Quienes lo conocieron en el México de fines del siglo XX, no tenían dudas: era uno de los policías más eficaces de su tiempo: el comandante Florentino Ventura era contundente, eficaz y hábil investigador. Fuerte, de cabeza fría. Mejor que el remoto y torvo Villavicencio, oscura herramienta porfiriana. Más riguroso que y quizá menos polémico que el legendario Valente Quintana, espejo de detectives en la primera mitad de la centuria. Ventura era un policía moderno, y por eso, su muerte, teñida de violencia y extravío, tiene, todavía, esa inquietante textura que caracteriza a los asesinatos que no logran resolverse.
Tiros en la noche. Después, sirenas, patrullas. La policía se apersonó. El informe era de esos que sin duda atraerían a los reporteros de la fuente policiaca. Aparentemente, una pareja había peleado… el asunto había terminado con varios muertos. Pero fue el azoro, y luego el desconcierto, lo que dominó en los policías que llegaron a la escena de lo que, por la radio, sonaba a un muy tormentoso drama pasional, de esos que se llevan vidas, que deshacen hogares, que al día siguiente llaman la atención de los aficionados a la nota roja.
Noche de sábado en la ciudad de México. Allá en el sur, en el cruce de Insurgentes y el Periférico. Sí, eran tres los muertos, dos mujeres y un hombre. Estacionado a la altura de las instalaciones del INPI, antecedente de lo que hoy es el DIF, junto al muro de la Ciudad Universitaria, estaba un automóvil Grand Marquis. En el suelo, los tres cuerpos. Pero el hombre era nada menos que el comandante Florentino Ventura, uno de los super policías de los años 80, y, en ese oscuro septiembre de 1988, jefe de la Interpol mexicana.
La escena que encontró la policía era, ciertamente dramática: aparte del cadáver del comandante Ventura, había dos mujeres, muertas a tiros, una de ellas la identificaron de inmediato como la pareja del famoso policía. Sobrevivía un hombre en estado de shock. Se trataba de Elías Orozco Salazar, ex guerrillero militante de la Liga 23 de Septiembre.
Azares, casualidades, coincidencias que después dieron lugar a la especulación: Orozco Salazar era la pareja de una de las mujeres muertas, prima de Sira -o Cira- Villanueva, la otra víctima y esposa del comandante Ventura. Sin vacilar, la policía subió a una patrulla a Orozco y se lo llevaron a declarar, mientras los servicios periciales se hacían cargo de los cuerpos.
Por Orozco se conocieron los detalles de aquella noche de copas que había terminado de manera trágica. Poco a poco, la noticia empezó a llegar a los medios de comunicación. Se habló, desde el principio, de un suicidio: aquel policía con fama de duro, incluso despiadado, se había suicidado, abrumado y desesperado, al darse cuenta de que había matado a su esposa.
Si al principio la noticia era, indiscutiblemente llamativa para la fuente policiaca, se convirtió en un asunto de mayor interés cuando se conoció el dato de que el hombre muerto era el comandante Ventura. Orozco Salazar empezó a contar una historia extraña, turbulenta, extrema.
Según Orozco, era una salida nocturna. Él y su esposa fueron invitados por la prima Sira: el esposo de Sira quería seguir celebrando las fiestas patrias aquel sábado 17 de septiembre. Lo que no sabía el exguerrillero es que el esposo de la parienta era nada menos que el feroz y famoso Florentino Ventura.
El día anterior había sido de tragos y festejo. El sábado ambas parejas salieron a comer carnitas en el restaurante Arroyo. “Entrados en ambiente”, agregó Orozco, se fueron a beber al bar del Sanborns de Perisur.
Orozco Salazar no lo sabía, pero los cercanos al comandante Ventura sí: su vida de pareja era bastante conflictiva. Sira era una mujer de fuerte carácter y con frecuencia había encontronazos y peleas de pareja. No fue raro que, al calor de las copas, empezara una pelea.
Habían salido del bar. Ambas parejas se movían en un Grand Marquis conducido por Ventura, que decidió estacionarse sobre Insurgentes Sur, junto a los edificios del Instituto Nacional de Protección a la Infancia, el INPI. Bajaron del auto, dieron algunos pasos. El exguerrillero aseguró que, repentinamente, casi de la nada, Sira y Ventura empezaron a discutir. El pleito subía de intensidad por segundos. La otra pareja se preocupó. Era tal la violencia de la discusión, que en cualquier momento el comandante podría golpear a su esposa.
Inquieta, la prima de Sira se acercó a la pareja, intentando calmar los ánimos. Pero, como suele ocurrir en esos instantes en que la ira ciega a los seres humanos, todo ocurrió en un instante. Enardecido, Florentino Ventura sacó su arma y disparó contra Sira. Arrastrado por la ceguera que produce la mezcla de alcohol y furia, el jefe de la oficina mexicana de la Interpol también disparó contra la prima de su esposa. Policía de primera clase, era un tirador rápido y letal. Ambas mujeres cayeron al suelo, muriendo casi sin darse cuenta.
