“No puedo describir la saña con la que mis abuelos fueron asesinados. A los dos les cortaron el cuello”. Así hablaba, ante una nube de reporteros, un muchacho de 22 años vestido de negro. Eran horas de vértigo las que siguieron al hallazgo de los cadáveres del político nayarita Gilberto Flores Muñoz y su esposa, la escritora Asunción Izquierdo, en su casa de la lujosa colonia de las Lomas de Chapultepec. Lo que no sabían los integrantes de la fuente policiaca, y, al cabo de poco tiempo se enterarían de que, en aquel momento, estuvieron hablando con el autor del crimen.
Eran los primeros días de octubre de 1978. Con los ojos llenos de lágrimas, el muchacho, que respondía por Gilberto Flores Alavez, repetía ante los periodistas una petición “al pueblo mexicano”. Era urgente, insistía, que se apoyara al gobierno, “para que ya no suceda esto”.
Las especulaciones corrían por toda la ciudad. Se habló de dos, de cuatro criminales como autores materiales de aquellas muertes. A Flores Muñoz y a su esposa los habían matado en sus camas. A medida que la información fluía, pues el doble crimen conmocionó a la clase política del país, que exigía conocer los detalles, el horror se reveló en las páginas de nota roja. A la pareja la habían atacado, mientras dormían, con un machete. El acento más oscuro de aquella tragedia lo encontraron las autoridades en el cuerpo de Asunción Izquierdo: su asesino dejó el arma homicida clavado en el cuello de la mujer.
Gilberto Flores Muñoz había sido gobernador de su natal Nayarit, y era un político en activo, que estaba a cargo de la Comisión Nacional de la Industria Azucarera. Asunción, su esposa, había escrito algunas obras bajo el seudónimo de Ana Mairena. A pesar de que había vigilancia en la casa de la pareja, en la calle de Palmas, los autores del doble crimen habían logrado penetrar a la casa marcada con el número 1535 de la calle de Palmas, y atacar a los esposos que, cada cual en su recámara, ya dormían.
El horror comenzaría a la mañana siguiente.
Nadie se explicaba cómo fue que los asesinos entraron a la casa de los Flores Izquierdo, porque en la casa estaban, aparte de don Gilberto y su esposa, estaban cinco empleados domésticos, incluyendo un vigilante, y os cuatro nietos de la pareja, Gilberto, Alicia, Patricia y Alfonso. Ninguno de ellos se enteró de lo que ocurrió en las recámaras del político y de la escritora. Además, quien quiera que hubiera matado a los Flores Izquierdo, se movió con toda libertad, para matar primero al director de la Comisión Nacional de la Industria Azucarera, y después se había movido hacia la alcoba de la escritora. Tanto los cuerpos policiacos – la policía judicial, la Federal, la Federal de Seguridad, Judicial del Distrito Federal como los reporteros se manifestaban desconcertados.
La familia se fue a dormir poco antes de la media noche, según declaró Gilberto Flores Alavez, el mayor de los cuatro nietos que se encontraban en la casa. Los muchachos estaban en el hogar de los Flores Izquierdo porque sus padres se encontraban de viaje.
La mañana del 6 de octubre, hacia las 8 de la mañana, la menor de las nietas, Alicia Flores, se dispuso a marcharse a la Universidad Iberoamericana, donde estudiaba. Al entrar a despedirse de la abuela, encontró el cadáver destrozado y con el machete clavado todavía en el cuello, Aterrorizada, la muchacha corrió al cuarto de su abuelo. Se encontró con que Gilberto Flores Muñoz también había sido asesinado.
En el mar de especulaciones, Francisco Sahagún Baca, jefe de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) afirmó que las víctimas habían sido asesinadas entre las dos y las cinco de la mañana. El informe forense, dado a conocer con prontitud, precisó que la hora de la muerte de la pareja hacia la media noche. Estimaban los peritos que debieron ser al menos dos personas las que mataron al matrimonio.
El doble homicidio parecía el crimen perfecto. Cuando Alicia Flores Alavez encontró muertos a sus abuelos, las puertas a la calle y a los jardines estaban completamente cerradas. La casa estaba completamente alfombrada, y no había manchas de sangre en los pisos. La policía se aplicó a examinar a detalle la casa de la calle de Palmas, pues consideraba que había algunos sitios donde los asesinos pudieron ocultarse, esperando que pasara el alboroto, para después salir, cuando nadie los viera.
