Cuando el dolor se expande por las calles, cuando se extinguen vidas bajo los escombros y las casas se desmoronan, un grupo de científicos y técnicos se entregan al monitoreo de señales sísmicas, en busca de los datos más precisos sobre la ubicación geográfica del temblor y su magnitud.
No hay tiempo siquiera para una llamada a la familia. La emergencia obliga a seguir el rastro de los sismogramas, una especie de líneas en forma de gusanos reflejadas en múltiples pantallas, y cuya intensidad se convierte en el primer retrato de una tragedia.
“Ha pasado que alguno de los integrantes del equipo no puede localizar a un familiar, o le han avisado que su casa se dañó; aun con la angustia personal, debemos seguir. Frente a las computadoras, en medio de un desastre, somos soldados al servicio del país”, dice el doctor Arturo Iglesias, jefe del Servicio Sismológico Nacional (SSN), albergado desde 1929 en la Universidad Nacional Autónoma de México.
La determinación del tamaño y posición del sismo es fundamental para la toma de decisiones de autoridades de todos los niveles de gobierno y, de manera específica, de las áreas encargadas de protección civil y seguridad pública, además de las Fuerzas Armadas.
“Por ejemplo, el sismo del 2017 causó daños importantes en la Ciudad de México, pero no se originó aquí, sino en un pueblito ubicado entre Morelos y Puebla, donde hubo desastres tremendos, así como en zonas aledañas. En una urbe como la capital, donde se pueden nublar las decisiones gubernamentales, quedó clarísimo que el problema era disperso e ilimitado. Esos datos cruciales debemos tenerlos en minutos, es información que ayuda a planear acciones y puede servir para mitigar el dolor”.
Una estampa apenas de cómo, al interior de la Máxima Casa de Estudios, se conjuga conocimiento, talento e innovación para beneficio colectivo.
En tiempos en los cuales, desde el poder, se han endilgado diversas denostaciones a la UNAM, es válida también una mirada a su cometido social, a su cobijo a diferentes instituciones imprescindibles en la vida pública y cotidiana de México, y las cuales quedaron bajo su resguardo desde aquel 1929, cuando la Universidad obtuvo su autonomía.
Durante las próximas semanas Crónica compartirá alcances, vivencias, retos y secretos de esos motores de la nación.
Esta vez los pasos van hacia el Sismológico Nacional, abrigado en el Instituto de Geología. Fue fundado el 5 de septiembre de 1910, curiosamente dos semanas antes de la creación de la propia UNAM. Nació entre la agitación revolucionaria y durante sus primeros años avanzó en la instalación de una decena de estaciones sismológicas a lo largo de la República. Hoy son más de 160. Se trata de pequeñas casetas autónomas, dotadas de alta tecnología y desde la cuales se envían los insumos vía satélite.
En aquella etapa incipiente, los sismogramas llegaban a nivel central tras varias semanas de presentarse un sismo, y es así como se conocían algunos parámetros.
“A la luz de los años, fue un gran acierto que el Instituto y el Sismológico estuvieran dentro de la Universidad, por su servicio a la sociedad y el aliento a la investigación científica. Lo que se sabe hoy de sismos, de su efecto y de la estructura de la tierra, no hubiera sido igual desde fuera. Como tampoco la construcción del esquema nacional de protección civil y prevención de desastres”, asegura Iglesias Mendoza.
Aquí no hay segundo de descanso: se trabaja las 24 horas de los siete días de la semana.
Un equipo de 25 universitarios, divididos en áreas clave: la de monitoreo y análisis, la cual se encarga de dar seguimiento a la sismicidad, con la ayuda inicial de sistemas automáticos cuyos datos de localización, tipo y magnitud requieren después ser examinados a detalle para mayor precisión. Son como detectives descubriendo pistas.
La de instrumentación, con énfasis en el trabajo de campo, pues las estaciones sísmicas distribuidas en el territorio nacional requieren visitas constantes de mantenimiento preventivo y correctivo; en este departamento también se reparan y alistan todos los sensores, equipos eléctricos y de transmisión satelital.
La de tecnologías de la información, al pendiente de la infraestructura cibernética y de los servidores donde se aloja la base de datos. El cerebro computacional se encuentra en un área restringida, con sistemas especiales de aire acondicionado para proteger los equipos de polvo, mitigar incendios y mantener la temperatura y humedad idóneas.
