Mexicanas y mexicanos que nos reunimos en las plazas del país para defender a la democracia y a las libertades y derechos que hoy pretenden arrebatarnos,
Comienzo por reconocer que el nuestro es un país que arrastra muchos problemas: La pobreza, la desigualdad, la corrupción, la impunidad, la violencia y la inseguridad son graves asuntos que no sólo no hemos resuelto, sino que siguen siendo pendientes que agravian y que incluso se agravan. Ha pasado más de un siglo desde el término de la Revolución Mexicana y la aspiración de justicia social que encarnó sigue siendo una promesa incumplida. Más nos vale enfrentar y resolver esos problemas pronto porque ponen en riesgo nuestra democracia y la convivencia pacífica en el país.
Sin embargo, en donde las luchas sociales sí han sido exitosas es en el terreno de la democracia. Hace apenas cuatro décadas en México no teníamos elecciones libres, no había instituciones que protegieran efectivamente nuestros derechos y no había espacios para que la diversidad política se expresara. Se hacía política con miedo. Eran tiempos de un pretendido pensamiento único, de ejercicio autoritario del poder y en donde, desde antes que se votara, ya se sabía quién iba a ganar las elecciones.
Eran tiempos en los que estábamos gobernados, salvo raras excepciones, por un partido hegemónico y autoritario.
Hoy México, a pesar de los riesgos que nos amenazan, es un país en donde somos las ciudadanas y ciudadanos los que decidimos, con nuestro voto libre, quienes nos gobiernan y representan, los que premiamos o castigamos en las urnas a los buenos o a los malos gobiernos. Hoy contamos con instituciones que nos protegen frente a los abusos del poder, incluso del de las mayorías autoritarias, y ante las cuales podemos defender nuestros derechos. Hoy hemos construido una sociedad en donde todas y todos tenemos cabida, a pesar de nuestras diferencias legítimas y sin que se nos persiga por pensar diferente.
Democracia, no son solo elecciones libres, significa también que tengamos la posibilidad de acudir ante un juez cuando el gobierno nos persigue injustamente; o bien que un periodista pueda publicar una investigación sobre la corrupción; o que los ciudadanos podamos contar con información sobre cómo el gobierno gasta el dinero público, o cuáles son las decisiones que están detrás de una obra de infraestructura, o de la política de salud; y también que la Suprema Corte anule una ley que va en contra de la Constitución. Todo eso significa tener democracia.
Y somos nosotras y nosotros, las y los ciudadanos de este país, los que logramos esas conquistas en las últimas décadas y por eso es a nosotros a quienes nos corresponde defenderlas frente a los intentos por desmantelar lo que hemos construido. Por eso estamos aquí reunidos.
La democracia no nos cayó de lo alto, no fue una concesión graciosa ni un regalo del poder. La democracia en México es el resultado de muchas luchas ciudadanas que costaron esfuerzo, dedicación y en algunas ocasiones hasta sangre. La democracia se consiguió gracias a la apuesta que hicieron varias generaciones de mexicanas y mexicanos que, a pesar de sus diferentes posturas políticas e ideológicas, tuvieron un propósito común: que fuéramos nosotros, con nuestro voto libre, los que decidamos quienes serán nuestros gobernantes; que nuestros derechos y libertades estén garantizados frente a los abusos del poder, y que nadie sea perseguido, hostigado y señalado por pensar u opinar diferente.
Por eso, ante los riesgos que hoy enfrenta la democracia, frente a los intentos que se han hecho para vulnerar las condiciones que nos permiten tener elecciones libres y auténticas, para desmantelar las instituciones que nos protegen de los abusos y para imponer una sola visión del mundo y de la Nación, es que hoy nos manifestamos en las calles de nuestro país.
Que quede claro: no estamos aquí reunidos, en ejercicio de nuestros derechos constitucionales, para apoyar o criticar a ninguna candidatura, a ninguna campaña, a ningún partido o coalición; es más, no estamos aquí para criticar a ningún gobierno en sí. Estamos aquí reunidos para defender a la democracia y para decirle NO a toda propuesta que busque desmantelar las conquistas que en ese sentido hemos alcanzado.
