Había entre la multitud arremolinada en el Zócalo un hastío genuino en torno al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. No se percibían antipatías fingidas ni decepciones falsas.
Quienes llegaron a la plancha, sin recompensas o acarreos, lo hicieron convencidos del rumbo torcido de la 4T y razones les sobraban: la injerencia presidencial en temas electorales, la persecución a los de pensamiento distinto, la propaganda excesiva, el uso de programas sociales con intereses partidistas y, sobre todo, la obsesión desde Palacio por debilitar al INE, al Tribunal Electoral y a todos los organismos autónomos del país.
No había simuladores. De norte a sur, de oriente a poniente de la plaza las demandas eran coincidentes y compartidas, plasmadas en cartelones, lienzos, playeras, lonas y en las voces multiplicadas en todo el cuadrante y sus principales arterias.
Pese al reproche libre y consciente, pese al hartazgo auténtico, el ejercicio volvió a flaquear, como ocurrió en los actos de noviembre de 2022 y febrero de 2023… No fueron los ciudadanos: maestros, amas de casa, académicos, estudiantes, trabajadores, activistas y demás desengañados quienes tomaron las riendas del movimiento, sino los viejos políticos de siempre.
Aunque por todas las vías se intentó vender la concentración como apartidista, ajena a cualquier fin proselitista -hasta la propia candidata de oposición Xóchitl Gálvez optó por ausentarse-, la agenda fue marcada otra vez por los eternos rostros de la desprestigiada política nacional. Quienes han sido los artífices del naufragio mexicano guardaron por un momento sus capas siniestras y se ataviaron de camisas blancas o rosas -el atuendo convenido en la convocatoria- para disfrazarse de salvadores…
El colmo se dio en el templete, donde Fernando Belaunzarán -de añejo historial en la maltrecha política- se adueñó del micrófono en un intento por marcar la línea: “En las anteriores marchas habíamos sido cuidadosos, pero ahora sí nos tenemos que dirigir al presidente, porque él es el problema, porque él no es el candidato, lo tiene prohibido. Es el principal delincuente, y lo hace con dolo. Si está buscando un corrupto, que se vea al espejo”.
Su presencia y consignas eran innecesarios. El grito predominante entre los asientes fue uno desde el arranque: “¡Fuera López, fuera López!”.
Ese quizás fue el distintivo en comparación con las dos convocatorias previas: se salió a la calle, a la plaza pública, no sólo para defender a las instituciones y para velar por los derechos y por las libertades, se salió para gritar en contra de López Obrador y su forma de gobernar, sin ataduras ni moderaciones. No sorprendió entonces la frase más estruendosa de la mañana, casi al unísono: “¡Narcopresidente, narcopresidente”.
La participación de los perpetuos de la política y el protagonismo partidista en el estrado terminaron por ensombrecer el aire ciudadano de quien fue elegido como único orador: el ex presidente del INE Lorenzo Córdova Vianello.
Pese a todo, la “marea rosa” lo recibió entre vivas: “¡Lorenzo, Lorenzo!”. Él respondió con un discurso puntual y encendido:
“Ante los riesgos que hoy enfrenta la democracia, frente a los intentos para vulnerar las condiciones que nos permiten tener elecciones libres, para desmantelar las instituciones que nos protegen de los abusos y para imponer una sola visión del mundo, es que hoy nos manifestamos”.
“Nos costó mucho tener órganos electorales confiables que fueran autónomos del poder e independientes de los intereses de los partidos políticos. Hoy todo está bajo amenaza. Nos pasamos más de 40 años construyendo una escalera, cada vez más sólida, para que quien tuviera los votos pudiera acceder al primer piso y hoy, desde el poder, quien llegó a ese primer piso por la libre voluntad de la ciudadanía, pretende destruir esa escalera para que nadie más pueda transitarla. No se vale exigir reglas de equidad y condiciones justas en la competencia política siendo oposición y violarlas sistemáticamente siendo gobierno”.
Aludió las recientes iniciativas presidenciales, las cuales, dijo, buscan destruir al INE y, a través de una elección directa de sus consejeros, controlarlo políticamente: “No se quiere a un árbitro imparcial, se quiere a uno que responda a los intereses de la mayoría del momento”.
En su frase más vitoreada, urgió a la acción, sin apatías:
“Hay quien dice que las instituciones sí se tocan. ¡Claro que sí, pero sólo para mejorarlas! Si lo que se quiere es desmantelarlas, destazarlas, ¡claro que no se tocan! No vamos a permitirlo. Cuando una democracia está en riesgo, quien no hace nada mientas otros la amenazan, ya sea porque tienen miedo o porque son indiferentes, terminan siendo responsables de su destrucción. Si los autoritarios no descansan, tampoco lo haremos quienes defendemos la libertad, la igualdad, los derechos y la democracia”.
El intervencionismo indeseado de las siglas partidistas trastocó de nuevo la movilización, pero no logró borrar los retratos naturales y espontáneos de miles de familias, lo mismo a ras de tierra o en los balcones y terrazas de los edificios colindantes.
No hubo bloqueos inesperados: la gente pudo llegar en metro, porque esta vez no se ordenó el cierre de ninguna estación, aunque la mayoría llegó a pie, en marcha desde Pino Suárez, Eje Central y Reforma.
Se encontró un Palacio Nacional amurallado, como ha sido costumbre en tiempos recientes. Pero ganó la inventiva y sobre las vallas se colocó una gran pancarta con el lema: “¡Voto libre!”. Tampoco distrajo el asta sin bandera ni el concierto de campanadas desde la catedral durante el discurso de Lorenzo.
“¡Taddei, la ley es la ley!”.
“¡Soto -en referencia a la controvertida presidente del Tribunal Electoral Mónica Soto-, queremos defender el voto!”.
“¡Presidente, ya saque las manos de la elección!”.
“¡Te empeñaste en dividir y terminaste uniendo a todos contra ti!”.
“¡Ya estamos hasta la madre de populistas y demagogos!”.
“¡Qué se oiga fuerte y claro, el pueblo está enojado!”…
“¡Al frente, a los lados, aquí no hay acarreados!”.
No eran bots. Sorprendió el número de jóvenes y de ancianos. Soportaron. Todo. No habían llegado con la encomienda de llenar el Zócalo ni de convertirse en una dígito más, en la guerra siempre inútil de las cifras. Habrían querido marchar, gritar y protestar sin compañías incómodas. Eso sí, pero entre ellos no había máscaras: era un hartazgo genuino…
Copyright © 2024 La Crónica de Hoy .