El primer libro de cuentos mexicanos escritos por una mujer se publicó en París de 1910 bajo el título Simplezas y otros cuentos, creado y autopublicado por la mexiquense Laura Méndez Cuenca. “En el momento de la publicación Laura ya era una autora profesional, una extraordinaria cuentista con trayectoria, no obstante, nombró su obra como Simplezas dando la idea de que en sí misma no significada nada o quizá para que le perdonaran lo que estaba publicando”, destacó en entrevista la investigadora Liliana Pedroza.
Cinco años más tarde, se publicó Cuentos Blancos, de Pilar Fontanilles de Rueda, en Mérida, Yucatán, y se convertiría en el primer libro de cuentos escrito por una mujer publicado en México, a éste le siguieron otras publicaciones en las que, a principios del siglo XX, era común encontrar bajo seudónimos.
Lo anterior es parte de la investigación que dio lugar a la antología A golpe de linterna. Más de 100 años de cuento mexicano de la editorial Atrasalante, la cual reúne 100 cuentos escritos por 100 mujeres mexicanas entre los años de 1910 a 2018, entre las que se encuentran María Esther Ortuño de Aguiñaga, Hortensia Elizondo, Irma Sabina Sepúlveda, Luisa Carnés, Rosario Castellanos y Elena Garro, entre otras.
“Esta propuesta editorial pone sobre la mesa todo lo que nos hemos estado perdiendo por el mecanismo de silenciamiento al que han sido sometidas las voces de las mujeres. En poco más de 100 años he encontrado más de 500 autoras de cuento en México y más de 900 libros. Sin embargo, no estamos representadas en las ferias de libro, como jurados ni en los homenajes y, por ende, no hay otra visión como lectores”.
La antología será presentada el primero de diciembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y se compone de tres tomos: Pioneras. De 1910 a 1959; Insumisas. De 1960 a 1989; y Exploradoras. De 1990 a 2018. “Hemos querido poner el foco en los personajes femeninos y en cómo las mujeres rompen los estereotipos de lo que es ser niña, adulta, madre, una mujer mayor, lo que es el deseo y las diversas formas de sexualidad. Asimismo, dan cuenta de luchas sociales y de nuevas formas narrativas”
En el primer volumen se encuentran las pioneras, “las primeras mujeres que se atrevieron a contar cuentos, a verse a sí mismas y lanzar el anuncio de que son escritoras al publicarlos”. En ellas vamos a encontrar cómo las mujeres se están replanteando el destino social del género. Algunas simpatizarán con estar en su casa, criar hijos y ser la cohesión familiar; otras autoras romperán con esto y manifestarán una vida profesional. “También vamos a encontrar mucho de luchas sociales”, la Revolución Mexicana y las mujeres coronelas, el agrarismo y la migración.
El segundo tomo corresponde a las mujeres que tienen más marcado el espíritu de los movimientos feministas, “hablan más abiertamente sobre sexualidad e identidades de género”. Asimismo, se pueden ver distintas formas de maternidad, de violencia hacia las mujeres y una variedad de registros humorísticos para desarticular estereotipos.
El tercer volumen pertenece a las exploradoras porque son las que exploran otras formas narrativas, explicó Liliana Pedroza. “Ellas recogen todo lo que sucedió en el siglo XX y lo están transformando. Este tomo hablará mucho sobre las distintas violencias hacia las mujeres, el feminicidio, los problemas de migración, la precarización laborar y lo que es ser madre soltera, entre otros temas.
PSEUDÓNIMOS. En 1916, muy cercano al primer libro de cuentos que se publicó en México, Dolores Bolio publicó una antología de cuentos bajo el seudónimo de Luis Avellaneda, aunque, explica Liliana, desde el prólogo se sabe que es un seudónimo.
“Las mujeres seguimos usando máscaras para poder viajar de trampa por este medio cultural, por ejemplo, compañeras o yo misma, hemos tenido que utilizar otro nombre para poder concursar en premios nacionales”.
Esto, era más difícil a principios del siglo XX y finales del XIX, igual que “poder tener una voz pública cuando ‘se estableció’ que las mujeres ocupáramos solamente el ámbito privado, así que para poder sortear todo eso, se utilizaban nombres masculinos u otros femeninos para ocultar su identidad”.
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