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Escaramuzas, boicots e información: peleas por el libro de texto gratuito

Tres años duraron las impugnaciones contra los primeros libros de texto gratuitos. Una y otra vez se repetía la acusación de “libros comunistas”, pese a la defensa que de la nueva política hacía el gobierno federal. Una crisis importante sobrevino desde el norte del país, y, en esa oportunidad, hubo quien levantó la voz para resistir, con todo, las descalificaciones

Portada de "Mi Cuaderno de Trabajo" de Lázaro Cárdenas
Libro de texto Libro de texto (La Crónica de Hoy)

Prácticamente, tres años después de la creación de los libros de texto gratuitos y la institución de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, se detonó una crisis importante. No habían desaparecido las críticas por “comunistas” contra los materiales educativos producidos por el Estado, pero se había llegado a una especie de guerra sorda, de baja intensidad. A consecuencia de los concursos fallidos y los tiempos ahogados, no hubo libros de texto para quinto y sexto año durante 1960. En la primavera de 1961, el presidente de la Conaliteg, Martín Luis Guzmán, tenía ya contenidos para producirlos. Encargó una nueva obra pictórica para dar una nueva portada a los textos, y uniformarlos todos. Ese es el origen de la muy famosa “Patria”, creación del jalisciense Jorge González Camarena.

La célebre alegoría, que se quedó en la portada de esos primeros libros por espacio de una década, fue recogida en el verano de 1961, en la casa del pintor, por un jovencito que había entrado a trabajar de mensajero a la Conaliteg. Allá fue David Servín, que en 1961 apenas tenía 16 años, por la pieza que estaba destinada a convertirse en el símbolo de la educación pública mexicana. “Todavía estaba fresco el barniz del cuadro”, recordó alguna vez Servín, hoy jubilado, y que escalando posiciones y ganando ascensos en la Conaliteg, llegó a ser Jefe del Departamento de Encuadernación.

Esos primeros libros, para quinto y sexto, eran libros de aritmética y estudio de la naturaleza. Poco a poco, se producirían los materiales para las otras asignaturas. Todo permitía creer que la “guerra” contra los críticos al libro de texto gratuito había pasado. Jamás dejaría de haber inconformes, pero nada había frenado la distribución. Poco a poco el mecanismo se afinaría, pues en el primer reparto, Guzmán había confiado los envíos a Correos de México. El tiempo le demostraría que ese recurso no bastaba para garantizar la entrega puntual. A la larga, la Conaliteg comprendió que, si deseaba que los libros llegasen a todas las escuelas del país justo para entregarse en el inicio del ciclo, tendría que desarrollar su propia maquinaria de distribución, como ocurrió.

El futuro parecía promisorio, pero la paz se quebró por una enorme manifestación que volvía a sacar al debate público el absurdo calificativo de “comunistas” contra los libros de texto gratuitos. Era febrero de 1962 y la Conaliteg celebraba su tercer año de vida. La respuesta a las críticas fue muy diferente.

LA BATALLA DE 1962

En algo se había equivocado Martín Luis Guzmán: juzgó que su prestigio como uno de los decanos de la prensa mexicana y haber incluido a los directores de los grandes periódicos de la capital en un “comité de representantes de la opinión pública”, que debería conocer y apoyar los trabajos de la comisión, eran suficientes para “blindar” la naciente política pública. Como lo vio en 1959 y 1960, la mayor parte de las impugnaciones al libro único y obligatorio de la SEP, se habían ventilado en la prensa de la época. Asumido el error de cálculo cambió de posición: lo pertinente era contestar fuerte y claro a quienes persistieran en descalificar los libros.

Además, Guzmán tenía mucho más tiempo; no estaba presionado por la creación de contenidos, ni la urgencia de tener los libros para satisfacer la demanda de los calendarios “A” (que iniciaba en enero) y “B” (que iniciaba en septiembre). Tenía mayor margen para responder si alguien volvía a atacar los libros. Además, parecía que no había novedades en el discurso de los enemigos de los textos. En 1960 se llegó a afirmar que los libros “estaban mal escritos”. Para integrantes de la Academia Mexicana de la Lengua, como eran el presidente de la Conaliteg y el titular de la SEP, aquello sí debió ser un insulto de esos que dolían de verdad. Antes de imprimir, en 1960, ellos, personalmente, se habían sentado, lápiz en mano a revisar originales.