Elías Orozco estaba paralizado por el miedo, o al menos eso fue lo que declaró. Solamente podía pensar en una cosa: seguramente, al darse cuenta de lo que había ocurrido, Ventura lo mataría a él también, para eliminar al único testigo de aquel doble crimen.
Pareció que Florentino Ventura volvía en sí, que la cabeza fría que le había valido convertirse en uno de los principales jefes policiacos de la ciudad de México, volvía a estar en su lugar. Orozco sabía que sería inútil echar a correr. En la capital de los años ochenta, Insurgentes Sur y Periférico no era el conflictivo e intenso cruce que es hoy: Perisur era una novedad, y en torno al centro comercial la vida de la zona, entre los fraccionamientos, los linderos de la Ciudad Universitaria y los beneficiarios del INPI, era todavía tranquila. En una noche de sábado, después de fiestas patrias, el lugar estaba desierto, y nadie prestaría atención a los gritos de auxilio de Elías Orozco.
Florentino Ventura echó a andar hacia el antiguo guerrillero, que, antes de aquella noche, sabía del policía por ser alguno de los que, en los años 70, se había encargado de parte de las persecuciones que el gobierno instrumentaba contra los militantes de aquellos grupos que, genéricamente la prensa llamaba “guerrilla urbana”. De esos días agitados, Elías Orozco sabía que Florentino Ventura podía ser un policía feroz, inconmovible, que, si era necesario, no flaqueaba a la hora de aplicar alguna tortura a los detenidos. Eran los viejos modos de la Dirección Federal de Seguridad y a Ventura no le temblaba la mano para aplicarlos. Por eso, Orozco estaba seguro de que el policía iba a asesinarlo a él también.
Pero las cosas fueron distintas: el comandante Ventura se acercó a Elías Orozco, que veía a la muerte frente a él. Pero el policía se detuvo a unos pocos pasos del hombre aterrorizado: en vez de disparar contra él, se metió a la boca el cañón de la pistola y disparó. Florentino Ventura cayó muerto.
El suicidio de Florentino Ventura generó docenas de rumores y especulaciones. Era muy conocido como un hombre con mirada de águila, eficaz en lo suyo, y excelente investigador. Los agentes del Ministerio Público sabían que si Ventura se encargaba de la investigación, habría resultados. Duro para interrogar, agudo para indagar, había sido la cabeza en casos importantes, desde fraudes de altos funcionarios de la Coca-Cola, hasta el combate a la guerrilla. Se rodeaba de policías tan eficaces como él. Tenía sí, una fama que podía ser aterradora para los delincuentes, pero aquel hombre, que en algún momento de su vida había estudiado en un seminario, jamás había sido acusado de corrupción.
Había sobrellevado pesadas cargas, como el suicidio de su primera esposa. A Sira la conoció trabajando, pues la muchacha, de carácter fuerte y echada para adelante, era una de las secretarias de confianza de un fiscal igualmente rudo, con quien Ventura solía trabajar: Javier Coello Trejo.
Nació un amor intenso no exento de peleas: ambos eran de carácter fuerte y difícil. Coello le aconsejó a su amigo: “esa mujer no te conviene”, pero Ventura estaba apasionado. Si muchas veces los casos de nota roja nacen de momentos de ceguera emocional, acaso la tragedia de Florentino Ventura empezó a tejerse en el mismo momento en que se enamoró de aquella mujer.
Aunque a Elías Orozco se le liberó después de rendir declaración, y oficialmente se declaró suicidio la muerte de Ventura, la desconfianza, los rumores, corrieron durante mucho tiempo. Se dijo que el comandante era el encargado de “trabajos sucios” o “difíciles” de los hombres más poderosos, que apreciaban la eficacia y la discreción de Florentino Ventura.
Naturalmente, se dijo que Ventura no se había suicidado; que era una manera de asegurarse de que nadie conociera todo lo que aquel hombre sabía. Quienes lo conocieron no podían creer que un hombre con la aguda mentalidad de un investigador se hubiese dejado llevar por un instante de furia, por un pleito conyugal como tantos otros. No, dijeron algunos, Ventura no era de los que se suicidan.
Con los años, las especulaciones no desaparecieron. Cada tanto, hay quien recuerde la extraña muerte de Florentino Ventura. Hay quien piensa que la casualidad no lo es tanto, y que Elías Orozco, liberado después de pasar una década en la cárcel por guerrillero, había salido solamente para acompañar al comandante Ventura en la última noche de su vida, y, ¿quién sabe? Acaso lo habría ayudado a morir. Nada, empero, ha podido probarse, y las especulaciones son solo eso: palabras pronunciadas en una noche de hace treinta y cuatro años.
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