Ellas lo eran todo: la milpa, la naturaleza y la madre tierra. Setenta mujeres, representantes de los pueblos indígenas y afrodescendientes, subieron al estrado para recibir a Claudia Sheinbaum, la nueva presidenta, la primera en la vida del país.
Sólo mujeres, con sus dones y su fuerza. Una mujer la abrazó. Otra la humeó con una fusión de laurel y otra le acercó el copal. Una le entregó el bastón de mando y otra la tomó de las manos para obsequiarle la mejor frase de la jornada: “Tú eres la voz de quienes no tuvimos voz por mucho tiempo. Hoy las mujeres indígenas estamos de fiesta, y no sólo las indígenas, sino todas”.
Sólo ellas. Parecía una tarde para reivindicarlas, para quemar en una hoguera todas sus adversidades y desventuras, para entronizarlas, pero fue la propia Sheinbaum quien quebrantó esa magia femenina para volver a las ataduras...
Cuando terminó el ritual de infusiones y flores, dominado por ellas, las mujeres de nuestros pueblos, la presidenta se acercó al micrófono para dirigirse por vez primera a la multitud reunida en el Zócalo citadino, el ombligo de la luna, rebautizado así desde el templete como una forma de adecuarse a los nuevos tiempos. La luna y ellas. La luna y las velas. La luna y Claudia. Pasaron sólo 45 segundos de su discurso para recordar a su antecesor, para vitorearlo y rendirse ante él y sus frases. “Así como lo hizo él”, reiteraba… Las giras de fin de semana, las conferencias tempraneras, los mismos programas sociales y las mismas banderas de papel contra la corrupción y el derroche.
“Es un honor estar contigo. Allá en tu casa, compañero, siempre estás en el corazón del pueblo de México”, le dedicó a la distancia. Y repitió su nombre una decena de veces mientras el copal de las mujeres se extinguía.
OJOS PARA ELLAS. Atada o no, cercada o no, el nombre de Claudia Sheinbaum se inscribió ya en los libros de la nación. La primera presidenta, con a, en un país dominado por hombres durante más de 200 años, en un país de machismo arraigado y de conquistas tardías a favor de las mujeres.
“Entregaré mi alma y mi vida por el bienestar del pueblo. No les voy a fallar”, prometió.
Abajo, lejos del laurel y de las milpas ondeantes, se respiraba también ese aire ambivalente y confuso, esa brecha entre libertad y sujeción. Desde el amanecer el ombligo de la luna fue invadido por soñadores y acarreados, por idealistas y fanáticos, por optimistas y curiosos. De un género y del otro. De una preferencia y de otra. Mujeres y hombres. Pero esta vez no era momento para pensar en ellos ni para voltearlos a ver. Eran los invisibles de un primero de octubre.
Quizás por la convicción de vivir un día inédito, cargado de feminismo, sólo hubo ojos para ellas. Por eso se multiplicaron a la vista. Por eso se volvieron mayoría decretada.
Una de ellas, mujer, había llegado a Palacio Nacional para tomar las riendas…
Y, con ella, llegaron también la mujer policía y la estudiante irreverente; la mujer de trenzas y la de cabello teñido; la vendedora de caricias y la virgen; la tamalera y la oficinista; la abuela sin dientes y la puberta; la de ojos verdes y la de piel morena; la acarreada y la espontánea…
Y ahí estaban. Todas. Todas…
Unas se sentían poderosas heroínas e imaginaban tiempos mejores por venir, “porque las mujeres sí saben administrar y gobiernan diferente”.
Doña Estela Otil, de 70 años y originaria del Itsmo de Tehuantepec, en Oaxaca: “Para nosotras las mujeres es muy bueno que haya una presidenta, es de mucho orgullo porque somos de campo y sabemos que ella sí apoyará a la gente pobre, a la necesitada. Estamos muy felices. Aquí estamos, con ella, porque las mujeres han sufrido mucho”.
Perla Romero, de 30 años, quien llegó desde Ciudad Obregón, Sonora, en representación de “Mujeres al 100”, grupo dedicado a realizar labor social en pro de las mujeres: “Llegamos juntas y vamos con todo. Será un gobierno distinto, con el toque de una mujer. Claudia es nuestra esperanza. Ha sido una larga lucha. Desde pequeña he visto luchar a otras por los derechos de las mujeres, alzando la voz para que nos volteen a ver, y se ha logrado”.
Otras se seguían ocultando tras la espalda de un hombre, sonrojadas, cuando se les preguntaba sobre el significado de una mujer en la Presidencia. O respondían con toda la carga sombría de un país eclipsado por la opresión y los roles de género.
Doña Maya, vendedora de globos de 69 años: “A ver qué tal nos va, por una parte está bien que entre la señora, pero por otra parte habrá mucha mujer abusiva, de por sí hay muchas que no quieren hacer de comer, que prefieren irse al baile con las amigas en lugar de cuidar a los hijos y ahora seguro se sentirán muy salsas”.
Doña Natalia, quien vive en Ciudad Neza y se gana la vida ofreciendo rollos de canela: “No sabemos si va a salir buena o mala, ya lo dirá el tiempo. Sí, es mujer, pero a ver si no salimos todas revolcadas”.
Doña Rosa, del grupo de recolección de basura en el centro histórico: “Si es hombre o mujer, yo debo seguir trabajando. No me importa ni me interesa si tiene falda o bigote”.
Arriba, en el presídium, la primera presidenta. La presidenta y la ceremonia en honor a la madre tierra. La presidenta y 70 mujeres indígenas. La presidenta y el bastón de mando. Ellas lo eran todo. Ellas. “Tú eres la voz”, le decían, pero en 45 segundos la atadura regresó…
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