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Un instante, y la tragedia: el caso del general Humberto Mariles

En 1964, el general Humberto Mariles era, sin lugar a dudas, toda una gloria nacional. Eran legendarias sus hazañas en el campo del hipismo, y había pasado a la historia en compañía de Arete, su noble caballo, como símbolo de los que podía lograr el olimpismo mexicano. Dieciséis años después de sus triunfos en las Olimpiadas de Londres, seguía siendo muy querido por la gente de a pie, que se había emocionado con sus hazañas. Fue uno de aquellos malos momentos que todo mundo tiene, el que lo llevó a segar una vida.>

El criminal tras las rejas
Aunque el general Mariles recibió una sentencia de 20 años por homicidio calificado y con ventaja. Su equipo de defensores lograron acortar la sentencia a siete años. Siguió siendo, pese a todo, un hombre querido y popular. Aunque el general Mariles recibió una sentencia de 20 años por homicidio calificado y con ventaja. Su equipo de defensores lograron acortar la sentencia a siete años. Siguió siendo, pese a todo, un hombre querido y popular. (La Crónica de Hoy)

En el México de los 60 del siglo pasado, se decía que estábamos enrachados hacia el progreso y hacia la modernidad definitiva. Se inauguraban obras que serían orgullo de la Nación, y se armaban proyectos que demostrarían que nuestro país se movía al ritmo acelerado que la cultura de occidente, dentro de ese mundo apretado que era el de la Guerra Fría. En ese mundo se movía el general Humberto Mariles, destacado jinete mexicano, orgullo del país, medallista olímpico. Fue ese mismo mundo el que se asombró cuando un incidente de tránsito lo convirtió en un homicida y personaje, no de las secciones deportivas de los periódicos, sino de las páginas de nota roja.

Era el verano de 1964, mediaba el mes de agosto. Humberto Mariles circulaba por el todavía joven Anillo Periférico de la ciudad de México. Tripulaba un Chevrolet convertible de color rojo, propiedad de su hija. De repente, otro Chevrolet, un sedán, se le cierra. Es un vehículo lujoso, último modelo. De auto a auto, los conductores intercambian insultos y reclamos.

El pique continúa varias decenas de metros más. Un profesor de la UNAM, el veterinario Roberto Macías, circula atrás de los conductores enfurecidos. Después, él rendirá su declaración: afirmó que el conductor del sedán se cerró varias veces contra el deportivo rojo, que, al principio, aminora la velocidad, en un intento por eludir la agresión del automovilista. Finalmente, puede más la dignidad ofendida que la templanza: Mariles grita algunos insultos más, y el conductor del sedán le responde con un ademán grosero. Luego, acelera y se aleja del convertible que maneja el famoso caballista.

Una vez más, aparece ese momento de ira que ciega a los hombres. Mariles, educado en la disciplina militar, no es hombre acostumbrado a quedarse con la afrenta en la cara. Furioso, pisa el acelerador. Siguió al otro conductor hacia la zona donde se estaban instalando los juegos mecánicos del bosque de Chapultepec. Ahí se detuvieron ambos vehículos. Se hicieron de palabras. Mariles sacó un arma, y el otro hombre quiso eludir la agresión. El militar disparó y lo hirió en el vientre. El conductor del Chevrolet sedán cae al suelo. Después se identificaría como Jesús Velázquez Méndez, de ocupación contratista.

Un policía presencia los hechos. Ángel Juárez Cruz mira a pocos metros cómo los conductores bajaron de sus autos. El propietario del sedán vuelve a su coche y regresa con una espátula en la mano. El policía Juárez afirmó que, con la herramienta en la mano, Jesús Velázquez se abalanza contra el conductor del convertible rojo. Se da el forcejeo, el dueño del convertible saca una pistola. Velázquez intenta alejarse, pero la tragedia está en marcha: el hombre con quien lleva rato peleando es militar, sabe bien de manejo de armas. Humberto Mariles dispara la pistola calibre 38 que suele portar. Jesús Velázquez se desploma.

Los guardias del bosque rodearon a Mariles y llamaron a una ambulancia. El herido, resultó ser jefe de las obras de ampliación del bosque de Chapultepec, y fue llevado a la Cruz Roja. En el hospital, el agente del Ministerio Público recogió el arma del general y asignó un policía para vigilarlo.

Pero Mariles abandonó el hospital; unos dijeron que escapó por la ventana de un baño, y el militar declararía después que no se había fugado, que se había marchado porque tenía el compromiso de atender a una delegación de caballistas venezolanos.

En la Cruz Roja, Velázquez, aparentemente fuera de peligro, habla con su abogado, Herminio Ahumada. A él le cuenta que tuvo “un agarrón con el general Mariles, y me fregó, porque yo solamente traía la espátula; me fue mal, me dio un balazo, pero casi le rompo la cabezota”.

Mariles, a pesar de lo que todo mundo interpretó como una fuga, se ocupó de que trasladaran al herido a un sanatorio privado y jamás negó su responsabilidad en aquel desdichado incidente de tránsito. Se supo muy pronto que encargó su defensa a los abogados Arturo Chaim y Adolfo Aguilar y Quevedo.

Humberto Mariles seguía siendo la gloria nacional en que se convirtió en 1948, cuando hizo, al lado de los caballos Parral, y Arete, su formidable Arete, en medallista olímpico. Habían pasado dieciséis años de aquellas jornadas gloriosas, cuando el equipo hípico mexicano, desobedeciendo la orden del presidente Miguel Alemán, que pensó que los jinetes mexicanos no tenían oportunidades de triunfo en los Juegos Olímpicos de Londres, salió del país rumbo a la justa deportiva.

