A unos metros del entronque final hacia el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, primera megaobra a inaugurar en el gobierno lopezobradorista, un trío de chiquillos descalzos juegan a lanzarse tierra y dos jóvenes cuyas playeras deshilachadas huelen a pólvora, corren tras un balón descascarado.
–¿Y la cancha que les prometieron? –se pregunta a Eleuterio, de 19 años, hijo menor de la familia Arenas, la cual sobrevive con la fabricación de cohetones y toritos.
–No tenemos nada. Nomás nos tomaron de a locos…
San Miguel Xaltocan, en el municipio mexiquense de Nextlalpan, es el poblado más cercano al AIFA, cuya operación iniciará este lunes. De un extremo del pueblo, se advierte su acceso principal, revestido por una monumental bandera tricolor y la estatua en cabalgata del general Ángeles. Del otro extremo, parte el último ramal ferroviario rumbo al recinto aeroportuario, aún inconcluso, pero sobrado de destreza ingenieril.
Y desde aquí, aturden los contrastes: modernidad y retraso, opulencia y miseria, esmero y olvido… Miedo y esperanza.
San Miguel Xaltocan no es el pueblo próspero proclamado por el Gobierno Federal cuando comenzó la planeación y debió convencerse a decenas de campesinos de vender más de 600 hectáreas de terreno, necesarias para la obra. “Las pagaron muy bajo: a 300 pesos el metro cuadrado, cuando valía más de mil, por el uso que les iban a dar y porque las tierras eran productivas: ningún año se había dejado de sembrar maíz, avena, alfalfa, trigo. ¿Qué se hacía? Ellos amenazaban: ‘si no quieren, se las vamos a expropiar’. Por eso la gente cedió, y también por la ansiedad del dinero y porque el gobierno prometió muchas cosas positivas”, cuenta Félix, auxiliar ejidal desde diciembre pasado.
La Secretaría de la Defensa Nacional, según el testimonio de habitantes, se apropió de otras 128 hectáreas comunales, las cuales habían sido disputadas durante décadas por diversas familias y carecían de certeza jurídica. En meses recientes, ha solicitado a los ejidatarios la cesión de otros siete metros a partir de la barda perimetral del AIFA, para realizar labores de vigilancia.
“Ya mejor que borren del mapa al pinche pueblo. Nos vieron la cara de sus pendejos, y todo por una bicoca”, dice el auxiliar del ejido, quien ha representado a San Miguel en las últimas reuniones –previas al estreno– con funcionarios federales, cuya máxima preocupación ha sido garantizar una inauguración sin sobresaltos. “Calmen a su gente”, han suplicado.
Desde 2019, y ya con mayor detalle desde 2020, Nextlalpan (de manera específica San Miguel Xaltocan) fue incluido en la lista de siete municipios del Edomex en los cuales se invertirían 2 mil 400 millones de pesos en obras de infraestructura, servicios y desarrollo urbano, como parte de un impulso a la región generado por el AIFA y con beneficio, se presumió, a 1.4 millones de personas. Además: Tultitlán, Tultepec, Tonanitla, Jaltenco, Tecámac y Zumpango. En los días previos al banderazo, Crónica visitó los siete, para rescatar el testimonio de pobladores y verificar acciones. ¿Qué impacto tiene para los pueblos aledaños la construcción y apertura de un aeropuerto internacional?, era la pregunta clave. Voces y retratos serán compartidos a lo largo de esta semana…
El trabajo se le encomendó a Román Meyer Falcón, secretario de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu). “El presidente nos ha pedido no dejar a nadie atrás ni a nadie afuera. La instrucción es que el aeropuerto traiga beneficios inmediatos a los siete municipios que están a 10 kilómetros a la redonda de San Lucía para que tengan desarrollo urbano, crecimiento y reactivación económica. Lo que tenemos hoy son comunidades en rezago de servicios, espacios públicos, vivienda, escuelas, mercados, y es necesario atenderlos de manera integral”, explicó entonces Daniel Fajardo, Coordinador de Desarrollo Metropolitano y Movilidad de Sedatu.
Se trataba de alcaldías históricamente abandonadas por los gobernadores mexiquenses: con una tasa de crecimiento poblacional de 3.4 por ciento, más del doble del resto de la zona metropolitana, con altos índices de pobreza, desempleo y criminalidad, falta de seguridad social y de servicios básicos como transporte, agua y vivienda digna.
La estrategia de revitalización regional pregonada por la 4T supuso tiempos mejores. No ha sido así. Al menos no en la mayoría de los casos. Más allá de la ilusión futura de oportunidades económicas y trabajo, este reportero encontró retrasos mayúsculos en más del 90 por ciento de las obras; incumplimientos y fraudes de empresas contratadas para su realización; mala calidad de materiales, comprobable en el visible deterioro de las partes terminadas; construcciones “inservibles”, ajenas a la identidad de los pobladores, y a sus usos y costumbres, perfiladas para convertirse en elefantes blancos. En ningún caso, fue considerado el sentir popular.
