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En una semana, puso patas arriba al mundo con sus aranceles, hasta que se asustó, reculó y dio 90 días para negociar con cada país... excepto con el más importante, al que declaró abiertamente la guerra: China

La guerra comercial más estúpida entra en una fase peligrosa: claves de la tregua-trampa de Trump

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Guerra comercial Foto de archivo de 2017 de Donald Trump en su primer mandato y el presidente chino, Xi Jinping ¿Se volverá a repetir esta imagen? (EFE)

¿Por qué Trump da marcha atrás y rebaja los aranceles?

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, revirtió el miércoles por sorpresa los aranceles más duros que anunció una semana antes contra decenas de países y los dejó parejo al 10% durante los próximos 90 días para todos los afectados, excepto para China, que se los elevó al 145%. Según anunció el presidente de EU, esta tregua de tres meses es el tiempo en el que espera que cada uno de ellos negocie un acuerdo que le satisfaga para acabar con los abultados déficits comerciales de EU.

Si hace una semana tomó esta decisión de rebajar drásticamente los aranceles para casi todos, no fue por magnanimidad, como presumió, sino porque lo asustó un indicador vital para la economía estadounidense: los bonos del Tesoro con los que financia la deuda.

Cual Nerón viendo arder Roma, el magnate neoyorquino se mostró impávido ante el desplome de la Bolsa de Nueva York el jueves y viernes de la semana pasado, un día después de su lamentable show del 2 de abril en el jardín de la Casa Blanca, cuando sacó un pizarrón con los aranceles a decenas de países, un castigo anunciado, pero mayor de lo esperado (algunos de ellos delirantes, como la imposición de aranceles a las islas Heard y McDonalds, de soberanía australiana, pero habitadas sólo por pingüinos).

Pero, el miércoles pasado cambió de opinión: dio marcha atrás en sus aranceles más duros, cuando la noche del martes vio cómo la tasa de rendimiento de los bonos de deuda subía a un inédito 4.38% (una semana antes estaba en 3.88%), para intentar frenar la imparable fuga de capitales de inversores, que están dejando de ver a Estados Unidos como un valor seguro. Lo nunca visto en ocho décadas de hegemonía estadounidense.

No es casualidad que Japón, el mayor tenedor de deuda de EU (1.1 billones), haya sido el que más dinero a retirado de los bonos estadounidenses en los últimos días, y no sólo se explica por los aranceles que perjudicarán a la industria automotriz y robótica nipona, sino porque los inversores japoneses se están haciendo la siguiente pregunta: ¿Por qué los inversores nipones van a invertir en la deuda estadounidense, si su presidente castiga con aranceles a un país aliado, mientras impone cero aranceles a Rusia, sólo porque el republicano siente una preocupante admiración por el dictador Putin?

¿Por qué el rendimiento de los bonos del Tesoro asustó a Trump?

Porque los bonos que emite EU son el refugio más seguro en tiempos de turbulencias para inversores de todo el mundo, sólo que ahora la crisis no ha estallado un país emergente (como ocurrió en su día en Argentina, México, Grecia…), ni tampoco ha ocurrido en el sector financiero privado estadounidense (como Lehman Brothers, causante de la burbuja inmobiliaria de 2008, que arrastró al mundo a una década de recesión); por primera vez, el epicentro de las turbulencias que causan pánico en todo el mundo ocurre en el lugar que se creía más seguro y estable: el gobierno de Estados Unidos y su Reserva Federal.

A finales de 2024, EU atesoraba más de 29 billones de dólares en bonos a 10 y 30 años para financiar cualquier crisis, de los que siete billones —casi cinco veces el PIB de México— eran de inversores extranjeros. Esta gigantesca caja recaudadora de capitales extranjeros es la principal fuente de ingreso de EU para saldar el abultado déficit comercial con el resto de naciones, a las que compra compulsivamente para saciar la adicción a las compras y la hiperabundancia a la que están acostumbrados los estadounidenses.