Incluso, la policía trazó un escenario con la cantidad de participantes en el crimen: una debió abrir las puertas de la casa, otra permaneció en la calle para avisar a sus cómplices de algún peligro, un tercero entró en la residencia para buscar las recámaras del matrimonio y un cuarto mató a machetazos a la pareja.
Se empezó a hablar de un crimen con motivaciones políticas, porque nada estaba fuera de lugar en la casa de los Flores Izquierdo: nada faltaba, nada había sido robado. Junto a la casa de las víctimas se encontraba, en aquellos días, la embajada de Turquía en México: los patrulleros comisionados a resguardar la sede diplomática nunca vieron algo anormal. El vigilante de la casa, el policía bancario Javier Pérez Mancera, tampoco notó nada extraño.
La fuente de la nota roja se hacía lenguas con las numerosas suposiciones. Mucho le insistieron a los jefes de los cuerpos policiacos, Sahagún Baca y Rosendo Páramo Aguilar, desestimaron las suposiciones y las preguntas de los reporteros que intentaban sacarles algún dato relevante de las primeras investigaciones; Jesús Miyazawa, director de la Policía Judicial del Distrito Federal, ni siquiera quiso hablar con la prensa.
Los cuerpos de Gilberto Flores Muñoz y de Asunción Izquierdo fueron velados en la casa donde los mataron, y luego se les llevó a Nayarit para sepultarlos allá.
En un intento por resolver el caso con prontitud, la policía señaló como principales sospechosos al chofer de la familia, León Sandoval, y a dos carpinteros, Delfín Vargas Sánchez y Luis López Méndez, de sesenta años de edad, al que aprehendieron cuando llevaba consigo a su nieto Roberto López, un niño de cinco años. Gilberto Flores Muñoz, un hombre de 72 años, tenía una larga biografía política: había sido fue diputado federal, senador, secretario de Acción Deportiva del Partido Revolucionario Institucional, gobernador de Nayarit, secretario de Agricultura y Ganadería la gestión del presidente Adolfo Ruiz Cortines, y hasta había sonado como presidenciable. A todo mundo le interesaba tener una solución pronta al doble crimen.
Funcionarios y políticos se apresuraron a desechar la hipótesis de un crimen político. El jefe de prensa de la Comisión Nacional de la Industria Azucarera, Salvador del Río, consideró imposible una motivación relacionada con el cargo de la víctima. Don Gilberto, aseguró el vocero, tenía muchas amistades y ningún enemigo en el mundo de la industria azucarera.
Pero la prensa insistió en indagar. Los reporteros obtuvieron palabras de Ángel Martínez Manzanares y Francisco Soto Leyva, presidente y secretario general de la Unión Nacional de Productores de Caña, de la Confederación Nacional Campesina. Ellos también descartaron un móvil político en el crimen. Aprovecharon para describir a Flores Muñoz como un funcionario “humano, honesto y desinteresado, que apoyaba a toda la industria”.
Pero las especulaciones no se terminaron. Se empezó a hablar de un asesino “enfermo mental”, de alguien “muy cercano a la familia”. Entre los muchos chismes que circularon, se empezó a decir que, al ser interrogado, como el resto de los ocupantes de la casa, el mayor de los nietos, Gilberto Flores Alavez, por cierto, el consentido de su abuela Asunción, había empezado a mostrarse contradictorio.
De inmediato, el padre del muchacho, el médico Gilberto Flores Izquierdo, salió en defensa de su hijo, y acusó a la prensa y a la policía de estar intentando fabricar culpables, en vista de que no tenían nada sólido en las manos.
El 10 de octubre de 1978, en diversos periódicos de la capital se publicó un desplegado. Lo firmaban 16 amistades de los Flores Izquierdo. En aquel desplegado se quejaban de las especulaciones de la “prensa amarillista” y a las suposiciones de la policía, que no hacían otra cosa que estar “difamando a las personas de sus familiares más queridos [de los Flores Izquierdo], escudando su incompetencia en la mentira y en la calumnia”. Los ataques eran especialmente duros contra Jesús Miyazawa. Se exigía su cese. Al cabo de unos pocos días, el caso dio un vuelco. Los “sospechosos” no eran tales.
