que no quepa duda o se le pueda reclamar.

“Nada más me quite la banda y a Palenque, y me voy a ir tranquilo, a leer, a escribir y a hablar con los árboles, las guacamayas y los pájaros, y no pienso volver a hablar de política ni a estar dando consejos; no soy cacique ni líder moral”. dijo López Obrador durante un evento en marzo de 2023, con la tranquilidad, ya entonces, de lo que anunciaban todas las encuestas: que las elecciones del 2 junio de 2024 las iba a ganar por goleada, quien él quisiera dentro de Morena, asegurándose así de que la continuidad del obradorismo estaría a salvo.

Por tanto, la salida Mandela podría ser la elegida por el líder morenista; pero la historia del legendario líder sudafricano no acabó realmente cuando entregó la banda presidencial a Thabo Mbeki, del Congreso Nacional Africano y un mandelista leal.

En menos de dos años, Mandela se aburrió de su granja y se dedicó a recorrer el mundo y reunirse con líderes internacionales, convertido en una especie de “secretario general de la ONU de los no alineados”, aunque no faltaron las críticas polémica por su afición a reunirse con dictadores de la época, como el coronel Muamar Gadafi o el comandante Fidel Castro.

Maldición latinoamericana

Maldición latinoamericana

Otro presidente que dejó el poder en la cima de la popularidad, dentro y fuera de su país, fue Lula da Silva, quien entregó “satisfecho y tranquilo” la banda presidencial a Dilma Rousseff, en enero de 2011, convirtiéndose en la primera mujer presidenta de la historia de Brasil.

De igual manera, otros cuatro presidentes latinoamericanos llegaron al poder por el tirón popular de sus “padres ideológicos”. Así, Tabaré Vázquez se convirtió en presidente de Uruguay en 2015, gracias a José Mujica; Lenin Moreno logró lo propio en Ecuador en 2017, gracias a Rafael Correa; Alberto Fernández en Argentina en 2019, gracias a Cristina Fernández; y Luis Arce es presidente de Bolivia desde 2020, gracias a que Evo Morales, quien, tras su regreso del exilio forzoso, lo señaló para que cuidara su revolución socialista.

Con la excepción de Mujica, convertido en su ancianidad en líder de la izquierda humanista latinoamericana, y respetado en Uruguay tanto por su discípulo Vázquez y su sucesor, el derechista Luis Lacalle Pou, los otros cuatro exmandatarios de la región que dejaron el poder en la cima de su popularidad salieron mucho peor parados.

Lula regresó al poder doce años después de su segundo mandato, luego de asistir impotente a la destitución de su “heredera” Rousseff por parte del Congreso, a la asunción del primer presidente de extrema derecha elegido en las urnas, Jair Bolsonaro, a su propio paso por la cárcel (donde estuvo 580 días tras ser acusado también de corrupción) y, luego de ser rehabilitado, a convencerse de que era él único que podía regresar la decencia democrática, tras la profunda división social que ocasionó el gobierno ultraderechista. Tan fue así que, días después de que Lula asumió su tercer mandato en 2023, tras derrotar por la mínima a Bolsonaro, una turba de seguidores del expresidente asaltó las sedes de los tres poderes en Brasilia y a punto estuvieron de derribar la democracia en el gigante sudamericano.

Por su parte, Correa se reconvirtió en periodista muy crítico con Moreno, en cuanto notó que su discípulo no seguía sus designios. El nuevo presidente ecuatoriano no se amilanó y pronto se vengó del expresidente mediante querellas de la Fiscalía de la Nación, que lo acusó de diferentes casos de corrupción cuando gobernaba, forzándolo a buscar refugio en Bélgica, de donde es su mujer.

Cristina Fernández, que sigue considerándose la líder moral del peronismo, está acorralada por una montaña de procesos judiciales en su contra, mientras asistió impotente a la conversión de Argentina en un país volcado con su primer presidente de extrema derecha, Javier Milei. Tampoco la libró bien su sucesor, Alberto Fernández, quien huyó del país al acabar su mandato y se esconde en España mientras su expareja lo acusa en tribunales por violencia de género.

En cuanto a Evo Morales, su ambición por regresar al poder (fue expulsado por los militares precisamente por retorcer la Constitución para perpetuarse) está poniendo a Bolivia al borde del enfrentamiento civil, tras la toma de La Paz el lunes por miles de simpatizantes, mientras su exaliado y ahora acérrimo enemigo, el presidente Arce, denuncia que el líder cocalero quiere derrocarlo.

¿En dónde encajaría AMLO?

Si no atenemos a su deseo de retirarse al rancho chiapaneco y a su anuncio de no interferir en la vida política, la lógica sería que se retirara a La Chingada en los próximos días o semanas a meditar con animales y plantas, mientras se dedica a escribir sus memorias.

Pero AMLO no es la canciller alemana Merkel, la mujer más influyente del mundo de 2005 a 2021, que desde entonces se dedica a cultivar papas en su granja, a leer, escuchar música, escribir sus memorias, como dijo en una de sus raras entrevistas, apartada de la vida pública y sin homenajes, por deseo expreso.

El líder morenista tampoco tiene el espíritu internacionalista de la chilena Michelle Bachelet, quien ejerció de alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos y fue la primera directora de ONU Mujeres; ni desde luego tiene pensado tomar el rumbo de un exilio dorado en el extranjero, como tantos expresidentes mexicanos, entre otras cosas porque se siente respaldado por el pueblo y porque Sheinbaum ya ha anunciado que el fiscal de la Nación seguirá siendo el polémico Gertz Manero.

Mientras la futura presidenta no se salga de la raya de la 4T, no hay motivos para que AMLO se inquiete, pero, cuesta trabajo creer que quien lleva seis años enganchado a la erótica del poder, a las “mañaneras” y a dejarse querer por un pueblo que lo idolatra, se retire para siempre de la vida pública.