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Sospechas que nunca se disipan:la muerte de Carlos A. Madrazo

Desde hace siglos que el recelo y la sospecha forman parte de la cultura política de este país. Se dijo en el siglo XVIII que el virrey Gálvez había muerto envenenado; que Nicolás Bravo y su esposa también habían sido envenenados en 1854, que el feroz Maximino Ávila Camacho, eterno suspirante por la presidencia que sí había alcanzado su hermano, había muerto con una pequeña ayuda externa, justo cuando creía tener el máximo poder al alcance de su mano. Pero hay otras historias donde ese máximo poder político es el sospechoso principal.

historias sangrientas

No hubo sobrevivientes en el accidente del vuelo MX-704. A bordo viajaba otro mexicano célebre, el tenista Rafael “Pelón Osuna”.

No hubo sobrevivientes en el accidente del vuelo MX-704. A bordo viajaba otro mexicano célebre, el tenista Rafael “Pelón Osuna”.

Llegó puntual para abordar el avión que lo llevaría a la ciudad de Monterrey desde la ciudad de México. Viajaba con Graciela, su esposa. Era junio de 1969 y los vientos del 68 parecían amainar. Hacía ocho meses que aquel viajero había sido acusado de ser una de las “cabezas ocultas” que encabezaban la conjura comunista para derribar al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y que habían echado a andar el movimiento estudiantil. Pero el tabasqueño Carlos A. Madrazo se había crecido al temporal. Veía el futuro con optimismo. Después de todo, llevaba muchos años en la brega política. Apenas tenía 54 años. Había mucho por hacer.

Se dispuso a abordar el avión. Se enteró de que el campeón de tenis, Rafael “Pelón” Osuna, era compañero de vuelo. Cordial, le dio gusto a su hijo de quince años, Roberto, y antes de subir a la nave se tomaron una foto con el deportista. Luego, las despedidas.

Pero aquel avión, el MX-704 de Mexicana de Aviación, nunca volvió a la ciudad de México. Ni siquiera alcanzó a tocar tierra en Monterrey. Se estrelló unos pocos minutos antes de llegar a la capital regiomontana y nadie sobrevivió.

El accidente, uno de los más terribles ocurrido en territorio mexicano, se convirtió en uno más de los casos trágicos de la historia de la aviación nacional. Pero durante décadas fue motivo de especulación y no han sido pocas las ocasiones en que aquella tragedia se define como un crimen político, de esos que, al prologar una edición de “La Sombra del Caudillo”, a los pocos años del accidente aéreo, el escritor Antonio Castro Leal aseguró que pertenecían a un pasado muy remoto en la vida política de México.

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LA TRAGEDIA

Y es que desde un principio, hubo muchas razones para que la duda recorriera la mente y el ánimo de los simpatizantes y amigos del tabasqueño Carlos A. Madrazo: el avión era casi nuevo, un Boeing 727-64, que tenía dos años de uso. Su vuelo inaugural había ocurrido el 6 de enero de 1967. Pocos días después, el 17 de enero, la nave se entregó a Mexicana de Aviación y recibió un nombre de acuerdo a su modernidad y poderío: Azteca de Oro.

Como correspondía a su categoría, la tripulación de aquel avión era también de alto nivel: el capitán de la nave era, nada menos, que un veterano de la Segunda Guerra Mundial, orgulloso ex integrante del Escuadrón 201, que había luchado en el Frente del Pacífico. En 1969 acaso ya pocos se acordaban de las buenas referencias del Escuadrón, consignadas en los reportes estadunidenses, y, tal vez, ya se habían apagado las imágenes del recibimiento en México, en noviembre de 1945, para aquella fuerza expedicionaria que fue aclamada porque estaba integrada por auténticos héroes militares.

Pero lo cierto es que Guillermo García Ramos, capitán del vuelo MX-704 tenía en 1969, experiencia en aviación militar y comercial; no era ningún improvisado, y tenía ya 15 mil horas de vuelo en aviones comerciales. Carlos de Iturbide Magallón era el primer oficial y el nombre del ingeniero de vuelo era Alfonso Navarro Mazzini. ¿Algo podía salir mal?

De hecho, todo salió mal en la investigación que produjo el informe oficial de aquella tragedia en la que murieron 79 personas: ¿podía alguien con la experiencia del capitán García incurrir en un enorme error?

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La nave había partido de la ciudad de México poco después de las 7 de la mañana, y no reportó complicaciones en el trayecto hacia el norte del país, hasta que llegó el momento de aproximarse al aeropuerto regiomontano.

En las cercanías del Aeropuerto Internacional del Norte se dio la última conversación entre una torre de control y la tripulación del MX-704: la nave pidió información de tráfico aéreo y de condiciones climatológicas. Los datos fluyeron: clima nublado, neblina, lluvia ligera, y no había otras naves preparándose para aterrizar. El MX-704 preguntó por la operación de un radiofaro en un punto conocido como Ciénega de Flores. No está en funcionamiento, fue la respuesta. “Estamos captando una señal parecida a la del radiofaro”, dijeron desde el avión. Fuera de ese extraño suceso. Todo marchaba. La nave de Mexicana reportó: el aeropuerto estaba a la vista.

