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Así nacieron los hospitales en la Nueva España

Si el mundo prehispánico se había derrumbado entre el fuego y la enfermedad, la siguiente etapa tuvo momentos importantes: se construyó, se creó. El trauma de las epidemias que hicieron aún más terrible la cadena de sucesos que hoy llamamos Conquista, y la necesidad real de hacer frente a las enfermedades, las viejas y las nuevas, volvieron indispensable la creación de los primeros hospitales en estas tierras.

El Colegio de San Ildefonso
El Colegio de San Ildefonso El Colegio de San Ildefonso (La Crónica de Hoy)

Era el ejercicio de la caridad, con sentido humanista y como parte de un andamiaje que debería llevar a la evangelización de todo el reino de la Nueva España. No se trataba solamente de la atención al enfermo y procurar, en la medida de lo posible, que recobrara la salud. Los primeros hospitales que se establecieron en estas tierras oponían sus labores a los procesos de explotación del mundo indígena que había sobrevivido a la debacle. Pero fundar esos primeros hospitales significó un enorme trabajo administrativo, además de las buenas intenciones.

No eran solamente los indios quienes necesitaban la ayuda que podían proporcionar esos hospitales, la mayor parte de ellos fundados por las órdenes religiosas. En esos años posteriores a la conquista los habitantes del reino se diversificaron: soldados españoles poco afortunados o pobres, vagabundos, niños abandonados, inválidos que habían sobrevivido a la cruenta guerra de 1521 estaban ya integrando el complejo mosaico social de la Nueva España. Ellos fueron los que encontraron en los primeros hospitales del reino, refugio y atención.

La historia se repitió durante la epidemia de tifo de 1576, donde se combinaron dos enfermedades: el tifo, el padecimiento febril conocido como cocoliztli. Las víctimas fueron, en su mayor parte indígenas, y los segmentos más marginados de la Nueva España: los negros y esa parte abigarrada de la población, a la que se definía genéricamente como “castas”, producto del mestizaje.

En esos días, la actividad económica del reino quedó gravemente lesionada, pues murieron muchos trabajadores de obrajes, del campo y de las minas. El Colegio de Tlatelolco se quedó casi vacío.

Las epidemias no eran el único problema de salud pública: las sequías del siglo XVI provocaron una escasez de maíz. Hubo hambruna, y el virrey don Martín Enríquez dispuso misiones para llevar ayuda a los pueblos de indios: en esas misiones se les daba atención médica, se les llevaba alimento y se administraban los sacramentos.

Si bien las ordenanzas emitidas por la corona española eran las que regirían la estructura de los hospitales. La Iglesia católica aportaría las normas para su organización interna. Aunque el personal de los hospitales fueran laicos, el concilio de Trento determinaba que los hospitales pertenecían a la iglesia, con excepción de aquellos con categoría de “reales”, que se fundaban por voluntad y auspicio de la corona.

La orden real para la construcción de hospitales en poblados, tanto de españoles como de indios, se emitió el 7 de octubre de 1541, y se encargaba, de manera especial, a virreyes, audiencias y gobernadores, que aplicaran sus esfuerzos en la creación, a la brevedad, de esos establecimientos. La orden, de esa manera, ampliaba la emitida en 1533, que determinaba la creación de un hospital especialmente destinado a los indígenas. En 1573, se añadieron nuevas normas, como el no fundar hospitales para enfermedades contagiosas junto a los templos. Tendrían que establecerse en sitios donde ningún “viento dañoso” llevara los “malos aires” al resto de la población.

Se fundó un Patronato Real, que vería por la administración de los recursos necesarios para comenzar la empresa. Eran cuantiosas las prebendas que se asignaron para la fundación de estas instituciones: la Hacienda Real aportó, en 1553, y para la fundación de un hospital de indios, 2 mil pesos oro y se comprometió a otorgar 400 pesos anuales para sustento de la institución, y se exentó a ese primer hospital de pagos de derechos y se le concedió la posibilidad de hacer colecta de limosnas.

También se le concedieron a los hospitales nacientes poco más de una novena parte del diezmo que colectaba la Iglesia, y, como, naturalmente resultó insuficiente, la Hacienda Real agregó recursos adicionales.

¿Cómo estaban organizados aquellos primeros hospitales? Deberían ser, fundamentalmente, para los pobres. Los enfermos recibirían, además de la atención médica, instrucción religiosa, y se les administrarían los sacramentos de la confesión y la extremaunción; se les garantizaría poder escuchar misa, y la sepultura en tierra consagrada. Habría salas para hombres y para mujeres, y los enfermeros debían registrar su entrada y su salida. Andando los años, cuando se estableció el Santo Oficio en la Nueva España, algunos de los sancionados por delitos contra la fe, podían ser asignados a servir como enfermeros o asistentes en los hospitales, siempre llevando los famosos sambenitos, los capotes infamantes que los delataban como herejes o blasfemos arrepentidos y sancionados.

Se cuidaba también que se mantuviera el espíritu de caridad: los enfermeros mayores tenían que mostrar, igual que los administradores, “celo, bondad y piedad”; estaba prohibido recibir borrachos y maleantes, que les llevasen comida a los enfermos y que se hiciesen juegos de azar dentro de los hospitales.

Siete fueron los hospitales fundados en la Nueva España en el siglo XVI, el de la Concepción de Nuestra Señora, que luego fue conocido por el nombre que aún lo distingue, el Hospital de Jesús, y lo fundó Hernán Cortés; el de San José de los Naturales, que resurgió de la institución temprana que fray Pedro de Gante había fundado en 1529; el Hospital de Santa Fe, fuera de la Ciudad de México; el Hospital del Amor de Dios; el de San Hipólito, que atendía a dementes, el de San Lázaro, para leprosos, y el Hospital Real de la Epifanía. Con esa semilla, que aspiraba a sanar el cuerpo y confortar el alma, empezó la estructura hospitalaria de este país.

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