Rogelio Barajas Contreras de 77 años de edad siente que morirá en la cárcel, donde lleva preso cuatro años, sin ser culpable de un homicidio que se le achaca. En el patio del penal, agrega “he perdido emoción por la vida…”. Pidió auxilio a autoridades pero la respuesta no llega.
“Me siento invisible, solo en el mundo; nadie me hace caso”. Incluso fue abandonado en sus heridas que quedaron cuando fue balaceada su casa por delincuentes. Hoy lleva un brazo inmovilizado.
¿Cómo imaginarse a esté hombre de cuerpo frágil y con un traumatismo desde hace años en el tarso del pie derecho, frente a una banda de delincuentes, empuñando un cuchillo y dándole muerte a un joven, cuando tenía 73 años de edad?
Se ríe, simplemente no hubiera podido hacerlo pues lo hubieran matado.
Por ese homicidio que, según él, no cometió el pasado 1 de septiembre de 2019, permanece preso en el Centro de Reinserción Social de Acámbaro, Guanajuato (Cereso), después de por lo menos siete irregularidades durante el proceso de sentencia, entre ellas la falta de un defensor publico.
En entrevista en el patio de ese Cereso y con una bala al interior de su cuerpo le vuelve a pedir al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ordene la revisión de su caso y se camine por el debido proceso.
Le pide ser beneficiado con lo que señala la Fracción Tercera del Artículo 144 de la Ley Nacional de Ejecución Penal y se le aplique la sustitución penal por su edad avanzada. Cambiar la cárcel por prisión domiciliaria.
Rogelio es uno de los un poco más de 6 mil adultos mayores que se encuentran en los reclusorios del país y es el único mayor de 70 años que se localiza en el penal de Acámbaro.
En el patio del penal se ve a un Rogelio frágil: camina cojeando, lleva inmovilizado su brazo derecho, uno de sus ojos va perdido de vez en vez, su lenguaje es lento, inaudible…
Cuando vivía en su casa de Pedro Moreno cerca del cerro de El Toro en Acámbaro se dedicaba a pintar oleo, acuarela, acrílico, tinta china y más. Sus obras lucen en casas de familiares y clientes y lucen muy bien.
“¿Sigue pintando aquí en el penal…?” se le pregunta a Rogelio. Es cuando suelta sus desencuentros con la vida “he perdido emoción por la vida, ya no me interesa nada, pienso que ya nunca voy a pintar…”. Ahora solo lee los pocos libros que hay en el penal.
Se duele. Mira a sus compañeros de prisión. Todos vestidos de color naranja, todos con pelo corto, todos con una historia de desencuentros con la realidad de afuera.
Pese a su voz lenta, Rogelio tiene ganas de platicar y dice con orgullo que la limpieza del penal la realizan los presos. Éste luce limpio y agradable. El único que no participa de los trabajos diarios de limpieza es él. Sus compañeros se la perdonan por ser mayor de edad.
Platica que en ese cerro de El Toro acostumbraba a ir a caminar, subir y bajar la cuesta, acompañado de su hermana. La cresta del cerro asoma arriba de las bardas del penal. Lleva su mirada hacía allá y ésta se le pone vidriosa.
Los hechos
Aquél 1 de septiembre de hace casi 4 años, Rogelio y su hermana, Martha estaban en su casa disponiéndose a irse a descansar. Eran pasadas las nueve de la noche, cuando escucharon golpes en su casa, balazos, vidrios rotos y gritos.
Unos tipos querían entrar a su domicilio. Después se enterarían que eran integrantes de uno de los carteles más poderosos de ese estado, gobernado por el panista, Diego Sinhue Rodríguez Vallejo.
Se enteraron de ello porque a los pocos días los mismos delincuentes invadieron la casa de Rogelio, misma que al día de hoy sigue invadida sin que la Fiscalía del estado actúe, como tampoco se ha actuado en apoyar a las víctimas.
Para la Fiscalía, Rogelio simplemente no existe.
En esa balacera a su casa cayeron heridos de bala Rogelio y su hermana. Ésta última aun alcanzó a llamar a la línea de emergencia. Llegó la policía y la ambulancia y fueron llevados al Hospital Regional de Acámbaro.
Después de 10 días de estar bajo atención médica y aun convaleciente lo dieron de alta pero en el patio del nosocomio fue capturado sin orden de aprehensión alguna, acusado de haber matado con un cuchillo a uno de sus atacantes.
El Rogelio de hoy
Rogelio fue llevado al penal y sentenciado a 25 años de prisión, desde donde enumera las enfermedades que carga: presbicia, estrabismo externo de ojo derecho, catarata estable, secuelas de traumatismo en tarso de pie derecho, hipertrofia de próstata…
Además y como resultado de la balacera a su casa, aquel año de 2019 uno de los proyectiles le perforó el pulmón y pleura derecho; la bala no le fue extraída, misma que impactó directo a clavícula derecha prácticamente pulverizando la región media.
“Esté brazo derecho me quedo plejico y anestésico en su totalidad”, explica sin soltar la mirada del vacío.
Al día de hoy no mueve ese brazo y solo recuperó algo de movimiento porque hace ejercicios sin ninguna recomendación médica. Nunca fue auxiliado por ortopedista alguno “las lesiones nunca me fueron clasificadas y no hay culpables de las agresiones que sufrimos”.
Se pregunta desolado “quién va a reparar el daño que se me hizo”. Es cuando dice que se siente solo, pues no hay autoridad que le extienda una mano de ayuda. Nadie.
Desde la cárcel recuerda su casa de dos plantas y el color de la fachada blanco y amarillo napolitano, su herrería y sus ventanales del techo al piso o cuando con sus hermanos, hacían barquitos de papel para llevarlos al rio, acompañados de su madre.
Es la misma casa y su patio y balcones llenos de plantas a la que le gustaría regresar vivo.
Luz de libertad
En entrevista aparte la Coordinadora del Programa de Sistema Penitenciario y Reinserción Social de la organización civil Documenta, Nayomi Aoyama González, opina que el caso de Rogelio, como otros parecidos que hay en prisiones, tendrá que revisarse el tema del debido proceso.
Además de que podría aplicarse una sustitución penal tal y como lo marca la ley para personas mayores de 75 años de edad.
Se le dice a Rogelio que podría haber una luz en el camino “yo ya he perdido esperanza y emoción por la vida…”
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