Son tres los logros democráticos que están en riesgo y que vamos a defender:
En primer lugar, las reglas y las condiciones que nos permiten votar en libertad en elecciones auténticas y equitativas. Nos costó mucho conseguir que el voto efectivamente cuente y se cuente bien, tener un sistema de partidos, sin duda imperfecto, pero que refleja la pluralidad de posturas e ideologías que existen en nuestra sociedad, así como tener elecciones equitativas y vigiladas por autoridades, organizaciones sociales y la ciudadanía.
Nos costó mucho tener órganos electorales confiables que fueran autónomos del poder e independientes de los intereses de los partidos políticos.
Hoy todo esto está bajo amenaza. Déjenme decirlo así: nos pasamos más de 40 años construyendo una escalera, cada vez más sólida, cada vez más robusta, cada vez más firme, para que quien tuviera los votos pudiera acceder al primer piso y hoy, desde el poder, quien llegó a ese primer piso por la libre voluntad de la ciudadanía, pretende destruir esa escalera para que nadie más pueda transitarla. No se vale destruir las condiciones, las reglas, los procedimientos y a las autoridades (el INE y el Tribunal Electoral) que nos han permitido la renovación pacífica del poder y la posibilidad de tener un altísimo nivel de alternancias en los gobiernos. No se vale exigir reglas de equidad y condiciones justas en la competencia política siendo oposición y violarlas sistemáticamente siendo gobierno. Esa deslealtad hoy pone en peligro a nuestra democracia.
Así, hace unos días se volvió a presentar una serie de iniciativas que, como en su momento se intentó con el Plan “A” y con el Plan “B”, buscan destruir al INE como lo conocemos y, a través de una elección directa de sus consejeros, controlarlo políticamente. No se quiere a un árbitro imparcial, se quiere a un árbitro que responda a los intereses de la mayoría del momento. Y eso no podemos, ni vamos a permitirlo; perder al INE es perder la principal garantía para tener elecciones libres y volver al control del gobierno sobre los comicios.
En segundo lugar, están en riesgo las instituciones de la democracia. Por treinta años hemos construido organismos que nos han permitido controlar y limitar el poder del gobierno para evitar que se abuse del mismo; instituciones que, además, sirven para proteger que nuestras libertades y derechos no sean atropellados. Y hoy, por el hecho de que le incomodan, desde el poder se busca desaparecerlas, subordinarlas o capturarlas.
A lo largo de los últimos años hemos visto un feroz ataque en contra de esas instituciones, del INE, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y de los órganos constitucionales autónomos. El acoso ha sido permanente y se ha desarrollado en varios planos:
1. Se les ha descalificado, acusándolas de actuar en contra del gobierno, del pueblo y de sus intereses. Se ha mentido sobre su costo, su actuación y resoluciones, por el simple hecho de que no se han subordinado —porque ese no es su papel— a los intereses gubernamentales.
2. Se ha hostigado y perseguido a sus integrantes. Se han paseado ataúdes con los nombres y las fotografías de quienes han encabezado esas instituciones, se han presentado denuncias penales en su contra, se les han iniciado juicios políticos y hasta se les ha amenazado con ir a sus domicilios.
3. Se han hecho recortes brutales a sus presupuestos con la intención de asfixiarlos financieramente e impedir que cumplan de manera adecuada con sus funciones.
4. Se les ha amenazado mediante la presentación de iniciativas de reformas constitucionales y legales que buscan desmantelarlos o limitarlos en sus funciones, como ahora mismo está ocurriendo.
5. Finalmente se ha intentado su captura, imponiendo como sus titulares no a personas capaces e independientes, sino a personeros de los intereses del oficialismo, a correas de transmisión de la voluntad gubernamental.
Que quede claro, no estamos defendiendo el inmovilismo ni impidiendo el cambio. Hay muchas cosas que pueden y deben mejorarse, pero eso no implica que con ese pretexto se quiera echar por la borda lo que hemos conquistado. Hay quien dice que “las instituciones sí se tocan”. ¡Claro que sí, pero sólo si es para mejorarlas! Si lo que se quiere es desmantelarlas, destazarlas o capturarlas, lo decimos fuerte y claro, si es para eso, ¡claro que no se tocan! Desde la sociedad. No vamos a permitirlo porque sería robarnos nuestra esperanza de futuro para pretender regresarnos a un pasado autoritario que con mucho esfuerzo dejamos atrás.