Además, espacios comunitarios emblemáticos (panteones, casas de cultura, caminos, etc.) destruidos para edificar sobre esos terrenos instalaciones extrañas; uso político de las construcciones por parte de ediles y líderes partidistas; discordia entre pobladores y entre ellos y sus autoridades tradicionales como delegados y comisarios ejidales, “por negociaciones en lo oscurito con el gobierno y por buscar beneficios personales y no colectivos”; aparición de traficantes de tierra y oportunistas del ramo inmobiliario y transportista.
Entre los lugareños, palpitan sentimientos disímbolos: por un lado, expectativa de progreso; por el otro, temor a los cambios por venir y a los posibles perjuicios de inseguridad y carencia de servicios vitales -como el agua, ya de por sí escasa- por el flujo desmesurado de usuarios y especuladores. Los rostros, en general, reflejan incertidumbre: casi nadie comprende como encajarán sus vidas en el nuevo trajín aeroportuario.
Según la Sedatu, tan sólo para San Miguel se destinaría una inversión superior a los 130 millones de pesos para responder a 35 peticiones comunitarias, plasmadas en un acta oficial. Además de la rehabilitación del centro histórico y del templo virreinal de San Miguel Arcángel, se enlistaron múltiples obras de equipamiento e infraestructura urbana –incluían, por ejemplo, una universidad y una alameda con canchas deportivas y recintos culturales–, además de empleos durante la construcción y funcionamiento del AIFA, y operativos permanentes para brindar seguridad pública.
Al final, el paquete se redujo a la urbanización del centro histórico y la construcción de casa de cultura, parque recreativo, centro de salud y complejo escolar con jardín de niños, primaria y secundaria.
Hoy San Miguel sólo es una nube de polvo, un entramado de calles fracturadas y encharcadas. Ninguna de las obras prometidas fue terminada. Decenas de albañiles van y vienen con sus palas y picos, pero el nivel de avance es ínfimo. Los habitantes caminan cabizbajos por los callejones resquebrajados, resignados ya a ver los aviones desde la tolvanera.
“Son chingaderas, nos dieron atole con el dedo, una obra de tal magnitud en medio de la pobreza extrema”, se queja don Eusebio, un taxista a la espera de pasaje, justo en la calle principal del pueblo: inundada y chipotuda.
“Se supone que las obras estarían en septiembre del año pasado. Hubo fraude de las constructoras, pero es culpa del gobierno, porque él las puso. Me he enfrentado con los funcionarios en las juntas y les he dicho que son ellos los responsables de los contratos incumplidos. ¿A poco va usted a meter un albañil a su casa y va a dejar que le robe?”, reprocha el auxiliar ejidal.
–Sedatu anunció también que habría apoyos de entre 35 mil y 90 mil pesos para ampliar o mejorar 400 de las mil 200 casas de Xaltocan–, se le comenta.
–Fue la misma pinche mafia del municipio: ‘si me apoyas, te doy’. Todo se quedó en los amigos, en la gente comprada.
El hogar de los coheteros, de los Arena, estaba inscrita para la ayuda. No recibieron nada. Su casa es una de las más desoladas en una franja donde abundan escombros y basura.
“Pensábamos que vendría algo bueno para el pueblo, pero nos abandonaron. Estamos igual de pobres”, dice Eleuterio, aferrado al balón destripado. Cuando apenas tenía siete años, su hermano Heriberto –ahora de 20–, fascinado por los destellos en el cielo y en los castillos patronales, se escapaba a las comunidades vecinas donde se elaboraba cohetería y ahí aprendió el oficio. Quizá sin comprenderlo, encontró para la familia una forma de subsistir: don Eleuterio Arenas Cerón, el papá, cambió la albañilería por la pirotecnia y desde entonces se les conoce como “la familia de las luces”.
“En vez de estar de ocioso o de perder tiempo en las drogas, me concentré en la fabricación de castillos, toritos, cohetones y juguetería”, cuenta el joven Heriberto. “tenemos un lugarcito en La Saucera, de Tultepec, y aquí en casa sólo adornamos o almacenamos producto terminado para las festividades cercanas”.
–¿Y el aeropuerto?
–Nos ha traído puros líos, el gobierno nos echó mentiras y los representantes del pueblo se vendieron, porque sólo les importó el provecho personal. Hicieron sus acuerdos a puerta cerrada y mire cómo dejaron nuestro pueblo, todo feo.
Don Eleuterio, nativo de estas tierras, donde nació hace 54 años, susurra: “El aeropuerto es mucho aparato, y el pueblo se quedó abajo. San Miguel está encerrado entre las obras del tren suburbano y del Mexibús, sin una vía de acceso directa a Santa Lucía. Hemos sido un cero a la izquierda. Las protestas no valieron de nada”.
–¿Protestaron?
~Sí, hicimos campamentos para pelear por las 120 hectáreas que la Sedena agarró. Dijeron que iban a pagar, pero no sabemos dónde está ese dinero. También luchamos por una repartición pareja de los apoyos, eso les dijimos a los Servidores de la Nación que hacían los cuestionarios, pero a la mera hora el dinero se repartió a pura gente de ellos.
A unas horas de la inauguración, no habrá brillos en el cielo: los soldados han prohibido el uso de los tradicionales globos de Cantoya y de las bombas multicolores de pólvora, “porque afectan a los aviones”…
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