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“El populismo es una enfermedad de la democracia; falta saber si es capaz de matarla”

 Pláticas con Francisco Báez, fundador de Crónica, en torno al populismo, su auge internacional, su expresión mexicana y su pretendido aire transformador sin tocar un pelo al sistema económico o al capitalismo de cuates

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Crisanta Espinosa Aguilar

Hace unos años, el populismo empezó a ser foco de atención en la redacción del diario Crónica. La llegada de personajes estrambóticos a la Europa del este que había vivido primaveras democráticas, el ascenso de Trump y pronto lo que sucedió en México, dieron pie a que el populismo fuese materia constante en la información y análisis aparecidos en nuestras páginas y nuestra web.

Francisco Báez, uno de los fundadores de Crónica y sin quien estos 30 años de historia periodística resultarían imposibles de explicar, plasmó parte de estos análisis en el libro Populismo neoliberal (Cal y Arena 2024) y dejó en él un recuento de lo distante que estaba la llegada de un líder carismático del verdadero cambio de una maquinaria social que, generalmente, trabaja en contra de quienes menos tienen.

En entrevista, hace un recuento de la llegada del populismo a naciones ricas, pobres, con tradición autoritaria o cierta filia hacia la democracia. Báez comenta: “No hay alguna que esté libre del virus populista”, pero puntualiza que la expansión es menos relevante que su efecto de fondo: “la pregunta es si ese virus es capaz o no de destruir las instituciones y de cambiar los sistemas económicos. En los casos europeos no he visto la destrucción de instituciones y en ningún caso, salvo en aquellos en los que se volvieron dictadura, he visto intentos de cambio de régimen económico”.

–¿Los populismos no dictatoriales significan realmente un cambio de régimen?

–Nos encontramos con cosas como gobiernos populistas con economías que tienen cierto grado de bienestar y no cambian este tipo de cosas. Me parece que es más un intento de cambiar la configuración política, que de hacer verdaderos cambios más allá del ‘quítate tú, para ponerme yo’. No hemos visto un cambio en las correlaciones entre las clases sociales, en lo meramente discursivo.

–Hay estudiosos que señalan que el populismo va a transformar la democracia…

–Existen dos posibilidades al enfermarte por un virus, o te curas o te mueres. Con el populismo tenemos una democracia enferma, hay casos, el más evidente para Latinoamérica es Venezuela, en los que el populismo terminó convirtiéndose en una dictadura completa, sin ninguna máscara. La democracia en Venezuela está muerta.

Y tenemos lugares con populismos, como Argentina, en donde la democracia está deforme, pero se mantiene en lo fundamental. En Europa, el único caso donde el populismo parece haber fagocitado a la democracia, y quién sabe hasta cuándo, es el de Hungría con Viktor Orbán, alguien admirado por Trump. En Polonia ha habido respuestas a estos después de muchísimos años; en Turquía Erdogan no ha podido hacerse del todo poder como él quisiera.

Claro que sí tenemos un riesgo de muerte de la democracia, yo no estaría diciendo como hacen otros que ya se acabó la República, pero evidentemente la democracia mexicana ha pasado a ser un régimen híbrido, con elementos democráticos y otros claramente autoritarios, agregaría que también esperpénticos, como lo que vimos en el Congreso recientemente con la aprobación de la Reforma Judicial.

–¿Qué elementos crees que ayudaron a fortalecer el populismo mexicano?

–La generación a la que pertenezco luchó por la democracia y la generación previa nos decía: ‘que no ven que hay paz, que hay crecimiento, progreso y modernidad’’. Nosotros respondíamos: ‘pues sí, pero a cambio de eso este es un país es una cárcel disfrazada, sin libertad de expresión verdadera, sin sufragio efectivo, con una desigualdad lacerante’. No había verdadera participación social, estaba el corporativismo, desfilar y aplaudir sin convicción: era una unanimidad forzada.

Todo esto fue cambiando de manera paulatina y sucedió que cuando se accedió a la democracia, nunca perfecta pero se accedió a ella, no hubo una respuesta en términos de eficacia social y eso generó desilusión hacia la democracia.

Una parte importante del libro es tratar de explicar al votante que prefiere el populismo a pesar de que, en términos de la economía, no haya un cambio real, que todos los cambios sean de corto plazo, sin un estado de bienestar que invierta tanto en infraestructura, como que genere empleos y plantee certidumbre jurídica (ahora hay menos) y realice un gasto social de largo plazo.

Lo que hay hoy son transferencias monetarias que se sienten en el corto plazo, ha habido un aumento en los salarios mínimos, lo que trae mejora de ingresos monetarios, con reducción de pobreza por ingresos, pero va acompañada de vulnerabilidades en educación, salud, vivienda. En realidad, no tenemos una disminución en la pobreza multifactorial, que es la que importa, ni tenemos un cambio en las relaciones sociales, porque seguimos bajo un sistema de capitalismo de cuates.

–Nuestras generaciones, desde los setenta del siglo pasado hasta el cambio de siglo, ¿se equivocaron al trazar el camino a la democracia?

–Se dice, con razón, que la democracia no garantiza un gobierno eficaz. Eso no lo puede garantizar la democracia y hay que subrayar que no es que la democracia no tenga adjetivos, siempre debe tenerla y no tuvimos una democracia social. No podemos asegurar que una democracia social hubiera contenido la ola populista, pero sí podemos asegurar que la democracia no social permitió que la ola fuera tan grande y arrasará con instituciones.

Si la población está desilusionada de la democracia y le es indiferente, en el fondo, lo que pase con ella en tanto haya comida en la casa (y aunque no haya medicinas y no haya baños en la escuela), es un asunto inmediatista que tiene que ver con factores culturales.

Creo que hay sociedades cuyo valor principal es la supervivencia personal y otras que piensan más en la pluralidad, el respeto a la ley. Hay naciones, como las escandinavas, que son de este último tipo y que suelen respetar la ley; la típica nación que está pensando todo el tiempo en la supervivencia, pero respeta la ley, es China. Los rusos son parecidos a los chinos, pero menos legalistas, en tanto que los mexicanos somos un poco más abiertos, menos supervivientes, pero respetando poco la ley.

Esa lógica de supervivencia y falta de respeto a la ley es de muy buena ayuda para quienes quieran tomar el poder utilizando las instituciones democráticas para luego deshacerlas.

–Para México, ¿cómo resumirías los últimos años en cuanto a estos temas?

Yo subrayaría que, por el momento, lo que hemos vivido es destrucción de instituciones, o por destrucción o por deformación, como la CNDH.

Es curioso que la transición democrática no fue de pocos años, fue una construcción muy lenta y hoy estamos viendo su distorsión cada vez más aceleradar.