Finalmente, está en riesgo también nuestra Constitución, es decir, la expresión del arreglo político que nos permite sentirnos, sin excepciones, parte de la Nación mexicana. Desde hace algunos años se ha pretendido dividir a la sociedad entre quienes son parte del pueblo y quienes son sus enemigos, como si el pueblo no fuéramos todas y todos nosotros, como si en México sólo unos tuvieran cabida y los otros salieran sobrando. Esa polarización que divide al mundo entre buenos y malos, entre amigos y enemigos, no sólo es falsa y artificial, sino que es profundamente autoritaria. La sociedad mexicana no puede dividirse en blanco y negro. Existen muchos matices y diferencias, múltiples formas de actuar y de ser, que sólo una visión autoritaria puede negar.
La nuestra es una sociedad plural y diversa, esta misma plaza hoy refleja esa diversidad política e ideológica. Pero a pesar de esas diferencias que son legítimas y que debemos proteger, todas y todos somos parte de la Nación mexicana, todos cabemos en esa idea común y que está protegida por la Constitución. México no sólo es el país de unos cuantos, es el país de todas y todos, mayorías y minorías con los mismos derechos.
Eso es, precisamente la Constitución: el pacto político que nos hemos dado para garantizar que todos sin excepción tengamos cabida, con respeto para nuestros derechos —en primer lugar, el derecho a pensar diferente— en nuestro país, en nuestra Nación. Es precisamente gracias a esa Constitución que nadie, puede decirle a los demás que aquí no caben.
Por eso todos los grandes cambios políticos se han plasmado en la Constitución, porque son grandes acuerdos que se han elaborado cuidadosamente, que se han consensuado, que son el resultado de un compromiso y no de una imposición. La Constitución no es propiedad de nadie en particular o de una parte de nuestra sociedad, es algo que nos pertenece a todos. La Constitución es el reflejo de los intereses y de la voluntad del conjunto, no solo de una parte de la Nación. Así que, o en la Constitución cabemos todas y todos, o se acabó la democracia. Por eso es tan grave que se pretenda apresurar un plan de reformas que no busca un gran consenso nacional, sino la imposición de una visión de parte, profundamente autoritaria, que busca —sobre todas las cosas— la concentración y la perpetuación del poder.
Es gracias a la Constitución, entendida como nuestra casa común, como el techo debajo del cual cabemos todos, con independencia de si simpatizamos con la mayoría o con las minorías del momento, es porque México es de todas y todos, que sin excepciones tenemos el mismo derecho de vivir en libertad y con respeto.
Hoy todo eso está en riesgo. Estamos frente a un proyecto de reinstauración autoritaria que quiere regresarnos a las épocas de un partido hegemónico que pretende revertir muchas de las conquistas democráticas que se han conseguido y que fueron precisamente las que les permitieron llegar al poder.
No se trata de especulaciones ni de falsas alarmas, ahí están las iniciativas para demostrarlo: se busca que las elecciones sean organizadas y la justicia impartida por funcionarios y jueces electos con el apoyo del partido mayoritario. Se buscan, pues, a jueces que respondan a un partido. Se busca desaparecer a los órganos autónomos para que sus estructuras sean absorbidas enteramente por el gobierno, es decir, lo que se pretende es desaparecer su autonomía para que sus tareas vuelvan al Ejecutivo, tal como ocurría hace treinta años, cuanto todas sus funciones (organizar las elecciones, vigilar la competencia económica, administrar las concesiones de radio y televisión, entregar la información pública, generar la estadística nacional y hasta definir las políticas monetarias) las realizaba una presidencia centralizadora y autoritaria. Y también se busca imponer una idea de Constitución en donde sólo tienen cabida ciertas ideas y posturas.