Pero en febrero de 1962 las cosas se complicaron con rapidez. En Monterrey, 150 mil personas salieron a la calle a manifestarse contra el libro de texto gratuito. El escándalo se reavivó. Las pancartas decían: “México sí, comunismo no”, “No al libro de texto obligatorio”.

En 1960, las autoridades habían preferido eludir la confrontación directa, dos años más tarde respondieron fuerte: el secretario Torres Bodet defendió los libros. “Contienen”, afirmó, “una educación cívica, práctica y funcional en la que se toman en cuenta los intereses y los valores auténticos de México”.

La batalla frontal la dio Guzmán fuera de su posición de funcionario público. Hace sus indagaciones. Averigua que la gran manifestación regiomontana fue auspiciada por el gran capital neoleonés, líderes católicos locales y —una vez más— la Unión Nacional de Padres de Familia, de pocas ideas, pero fijas, y que cree, una vez más, que ha llegado su oportunidad de ganar. Ese núcleo conservador cree que tiene todas las de ganar. Ese mismo año logran derribar de la rectoría de la Universidad Autónoma de Nuevo León al periodista y maestro José Alvarado.

Martín Luis Guzmán decide pelear duro, y lo hace desde su propia plataforma, el semanario Tiempo, que en 1962 es una publicación que forma parte del debate público: publica en portada los retratos de los grandes empresarios regiomontanos y los dirigentes del catolicismo en la entidad. Los culpa, en una larga crónica de la manifestación, de lo que llama “ofensiva reaccionaria y clerical”; asegura que la manifestación de febrero fue pagada por ellos, quienes también han financiado abundantes desplegados contra los libros.

Como remate, les asesta un aguijonazo con la publicación de un llamativo recuadro, que alude a la moral católica que se desprende de los diez mandamientos:

8º. NO MENTIR

Quien diga que TIEMPO es un periódico comunista, miente. Si el clero católico de México o algunos de sus ministros dicen que Tiempo es un periódico comunista, mienten. Además, faltan así al 8º. mandamiento de su propia ley.

De Monterrey llega la respuesta: Tiempo sufre un notorio boicot publicitario. El gobierno interviene de manera discreta; es un modo de agradecer al que se juega su patrimonio de años, defendiendo los libros de texto. Se pagan inserciones de transcripciones de discursos oficiales en la revista. El gesto le dio aire a Guzmán para seguir la pelea.

Entre otras medidas, ofreció nada menos que 500 suscripciones a Tiempo, gratuitas, exclusivamente para maestros de escuela, para que estén enterados de la defensa del libro de texto. Al mismo tiempo, envía a sus asesores pedagógicos a discutir con los inconformes de Monterrey.

El informe que entregaron los asesores a Guzmán, y que hoy está en el archivo del escritor, narra una situación alucinante, un diálogo de sordos: otra vez sale a relucir la portada del comunista Siqueiros; se insiste que el libro único afecta el clima plural que se tenía con la disponibilidad de los textos de editoriales varias.

El diálogo fracasa porque, una vez más, los críticos no se han tomado la molestia de leer los libros. Con mala fe periodística, Guzmán resume la situación:

“El pueblo de México está al tanto del movimiento encabezado por los llamados Grupo Industrial de Monterrey y Unión Nacional de Padres de Familia contra la educación nacional, tomando como primer blanco de sus baterías los libros de texto gratuitos. Sus armas principales han sido la manifestación pagada de febrero, en Monterrey; las protestas elevadas por asociaciones fantasmas de padres de familia, y las inserciones en los periódicos”.

Luego solicita a sus asesores pedagógicos un reporte sobre la calidad de los libros editados por la iniciativa privada: el análisis detecta fallas de redacción, de puntuación, y de una educación poco racionalista. Una nota del profesor René Avilés señala la existencia de una lectura que comienza diciendo: “Eran los tiempos en que los hombres hablaban con las plantas…” con una chispa algo sanguinaria, Avilés acota: “La lectura afirma cosas inexistentes. Las plantas jamás han hablado…”

En 1962, se multiplican las defensas del libro de texto gratuito; en las cámaras legislativas, desde diferentes oficinas de la SEP y desde el sindicato de maestros; el presidente López Mateos, en su informe de ese año, critica a los que “han tratado de desorientar a los mexicanos”. Aparentemente, los argumentos sobados y las acusaciones de comunismo se fueron desdibujando. Una parte de las polémicas por los libros de texto gratuito en este 2023 muestran que hay sectores y agrupaciones como la Unión Nacional de Padres de Familia, que parecen no haberse dado cuenta del paso del tiempo y de las transformaciones del país.

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