“¡Fue el nieto!”, gritaron los periódicos el 11 de octubre de 1978. Un día antes, el periódico La Prensa aseguró que la policía había encontrado ropas ensangrentadas en la habitación que había ocupado Gilberto Flores Alavez, el nieto mayor de la pareja asesinada. También hallaron una lima que, se presumió, había sido empleada para afilar el machete empleado en el crimen.
Durante las investigaciones, se había interrogado a 11. El cerco se fue cerrando, y finalmente, Gilberto confesó que él era el autor del crimen. La prensa relató que la primera confesión del muchacho la hizo delante del procurador del Distrito Federal, Agustín Alaniz Fuentes, el médico Flores Izquierdo y el director general del IMSS, Arsenio Farell Cubillas.
Después, se le presentó ante la prensa. Como el culpable del asesinato de sus abuelos. Ya nadie lo mencionaba por su nombre. Simplemente era “el nieto”. Y todos sabían perfectamente de quién se trataba. De aquellos días data un cartón de Rogelio Naranjo, que hablaba del “horrorosísimo nieto que horrorizó a la horrorosa sociedad”.
Afloraron más detalles: Gilberto había comprado el machete y la lima en una tlapalería, “La Gloria”, de la avenida de Niño Perdido (hoy parte del Eje Central Lázaro Cárdenas). Lo habría ayudado en su plan un joven amigo suyo, Anacarsis Peralta.
Se insistió en que el muchacho padecía un trastorno mental. Todas las autoridades policiacas insistieron en esa explicación. Hasta el titular de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Nazar Haro, afirmó públicamente que se trataba de “un caso claro” de enfermedad mental. Gilberto Flores Alavez repetiría esa misma expresión cuando lo presentaron ante la prensa.
En aquella presentación, un reportero le preguntó por los motivos que tuvo para matar a sus abuelos. Flores Alavez respondió:
-Fue un acto de inconciencia psicológica.
-¿Quiere decir que está usted loco?
-¡No sea majadero!, -terció el médico Flores Izquierdo, padre del presunto asesino.
No fueron pocos los reporteros que, al redactar sus notas, subrayaron que, para padecer “una enfermedad mental”, Gilberto Flores Alavez parecía bastante cuerdo y que daba la impresión de “haber sido adiestrado para su confrontación con los periodistas”.
Pero, ¿cuál era el móvil? Se aseguró que el joven Gilberto decidió matar a sus abuelos por diversos disgustos con él, a quien constantemente regañaban. Afloraron detalles incómodos, como el hecho de que los muertos habían cambiado sus testamentos para heredarse mutuamente, y que el político Flores Muñoz estaba seriamente distanciado de su hijo el médico Flores Izquierdo, a grado tal que llevaban años sin hablarse.
El 12 de octubre, Gilberto Flores Alavez fue trasladado al Reclusorio Oriente.
“El Nieto” fue condenado a 28 años de prisión. Pero su padre, junto con un equipo de abogados, trabajaron sin descanso para liberar al muchacho, argumentando que se habían manipulado las pruebas forenses para inculparlo.
Gracias a ese trabajo, Gilberto Flores Alavez fue liberado a principios de los años 90 del siglo pasado. En 2009, aseguró a la prensa que sus abuelos habían sido asesinados con el conocimiento del entonces presidente José López Portillo, porque Flores Muñoz tenía pruebas de la corrupción de la industria azucarera. Pero en ese lejano 1978, la historia de aquellos ancianos asesinados, vinculados con el más alto poder político, llenó planas y planas de la nota roja más sensacionalista de aquellos tiempos, a grado tal, que inspiró al escritor y periodista Vicente Leñero a producir un reportaje de largo aliento, enriquecido con el talento literario de su autor. El resultado fue un libro de esos que perduran, un clásico contemporáneo, “Asesinato”, en alguna época lectura indispensable de todo estudiante de periodismo. Cuando uno lee las páginas de Leñero, vuelve a advertirse esa oscura niebla, la brutal violencia que se llevó a Gilberto Flores y a Asunción Izquierdo, como se ha llevado a tantos otros.
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