Nacional

1970. Los ídolos que emocionaron a México

En el primer lustro de los años setenta, los ídolos eran de factura nacional. Estaba muy en boga aquella campaña, “Lo hecho en México está bien hecho”, y las preferencias populares tenían de todo: cantantes de voz insuperable, boxeadores que arrastraban multitudes y que saludaban en la calle a las señoras que los reconocían; los luchadores que eran buenos en el ring y mejores combatiendo al mal; un extraño personaje, entre místico y hombre fuerte, y, encima, un piloto de Fórmula 1. Todo ese elenco dotaba al respetable público de asombros y de orgullos.

El cantante mexicano Luis Miguel se presenta en un concierto.
El cantante mexicano Luis Miguel se presenta en un concierto. El cantante mexicano Luis Miguel se presenta en un concierto. (La Crónica de Hoy)

Un teatro muy de moda en aquellos años, el Ferrocarrilero, parecía venirse abajo con los, aplausos, con algunas entusiastas abandonando su lugar, eludiendo al maestro de ceremonias, el locutor Jorge Labardini, para abrazar al que era considerado el triunfador del II Festival de la Canción Latina, en marzo de 1970. Pero no. José José obtuvo, a pesar de las ovaciones, el tercer lugar en el concurso, pero ya había entrado por la puerta grande al escaparate de los ídolos musicales mexicanos, y la canción, El triste, de Roberto Cantoral, era ya un hit, que traspasó fronteras. A José José, con aquella memorable canción, se le escuchó en la Unión Soviética, en Japón y en Israel.

La maquinaria de la fábrica de ídolos musicales de la balada romántica había echado a andar, accionada por la televisión vía satélite. El Festival de la Canción Latina se transformó, dos años después, en el Festival OTI de la Canción, y en el que participaban los países pertenecientes a la Organización de la Televisión Iberoamericana. Si en el discurso se trataba de promover el intercambio de las expresiones musicales de los diversos países involucrados, en los hechos se convirtió en una de esas ocasiones de contento que tenía en vilo a los televidentes mexicanos y de otros países de habla hispana: quien competía en el OTI y triunfaba, gozaba de una envidiable promoción, de la que muchas familias estaban pendientes.

El OTI tenía dos etapas: una nacional y la internacional, donde competían los ganadores de los países involucrados. Una familia cualquiera podía pasarse toda una tarde pegada al televisor, escuchando a los cantantes del momento, intentando ganarse un lugar para competir a nivel internacional. Después, en la segunda fase, el país entero estaba pendiente del desarrollo del certamen, esperando que el candidato nacional fuese el triunfador.

Aunque el OTI tuvo 28 ediciones —el último se realizó en el año 2000—, son los primeros años del certamen donde se forjaron numerosos ídolos mexicanos, José José el primero. Muchas de las canciones que se prepararon para un OTI se convirtieron en grandes éxitos, a veces sin importar que fueran o no las ganadoras.

Estar en el OTI era la gran oportunidad: muchos de los compositores y los intérpretes que brillaron en los años 70 y saltaron a la siguiente década convertidos en consagrados por el público, se hicieron notar en los primeros festivales OTI; allí se escucharon las composiciones de Juan Gabriel, de Felipe Gil, de Sergio Esquivel, de Napoleón, de Sergio Andrade, del dueto Lara y Monárrez, de Álvaro Dávila, de Ana Gabriel y de Lolita de la Colina. ¿Voces? Todas las que fueron importantes en los años que siguieron, hicieron presencia —con una sola excepción— en el OTI: Lupita D’Alessio, Juan Gabriel, Gualberto Castro, Manolo Muñoz, Manoella Torres, Yoshio, Víctor Yturbe, El Pirulí; Mario Pintor, María Medina e Imelda Miller. ¿Cuál fue la excepción? José José, quien, después de aquella excepcional interpretación de 1970, no participó en los grandes días del OTI.

En cambio, los triunfos mexicanos en el festival causaron entusiasmo y emoción: en 1973 Imelda Miller ganó el concurso internacional con una melodía “diferente”, para la época: Qué alegre va María, que poetizaba la espera del embarazo, en tiempos en que no había ultrasonidos, de modo que la maternidad era, al mismo tiempo, experiencia y sorpresa. Dos años después, en 1975, Gualberto Castro ganó el concurso internacional con La Felicidad. Otra voz, muy importante en los años que siguieron, la de Emmanuel, se quedó en las eliminatorias del concurso nacional de 1979 con una canción de Roberto Cantoral, Al final, que, aunque no ganó, le dio fama internacional. El compositor yucateco, Sergio Esquivel, cuyas canciones eran frecuentes éxitos también se presentaba como intérprete, y piezas alejadas de las tradicionales canciones románticas, como Un tipo como yo, le granjearon el afecto del público.

Para la época, la logística del OTI suponía un importante esfuerzo técnico: las redes de microondas y la televisión vía satélite hacían posible que todos los países vieran, al mismo tiempo, el concurso. La versión internacional tenía jurados en cada país participante, que hacía sus votaciones vía telefónica, y así se eligieron ganadores hasta 1981.

En el caso mexicano, había una presencia indispensable, la del periodista de espectáculos y conductor de televisión Raúl Velasco, quien, en aquellos años, y con su programa Siempre en Domingo, era la verdadera puerta de entrada a la fama en el mundo del espectáculo: quien trabajaba para impactar, para hacerse de un público, y lograba llegar a Siempre en Domingo, tenía asegurado que millones de televidentes conocerían su nombre y lo recordarían; su programa, verdadera ventana continental, tenía miles de televidentes en México, en el resto de la América hispanoparlante e incluso en Europa. Era la verdadera fábrica de estrellas de los años setenta mexicanos.

Era Raúl Velasco una de esas presencias amadas por el público que lo seguía, que eran muchos miles. Su ancha sonrisa, su gesto “aún hay más”, su gusto por jugar el papel de “inocente” en sus sketches donde tenía por contraparte a María Elena Velasco, La india María, eternamente enamorada del “güero”, capaz de perseguirlo por todo el enorme Estudio A de Televicentro para intentar robarle un beso, lo hacían aparecer como un tipo simpático que podía sacar, de su chistera mediática, lo mismo un cantante romántico que un sujeto que presumía de místico con fuerza sobrehumana como el llamativo Profesor Zovek.

Fue Velasco el organizador y conductor de la versión mexicana del OTI, y anfitrión, en varias ocasiones, de la etapa internacional del certamen. En 1974 fungió como guía del concurso en el puerto de Acapulco, acompañado, excepcionalmente, por una jovencita rubia, que usaba el cabello corto, y que en aquellos tempranos 70 era la presencia novedosa en las emisiones periodísticas: se llamaba Lolita Ayala y pertenecía a la camada de aquellos jóvenes periodistas, unos que habían empezado su formación en los periódicos de la época, otros que directamente se habían lanzado al mundo de la televisión, y que empezaban a adueñarse, noche a noche, de la atención de las familias, que empezaban a fascinarse por los programas noticiosos, esas ventanas al mundo a través de las cuales verían los grandes sucesos de la agitada década de los setenta.

Copyright © 2019 La Crónica de Hoy .

Lo más relevante en México