Con ello, se busca desmantelar los logros democráticos y volver a una época en la que el pluralismo y la diversidad de ideas no tienen posibilidad de expresarse y de contar. Al pretender desaparecer las diputaciones y senadurías de representación proporcional, así como a los senadores que se asignan a la primera minoría, que son en conjunto una de las principales conquistas democráticas, se busca que las minorías no estén representadas, que no tengan voz ni presencia en el Congreso, que sólo unos cuenten y decidan, que la Nación mexicana sea solo de una parte y no también de los demás.
Por eso no podemos quedarnos cruzados de brazos, por eso estamos aquí y volveremos cada vez que sea necesario, para levantar la voz y para decir: ¡si es para desmantelarla, la democracia no se toca! No se tocan ni las condiciones para el voto libre, ni los organismos de control democrático, ni la constitución que divide el poder y protege nuestros derechos.
Por eso, asumamos que el futuro de nuestra democracia está en nuestras manos. Hoy aprovechamos para decirle a todas las candidatas y candidatos, de todos los partidos y coaliciones, que pedirán nuestro voto dentro de unas semanas: no olviden nunca que deben someterse a la Constitución y a la ley. Les decimos sin titubeos: la ley sí es la ley y los gobernantes son los primeros que deben sujetarse a ella y someterse a los límites que la Constitución les impone.
El que sigamos teniendo elecciones libres y auténticas depende de nosotros. Por eso los exhorto a que, si alguno es convocado por el INE para ser funcionario de casilla, aceptemos sin reparos para garantizar el respeto al voto. Si tenemos oportunidad, debemos registrarnos como observadores electorales. Y, además, debemos salir a votar masivamente en las elecciones.
La democracia y su subsistencia no depende de otros, depende de nosotros. Confiamos en el INE y en las instituciones democráticas. Han intentado cooptarlas, pero aún no lo han logrado.
En el caso del INE, quienes garantizan un trabajo imparcial, independiente, autónomo, al servicio de la ciudadanía y no de algún actor político y menos aún del poder, es su servicio profesional de carrera: el Servicio Profesional Electoral que está trabajando a lo largo y ancho del territorio para asegurar el voto libre y secreto. Ayudémosles, como ciudadanos, a instalar las casillas y si salimos sorteados digamos sí al INE: la ciudadanía tiene que apropiarse de la elección de este año.
Confiamos en las instituciones electorales, sí, pero no les hemos dado un cheque en blanco. Vamos a acompañarlas y defenderlas, pero le daremos seguimiento a cada una de sus decisiones para evitar que tengan sesgos y favoritismos y vamos a observarlas para que no se sometan al poder y para que actúen con plena autonomía e independencia.
Vamos a presionar a los partidos para que aquellas propuestas que representen amenazas o retrocesos para nuestra democracia sean rechazadas y que no pretendan negociar a espaldas de la ciudadanía. Así pasó con el Plan A y así volverá a pasar cuantas veces sea necesario frente a cualquier intento de arrebatarnos o debilitar nuestra democracia.
Vamos a defender el derecho de todos de poder opinar libremente, aunque no estemos de acuerdo, porque creemos que la mexicana es una Nación en la que todas y todos cabemos. Para eso es esta manifestación, para defender los derechos y las libertades colectivas, incluso las de aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Eso es, precisamente la democracia, nuestra democracia, a la que defendemos y seguiremos defendiendo.
No olvidemos que cuando una democracia está en riesgo, quien no hace nada mientras otros la amenazan, la atacan y buscan acabarla, ya sea porque tienen miedo, porque son indiferentes o porque menosprecian esos ataques, terminan siendo responsables de su destrucción.
La democracia nació de las luchas de la ciudadanía, es una obra colectiva, y su defensa también es colectiva, no es una responsabilidad de algunos, sino de todas y todos. Por eso estamos aquí, para defender algo que es nuestro y que no vamos a permitir que nos arrebaten.
Si los autoritarios no descansan, tampoco lo haremos quienes luchamos y defendemos la libertad, la igualdad, los derechos y la democracia. ¡Aquí estamos hoy y aquí estaremos todas las veces que sean necesarias!
¡Vivan las elecciones libres y auténticas!
¡Vivan las instituciones de la democracia!
¡Viva la Constitución!
¡Viva un México incluyente y con libertades!
¡Viva México!
Copyright © 2024 La Crónica de Hoy .