Como el Macondo de García Márquez, el municipio de Jaltenco, contiguo al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, también tuvo su José Arcadio Buendía: inquieto, intrépido, visionario…
Cuando hace tres años don Ramón Salazar Rodríguez supo de los próximos vuelos sobre suelo mexiquense, reunió a sus once hijos y les dijo: “Haremos un corredor industrial para los turistas”.
Pero el destino le jugó una trastada: murió apenas el 11 de septiembre de 2021, a los 73 años. Temeroso de contagiarse, desde el inicio del COVID extremó precauciones, al grado de permanecer la mayor parte del tiempo en el viejo taller textil donde hace más de medio siglo cambió su vida, la de su familia y la del pueblo. Alguien entre sus descendientes cercanos y con quien había convivido por esos días, contrajo el virus: para descartar un susto, una de sus hijas lo llevó a practicarse la prueba… Salió negativa, pero días después él enfermó. Se había contagiado en el laboratorio. Su situación agravó, por sus padecimientos previos, y perdió la batalla.
Su historia es el corazón de esta crónica sobre cómo impactó la construcción del AIFA en estas tierras desoladas donde el 70 por ciento de las familias -en un municipio con poco más de 28 mil habitantes- había vivido de la elaboración de pantalones de mezclilla hasta octubre de 2019, cuando iniciaron trabajos de la obra federal; sobre cómo se desmembró la industria local por la crisis pandémica y, sobre todo, por el anhelo de fincar un mejor futuro migrando a Santa Lucía; y sobre cómo, pese al tibio arranque del aeropuerto, todavía es motivo de sueños colectivos…
De acuerdo con la Dirección de Desarrollo Económico de Jaltenco, más del 50 por ciento de los talleres de mezclilla cerró en los últimos dos años y medio. Antes de comenzar las obras aeroportuarias se tenían contabilizados alrededor de 250: 3 de cada 4 eran informales, con labores dentro de una casa, sin pago de impuestos ni seguridad social de por medio. Hoy se calculan activos poco más de 120.
¿Qué pasó? Costureros, bordadores, armadores, lavanderos, maquiladores, planchadores, decoradores y modistos, principales actores de esta industria, y a quienes de forma coloquial se les ha llamado siempre “pantaloneros”, comenzaron a abandonar los espacios de manufactura para probar suerte en el AIFA.
“Se fueron porque el salario como peones del aeropuerto era mayor en un 20 o 25 por ciento a lo que les pagaban los textileros”, refiere Francisco Fernández, coordinador municipal de Mejora Regulatoria.
“La producción de pantalón tuvo una afectación del 80 por ciento, por la falta de mano de obra de quienes se fueron a trabajar al aeropuerto y, casi al mismo tiempo, por el golpe del COVID. Cerraron muchos puntos de venta, que representan el 60 por ciento del flujo financiero en la industria. Dejaron de haber maquileros y armadores, se desmanteló el ramo”, cuenta Irán Salazar, hijo de don Ramón y quien se aferra a continuar con el giro.
-¿Cuántos trabajadores se fueron?
-Teníamos 50 y sólo nos quedamos con 10.
-¿Pensaron en cerrar?
-Nunca, porque es la tradición de mi papá. Sí supimos de mezclilleros que pararon y otros que tristemente se declararon en quiebra. Nosotros hemos padecido, pero le seguimos.
-¿Qué debieron hacer para sobrevivir?
-Extender las rutas, ir a buscar clientes en lugares más lejanos. Exploramos el envío por paquetería.
Irán muestra con orgullo la foto de su padre, un hombre singular y afamado por estos rumbos, quien se aventuró a montar el primer cine en la región. No era un cine cualquiera: tenía 500 butacas aterciopeladas. Se llamaba “Mc Donald” y ahí se proyectaron las películas más reconocidas de la época: se estrenó con la exhibición de Karate Kit.
Pero antes de ser promotor fílmico, fue pantalonero… Era un veinteañero cuando, en un viaje a Toluca, en el pueblo de Santiaguito, conoció a un anciano dedicado a fabricar pantalón de vestir. Era finales de los años 60´s del siglo pasado.