Después, fue el silencio.

La búsqueda de la nave resultó en la crónica del que, hasta la fecha, es, por cantidad de víctimas, el segundo accidente más letal en la historia de nuestra aviación, y todavía daría mucho de qué hablar.

LA INVESTIGACIÓN Y LOS RECELOS

¿Por qué toda la prensa de 1969 se fue con la finta? ¿Porque les sonaba familiar, porque el avionazo donde murieron Carlos Madrazo y el Pelón Osuna les recordó la trágica historia de la muerte de la famosa y querida Blanca Estela Pavón? Haya sido por lo que haya sido, el caso es que, salvo los diarios de Nuevo León, las primeras planas del 5 de junio de 1969 afirmaban que el MX-704 se había estrellado en el Pico del Fraile, punto localizado en las laderas del Popocatépetl. En realidad, el avión de Mexicana había caído en la Sierra del Fraile, a unos 20 kilómetros de Monterrey, y literalmente se había deshecho. No hubo sobrevivientes y si Madrazo no hubiera volado a bordo de aquel avión, todo habría quedado en una tragedia a secas.

Pero Carlos Madrazo era un hombre incómodo al sistema político que lo había prohijado y lo había hecho crecer. Diputado en los años 50, gobernador de Tabasco de 1959 a 1964, había sido llevado a la presidencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI) con la bendición de Gustavo Díaz Ordaz. Y ahí habían empezado los problemas.

Porque Madrazo había planteado y defendido la necesidad de “democratizar” los procesos internos del PRI, de diseñar mecanismos se selección de candidatos que no estuvieran regidos por el “dedazo”, por la sola voluntad del señor presidente. Las resistencias dentro del PRI fueron graves y enormes. La gestión de Carlos A, Madrazo al frente del partido que regía al país duró poco: las tensiones desatadas por sus proyectos fueron tales, que renunció a la dirigencia priista en noviembre de 1965. Perturbador dentro de su militancia priista, fue uno más de los señalados como promotor de la efervescencia estudiantil de 1968, y también se le acusó de estar detrás de reclamos de justicia agraria en aquel, el México del desarrollo estabilizador que siempre miraba hacia adelante, feliz de encarnar el progreso nacional.

Las habladurías políticas de junio de 1969 aseguraban que Carlos A. Madrazo abandonaría el PRI en algún momento no muy lejano, para fundar un nuevo partido que se atreviera a pelear espacios y ganar posiciones; una oposición de verdad, nutrida con sangre priista pero con ánimo y proyecto diferente.

Por eso se diría que muchos viejos militantes del PRI suspiraron con alivio cuando se supo de la tragedia en la Sierra del Fraile.

La versión oficial diagnosticó que el capitán García Ramos no siguió la ruta adecuada al aproximarse al aeropuerto; que en vez de girar a la derecha para enfilar hacia la pista de aterrizaje ¡giró a la izquierda! para chocar contra el Cerro de los Tres Picos e incendiarse. Las investigaciones de aeronáutica civil consignaron que no existían los últimos minutos de la grabadora de voz de la cabina, razón por la cual no podía dilucidarse el origen de aquel error fatal.

A Carlos A. Madrazo se le identificó por la etiqueta con su nombre en el saco, hecho jirones, que sus restos aún conservaron. Se habló de que se encontró su mano, todavía con su anillo de bodas puesto. Esta historia de la mano hallada también, en los años que siguieron, se aplicaría a los restos del Pelón Osuna.

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Muchos años después, Roberto, hijo de Carlos Madrazo, aseguraría que jamás se encontró la “caja negra” del MX-704, que arrojaría luces sobre el insólito error del experimentado capitán García Ramos.

¿LA VERDAD?

Cincuenta y un años después del accidente en la Sierra del Fraile, en una conferencia mañanera de 2020, el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó que la tragedia del MX-704 había sido “un crimen de Estado” contra Carlos A. Madrazo.

¿Cuál era la fuente de López Obrador? El asesinato, afirmó, había sido orquestado por el Estado Mayor Presidencial, por órdenes de Gustavo Díaz Ordaz. A López Obrador, aquella historia se la había contado Cuauhtémoc Cárdenas, quien la escuchó de labios de su padre, el ex presidente Lázaro Cárdenas, después de una visita del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa del sexenio diazordacista.

Palabras sobre palabras. ¿Hay algo de cierto? En esos días, Roberto Madrazo recordó que su familia nunca pudo tener acceso a los peritajes del accidente. Como tantas otras cosas que se dicen en las mañaneras, quedan las palabras y las anécdotas. Falta hallar más pruebas.