Al presidente Alemán se le pasó el enojo cuando vio los resultados: México tenía campeones. Tal fue la alegría que se olvidaron los cargos por insubordinación que se habían fincado contra el general Humberto Mariles, capitán del equipo y motor de la arriesgada fuga. Al lado de Arete, un caballo tuerto, conquistó la gloria. Volvió a casa con un oro en Salto Individual, un oro en Salto por Equipos, y un bronce en la Prueba de Tres Días, por equipos.

En 1964 todo mundo sabía quién era Humberto Mariles. Y aunque sus posteriores actuaciones olímpicas no llegaron a ser tan importantes como Londres 1948, era queridísimo por la gente que lo vio triunfar a través de la prensa y los noticiarios cinematográficos. A tal grado llegaba el cariño popular, que Mariles no podía ir a los toros sin que el clamor popular lo obligara a bajar al ruedo y dar una vuelta, mientras la gente lo aplaudía.

Esa fue la notoriedad que se trastocó al publicar la prensa la noticia de aquel incidente: Mariles pasó de las páginas deportivas a las de nota roja. La estrella olímpica fue fotografiado tras las rejas.

EL ESCÁNDALO Y EL PROCESO

Jesús Velázquez murió pocos días después de la operación de emergencia en la que le sacaron la bala disparada por el general Mariles. La causa de la muerte fue una peritonitis que se dictaminó como una complicación de la intervención quirúrgica.

Estalló el escándalo. La defensa de Mariles hizo lo que pudo para mostrar a un Jesús Velázquez oscuro y pendenciero: los abogados afirmaron públicamente que la víctima tenía fama de hombre violento y “de conducta desordenada”. Esa era la primera medida para después demostrar que el general era inocente, pues había actuado en defensa propia. Pero el descrédito estaba en marcha. Después se diría que los malquerientes del militar aprovecharon la coyuntura para manchar su reputación.

El secretario de la Defensa, Agustín Olachea, declaró que el general Mariles no estaba vinculado a las fuerzas armadas y por tanto era sujeto de las disposiciones del Código Penal.

La defensa de Mariles se aplicó a litigar en la prensa, promoviendo, por un lado, la biografía deportiva del general, recordándole al país entero lo que nadie necesitaba recordar, que Humberto Mariles era una gloria del deporte mexicano, y que era un hombre de sanas costumbres, disciplinado y serio. Nadie que no tenga esos rasgos podría haber sido campeón olímpico, afirmaron.

También dieron a conocer sus pesquisas acerca de la personalidad del difunto Jesús Velázquez. Aquel hombre, dijeron, tenía antecedentes penales y varias acusaciones por agresión.

Pero en el mismo torbellino de publicaciones periodísticas, circularon las historias que pintaban a Mariles como un hombre con accesos de violencia y con antecedentes de adeudos no pagados y posible malversación de fondos. Durante el proceso, civiles y militares acudieron por docenas a manifestarle apoyo al militar enjuiciado, y siempre se llevaban a cambio algunas narraciones de sus triunfos hípicos. Siendo Mariles enormemente popular, las páginas policiacas y las deportivas se ocuparon del caso por igual. Nadie podía olvidar a aquel hombre, que era cuidadosísimo con su dieta, para mantenerse en óptimas condiciones, montado sobre aquel peculiar caballo que, después de ganarse la gloria olímpica, había sido bautizado como El rey Tuerto.

La defensa cambió de estrategia: deseaban demostrar que Velázquez no había muerto por la herida causada por Mariles al dispararle, sino por las malas condiciones en el sanatorio donde fue operado. Velázquez estaba fuera de peligro, y alguna infección oportunista, tan frecuente en los sanatorios, había provocado la peritonitis que lo mató.

A pesar de todo, en junio de 1965, el general Humberto Mariles fue declarado culpable de homicidio simple intencional; se habló que, al atacar al contratista, obró con ventaja, pues Velázquez solamente tenía en la mano la espátula que usaba para cambiar las llantas. Recibió una sentencia de 20 años de cárcel, pero la defensa no aceptó la resolución. Siguieron litigando e interpusieron un amparo. Finalmente, Mariles solamente pasó siete años en la Penitenciaría de Lecumberri. Salió en libertad en 1971.

EPÍLOGO ENIGMÁTICO

Los años de cárcel no le quitaron a Mariles el cariño popular. Después de salir de Lecumberri, participó en una exhibición en el Palacio de los Deportes, que se llenó a reventar cuando se supo que el general volvía a montar en público. Luego, participó en el desfile del 20 de Noviembre de 1972 y fue aclamadísimo.

A los pocos días de eso, salió del país, rumbo a Francia. No explicó nada a su familia. Luego, el 6 de diciembre, dos semanas después de haber dejado México, la embajada mexicana en Francia notificó a la familia Mariles que el general había muerto a causa de un edema pulmonar.

Se dijo que Mariles se reunió en Francia con hombres que resultaron narcotraficantes. Naturalmente, se dijo que estaba involucrado en algo ilegal. Los abogados que lo defendieron en 1964 y su familia pelearon por saber la verdad. Averiguaron que había partido a Francia para ver unos caballos, y que estaba completamente sano. Dos años después de su muerte, el gobierno galo lo exoneró de la acusación de narcotráfico. Aquel instante de violencia, en el lejano 1964, había marcado una extraña carrera hacia el final.

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