“El viejito aquel se llamaba Margarito Arenas. Ramón lo conoció y aprendió el oficio, lo trajo a esta zona del estado. Recuerdo que al principio cortaba la tela a mano, con un cuchillo como sostén. Realmente su gran acierto fue cambiar la tela de vestir por la mezclilla. Fue un boom. Le comenzó a ir muy bien, pudo comprar varias maquinitas y darle empleo a infinidad de paisanos”, narra su amigo Juventino Mendoza.
“Creció tanto el negocio que tuvo recursos para abrir el cine. Él siempre se preocupaba porque la gente tuviera con qué entretenerse y, como era aficionado a las películas, optó por una sala muy bien diseñada, cómoda, con todos los servicios. Se inauguró en el 85, los primeros meses tuvo gran éxito, por la novedad, pero ya para entonces a nivel internacional y nacional el cine estaba en decadencia, porque se empezaba a generalizar el uso del video Beta y VHS. No duró mucho, debió cerrarse por ahí de 1988”.
El nuevo desafío para don Ramón, con la llegada de los aviones, era la instalación de un corredor industrial, el cual uniera el talento textilero de Jaltenco y otros municipios vecinos como Nextlalpan y Tonanitla, también cercanos al AIFA. Pero la muerte lo sorprendió.
Cumplir ese deseo, hoy parece cuesta arriba…
Aquellos pantaloneros fugitivos, quienes a finales de 2019 y principios de 2020 huyeron al puerto aéreo, han comenzado a regresar: algunos, por el término de los trabajos de construcción; otros, por el cansancio y el hartazgo (jornadas extenuantes), y algunos más por la nostalgia, por el apego a las máquinas de coser y de bordar, por la fascinación de rescatar el oficio aprendido de sus padres y abuelos.
Han encontrado una industria herida, tambaleante. Y al mismo pueblo atribulado de siempre: sí, con un centro histórico renovado y con dos obras despampanantes en cuya edificación se invirtieron casi 60 millones de pesos y con las cuales el gobierno federal pretende suministrar al menos un poco de aliento. Una casa de cultura y un complejo de cultura física y deporte como jamás se habían visto aquí, con ornamentos arquitectónicos e ingenieriles desconocidos hasta ahora, pero impregnados de la desventura local. Dos armazones garigoleados envueltos entre penurias, rodeados de terrenos baldíos, de llantas viejas, desperdicios y desolación. Dos oasis en medio de la pobreza.
“Nosotros ni sabemos qué se podrá hacer ahí. Seguimos estirando las manos a ver si cae algo de los aviones. Lo que queríamos era un hospital con medicinas, una buena escuela, que realzara a Jaltenco y sus tradiciones”, dice don Valentín Galicia, el nevero más renombrado del pueblo, “porque estas nieves no son como las que venden en la ciudad, las mías son curativas”.
Sueños en torno a un aeropuerto…
“La idea es acercar a empresas y atraer inversionistas, para generar empleos y mejorar el nivel de vida de los pobladores”, dice Bernarda Tapia, directora municipal de Desarrollo Económico.
“¿Por qué no pensar en que se puedan instalar por acá algunos hoteles business class? Estamos viendo cuáles son los mejores espacios. O bodegas, centros de distribución o comerciales -apunta Francisco Fernández, de Mejora Regulatoria-, aunque nuestra principal preocupación es otra”.
-¿Cuál? -se le pregunta.
-Rescatar la industria textilera, que durante décadas le ha dado de comer a las familias locales. Revivir la feria de la mezclilla, que se ha suspendido en los dos últimos años.
Mientras puntea con la máquina de bordados, Irán Salazar rememora su infancia cinéfila: “También vimos la de Batman, y otras de ficheras. Mi papá era un fregón, un adelantado”.
Más de 200 butacas del cine fueron desmontadas ya para colocar ahí algunas máquinas de corte. La sala es hoy una guarida de polvo, retazos y recuerdos.
“No dejaremos morir el legado de mi padre. Con la mezclilla, sacó adelante a los 11 hijos. Ojalá el gobierno apoye a los emprendedores y podamos cumplir su proyecto de un corredor industrial. Quiero pensar que habrá importación y exportación, almacenes, algo como Pantaco, bien organizado, digno. Me imagino exhibiendo la mercancía de los pueblos a todos los visitantes. Don Ramón se pondría feliz”…
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