Todo el personal del SSN es universitario. Y sus gastos de operación son solventados con el presupuesto de la UNAM.
ESPEJO
Caminamos de la sala de usos múltiples, donde se agolpan los reporteros en tiempos aciagos, al gran monitor de sismogramas… Encontramos ahí a uno de los analistas más avezados en la institución y quien tendrá la responsabilidad de cristalizar otro de los grandes proyectos del quehacer universitario: la apertura de un centro espejo, en el cual se replicarán las operaciones del sismológico en caso de emergencia. Estará ubicado a las afueras de Pachuca y se inaugurará en septiembre.
Él se llama Rafael Félix Maldonado: “La idea es tener un centro alterno. Si hoy falla el Sismológico, lo perdemos todo, un temblor muy grande que afecte las instalaciones puede representar un riesgo, pero con este espejo tendremos una copia fiel”.
La información certera sobre este fenómeno natural, es esencial para la población, afirma. “No hay que creer aquellos cuentos que circulan en las redes sociales cuando hay sismos. Para eso está el Sismológico. El reto es saber qué hacer antes, durante y después para proteger la integridad física y patrimonial”.
Desde aquí se reporta un promedio de 500 sismos a la semana, aunque ocurren muchos más: imperceptibles y sin posibilidad de rastreo.
Pero la labor de la UNAM y del Sismológico va más allá de números y registros técnicos. Es inteligencia compartida, conocimiento en expansión. Todos los años estudiantes de física, ingeniería geofísica, geografía y otras carreras afines se incorporan al programa de becarios. “Tomamos un curso de dos semanas, y si le ponemos aptitud y pasión, tenemos la posibilidad de estar al frente de los motores de la sismología nacional”, cuenta José Eduardo, quien ya vivió la experiencia.
Ala par, se estudia a fondo el tema, se indaga: la mayor parte de la investigación recae en el departamento de sismología del Instituto de Geofísica.
También se divulga el fenómeno, se elaboran materiales didácticos, se organizan presentaciones para niños y adolescentes en museos como Universum.
“Es un tema donde aún hay una gran cantidad de preguntas por resolver, todos los días aprendemos, porque cada temblor es un animal diferente, tiene su forma, posición, propagación, y eso representa un área de oportunidad. El fenómeno no sólo es de los sismólogos, sino de todos aquellos que lo sentimos y lo sufrimos”, señala Iglesias.
-¿Cómo acercan el tema a los chicos? -se le pregunta.
-Algo muy didáctico es llevar a las exhibiciones un sismógrafo portátil, donde se puede ver cómo se registran las sondas sísmicas cuando se salta frente al aparato. Hay otra actividad en la cual se usan rompecabezas: se llama “localiza tu sismo” y sirve para explicar de dónde vienen los temblores y la tectónica de placas.
De manera paradójica, la actividad en el SSN transcurre en el sosiego. Hasta la aparición de un temblor… Entonces, todo es ajetreo: pantallas en rojo, matemáticas, llamadas, informes, cruce de datos…
“La determinación de la magnitud no es sencilla: diferentes datos pueden dar distintos resultados, van cambiando con el tiempo y no es que sean imprecisiones, simplemente hay mayores elementos. En los primeros minutos se sabe poco, y periodistas y políticos quieren saber mucho”, describe el director, quien admite también desafíos a futuro, en un país con alta incidencia sismológica.
“Uno de los retos es la extensión de la red de estaciones, nuestro esqueleto. Pronto recibiremos un apoyo importante de lo que antes era el Fondo Nacional para la Prevención de Desastres Naturales, y con esos recursos pensamos incrementar un 30 por ciento la red de estaciones durante los próximos tres años, lo que nos permitirá incrementar el monitoreo de sismicidad del país. Reportaremos más sismos, y la gente dirá: está temblando más, no, simplemente tendremos mejor capacidad de detección”.
Es la UNAM: tuya, mía, nuestra, de todos. Donde se aprende para ayudar a salvar vidas y contrarrestar la calamidad. Donde se atesoran los datos sismológicos de más de 110 años de historia.
“Es una gran responsabilidad -afirma Iglesias-. Después del sismo del 85 se ha conocido mucho mejor la respuesta del Valle de México, y la manera cómo debe construirse. El sistema de alerta temprana ha sido resultado de lo que se ha hecho aquí y en Geofísica. Seguirá temblando, pero hemos podido y podremos todavía más reducir la vulnerabilidad”…
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