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La selva no es como la de los libros de mi escuela: historias de los niños del Darién

Infantes migrantes de Venezuela, Haití y Ecuador, recuerdan que estuvieron cinco días entre la vegetación, lodo e insectos, incluso entre cadáveres en la Selva el Darién, una de las zonas más peligrosas del Continente Americano

Niño sonriendo
Atuán, migrante venezolano de 7 años Atuán, migrante venezolano de 7 años (Liliana Gómez)

“Mientras caminábamos, el cielo no se veía porque árboles muy altos lo tapaban, había monos colgados en ellos; a las serpientes les aventábamos piedras para que no se acercarán y los cocodrilos estaban muy grandes”, narran Atuán e Isaid, de 7 y 5 años, hermanos de nacionalidad venezolana, quienes caminaron cinco días entre la vegetación, lodo e insectos, incluso entre cadáveres en la Selva el Darién, una de las zonas más peligrosas del Continente Americano.

Migrantes junto a sus padres, Atuán e Isaid recuerdan el agua muy fría de los ríos que cruzaban. “Ya no quiero sentir el agua fría, ahora sólo quiero calientita”, dice el mayor. Acompañan su relato con mímica, contraen los hombros, temblaban y se envolvían en sus propios brazos al recordar el agua del río.

Los hermanos juegan dominó frente al albergue CAFEMIN, ubicado en la colonia Vallejo, alcaldía Gustavo A. Madero, esperando un lugar para pasar la noche. El nombre de Isaid significa “Dios nos ha escuchado”, lo que parece ser necesario para que la familia alcance albergue, pues el lugar está equipado para recibir a 90 personas simultáneamente y ha debido alojar a 500 desde que la enésima crisis migrante estalló hace una semana.

“Cuando estábamos en el río, vimos pasar un animalote color negro y la gente le empezó a lanzar piedras”, recuerda Atuán, “nadó más al fondo y se fue a esconder a una cueva”, describió el hermano mayor con sus brazos extendidos, batiéndolos para simular el nado del animal.

Su hermano menor lo interrumpe para recordarle que allí mismo la corriente se lo iba a llevar: “A ti te iba a llevar la corriente del río, At, por estar viendo al animal, ¿Te acuerdas?”. El pequeño suelta una carcajada mientras se cuelga del cuello de su madre.

“¡Ah, es verdad!”, respondió Atuán, quien dice que no eran los únicos niños en el río. “Uno más grande que nosotros tuvo que agarrarse del mecate. ¡Uy! casi se lo lleva la corriente”, vuelve a interrumpir Isaid, esta vez dando brazadas en el aire.

En la otra acera, Hammer, quien también cruzó el Darién, ella con sus papás y su prima, permanece sentada en un cojín, jugando con una barbie y una casita de Polly Pocket, juguetes que le regalaron en Chiapas. Para esta pequeña venezolana de 8 años, el recuerdo del río no le disgusta, “me gustaba bañarme, aunque el agua estaba fría”.

“Recuerdo a muchos niños llorando en la selva”, prosigue, “yo caminé mucho, vi cobras y moscos grandes. Cuando caminábamos mi papá no me soltaba de la mano, varias veces nos caímos había mucho lodo”, recuerda la pequeña venezolana mientras peina a su barbie y espera lugar en el albergue. Su familia lleva cuatro días durmiendo en un parque cerca de la estación del Metro Misterios.

A 20 minutos del albergue CAFEMIN, Isaac y Valeria, de 7 y 12 años, también ecuatorianos y quienes tienen tres horas de haber llegado a la Ciudad de México, se sientan bajo un árbol cubriéndose del rayo del sol, afuera de la Central de Autobuses del Norte. En el lugar se ha instalado un pequeño campamento con casas de campaña, hules y cartón.

Isaac y Valeria cruzaron el Darién con mamá, papá y su hermanito de 11 meses.

“Me puse amarillo y se me fueron las fuerzas de tanto caminar, porque no habíamos comido en un día, los haitianos nos regalaron comida”, dice Isaac. Su hermana Valeria también estuvo a punto de ser arrastrada por la corriente de un río, “hasta que un haitiano la ayudó a salir… los haitianos son buenas personas, nos ayudaron mucho, la selva es peligrosa y grande, no es como en los libros de mi escuela”.

Valeria, muy atenta a lo que pasaba a su alrededor y con una gran sonrisa, recordó que le dio fiebre por dos días en la selva después de que la picó una hormiga, “grande, volaba, solo recuerdo el ardor”

“La selva es bonita; cruzarla, no”, resume con precisión esta niña de 12 años, una de los miles que han recorrido medio continente en busca de los Estados Unidos.

En cuanto a las autoridades mexicanas, un adulto es quien resume sus acciones, “sólo dan pañito tibio a los migrantes”, señala sobre lo que el personal del Instituto Nacional de Migración hace cuando se presenta.

La central de autobuses del Norte, se ha convertido en un refugio para los migrantes que vienen llegando de la frontera del Sur; en las banquetas y camellones aledaños, los venezolanos, haitianos, colombianos y ecuatorianos. Allí llegan los de migración a dar “el pañito tibio”: no pueden estar aquí, deben irse más adelante. Y el campamento para de la banqueta al camellón. “Además nos mandan a los albergues sabiendo que están saturados”.

Sobre el camellón frente a la central camionera, en la Plaza Giordano Bruno de la Ciudad Juárez, en los albergues de Iztapalapa, Tláhuac, los de Álvaro Obregón o Azcapotzalco, decenas y decenas de niños han hecho, junto a sus padres, una parada después de una odisea que los llevó a cruzar, el lugar más estrecho del Continente Americano y también el más peligroso. De allí, estos niños del Darién han sacado recuerdos que relatan sin perder los rasgos propios de la infancia.

Su objetivo se ubica a 2 mil kilómetros de distancia, en la frontera norte mexicana. De su futuro, el inmediato y el de más allá, es muy difícil saber con precisión cuál será.

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