Trump y sus dos escuderos —el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y el secretario de Comercio, Howard Lutnick— creen que sólo con chantajear al mundo con aranceles van a eliminar el abultado déficit de Estados Unidos con casi la mayoría de los países; pero no están teniendo en cuenta que los daños colaterales son más grandes que los posibles beneficios.

¿Por qué The Wall Street Journal dijo que la guerra de aranceles de Trump es la más estúpida?

Primero, por lo obvio: la inflación. Si los importadores tienen que pagar más impuestos (en forma de aranceles) por vender sus productos, harán lo que sea para no ver mermadas sus ganancias, y lo más fácil es trasladar la subida a los precios al consumidor. El problema es que el país más adicto a las compras es Estados Unidos —sólo en 2023, importó bienes por 3.2 billones de dólares—, por lo que es casi imposible esquivar la inflación y el malestar de los consumidores.

Pero, más grave incluso que la presión inflacionaria (motivo por el que la Reserva Federal no baja las tasas de interés) es la palabra talismán de la economía, la que aparece impresa en cada billete de dólar: “Trust” (confianza).

Los inversores y los gobiernos están perdiendo la confianza en Estados Unidos. The Wall Street Journal considera particularmente preocupante la “traición” de Trump a sus socios del T-MEC, México y Canadá. ¿Quién va a fiarse a partir de ahora de un gobierno que viola unilateralmente las reglas, alegando motivos no comerciales, como que no frenan la entrada de fentanilo al país? La respuesta es descorazonadora: alguien que no acepta algo tan básico como que el poderío de los cárteles mexicanos es por culpa de las armas de guerra que compran libremente en Estados Unidos, no es capaz de razonar nada.

Otro daño colateral de la guerra de Trump es que está generando un boicot mundial a los productos estadounidenses (que se lo digan a Elon Musk y sus coches Tesla), además de cancelaciones masivas de turistas, que buscan ahora destinos más amigables.

Todo ellos —inflación, tensión en los mercados, fuga de capitales— son los que están provocando una enorme volatilidad en la bolsa, los bonos de deuda y el petróleo, y están empujando a EU a una recesión, que es lo que Trump trata ahora de evitar con su tregua del 10% de aranceles, pero dejando de lado al otro gran protagonista de esta guerra: China.

¿Por qué estamos ante una peligrosa tregua-trampa?

Por dos motivos. En primer lugar porque, en su deseo de alguna buena noticia, el mundo reaccionó con euforia el miércoles a la palabra tregua —el índice tecnológico Nasdaq se disparó un 12%, algo no visto en 24 años—, pero el diablo se oculta en los detalles y éste es que los aranceles persisten, aunque sea del 10% y en algunos casos del 25%, como al acero, el aluminio y los coches mexicanos. Y en segundo lugar, porque no existe tal tregua para China, sino lo contrario: Trump ha decidido que la mejor manera de doblegar al gigante asiático es a base de bombazos arancelarios. Pero el magnate republicano está subestimando la capacidad de respuesta de la segunda potencia mundial.

En esta espiral “tú me pones aranceles, yo te pongo más” en la que han caído Washington y Pekín —este viernes subió China los aranceles a productos estadounidenses al 125% en respuesta a los aranceles contra bienes chinos de hasta un 145%— el dólar ha quedado atrapado y se está depreciando de forma preocupante frente a monedas refugio como el euro, el yen y el franco suizo, mientras que otras monedas como el peso mexicano sufren de gran volatilidad.

La guerra arancelaria de Trump seguirá, por tanto, asustando al mundo, que se prepara para una incierta batalla con el trasfondo de la pelea de EU y China por la supremacía.

Como concluyó un análisis de JP Morgan sobre la tregua arancelaria: esto es simplemente “el final del principio”, lo que venga después, con Trump al mando, nadie es capaz de adivinarlo.

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