
Mario, alias El Patrón, sólo estaba a cargo de los niños que vendían dulces en carretillas y le rinde cuentas a El Mero Mero.
Según Fermín, una persona cercana al hombre que explotaba a niños y los tenía viviendo en la Ex Hipódromo de Peralvillo, hay otros hombres que también dan trabajo a niños para que vendan vasos de mangos y jicaletas, también en una carretilla, y otros tantos que venden cigarros y chicles en las esquinas de algunas calles.
“Pues tienen que entregar cuentas, todos son líderes de su propia banda. Están los que venden jicaletas (rebanadas de jícama en forma de paleta), vasos de mango y hasta plantitas. También están los otros, los que tienen menos suerte o hicieron alguna chingadera son a los que mandan a las esquinas a vender chicles y cigarros”, explicó el hombre mientras daba un recorrido a Crónica por algunas calles de la Peralvillo.
Nadie conoce al “mandamás” de Mario, no se sabe en dónde se reúne con él ni cómo contacta a la gente que será la encargada de reclutar a los jóvenes.
Lo que Fermín tiene claro es que el seudónimo de El Patrón fue dado por esta casa editorial a través de lo que los menores informaron, no obstante, aseguró que quienes lo conocen se burlaban de él porque “ya ni el mismo sabía si se llamaba Mario o Rafael”.
La gente que se encuentra cerca de la casa ubicada en Juventino Rosas, con número exterior 16A, aseguran que no sabían que los niños eran obligados a vender, ya que cuando hacían algún cuestionamiento a los menores, la respuesta siempre era la misma: “vinimos a trabajar porque ya no queremos estudiar”.
“Aquí todos se van hacer mensos porque nadie es guaguaron (chismoso). Pero la mayoría sabemos cómo funciona esto y que los chavitos estaban bien aleccionados para contestar lo que Mario les decía”.
Fermín señala que los niños que llegaban a vivir con Mario, quien también es conocido bajo el nombre de Rafael Mendoza, eran convencidos por sus padres, quienes ya habían entablado una relación con el que sería el patrón de sus hijos en la capital.
“Sabíamos que Mario hablaba primero con los papás de los morros y los convencía para que dejaran venir a sus hijos a chambear acá”, sin embargo, la promesa del sueño capitalino se veía esfumado al llegar a la Ciudad de México.
El Patrón, prometía a los progenitores que los menores de edad ganarían entre 4 mil y 6 mil pesos al mes, dependiendo cómo trabajaran y que a cambio de la mano trabajadora tendrían casa, comida, vestido y calzado.
No obstante, al pisar la ciudad lo único que obtenían era un lugar en el suelo de la casa verde de la Peralvillo, un plato de comida al día y la “oportunidad de pellizcar las botanas” que vendían.
Mario no maltrataba a los niños, Fermín señala que su método de castigo era la violencia psicológica.
“Él los amedrentaba con palabras, la amenaza era que si no querían trabajar, jamás volverían a su pueblo”, explicó el hombre.
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