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Belisario Domínguez: la voz que el huertismo no pudo acallar

Como se sabe, a la Decena Trágica, y el derrocamiento y asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, siguieron meses oscuros. Victoriano Huerta ejercía el poder en un ambiente donde el miedo y la violencia se entremezclaban.

José Martí, el Apóstol de Cuba
José Martí, el Apóstol de Cuba José Martí, el Apóstol de Cuba (La Crónica de Hoy)

Otoño de 1913. En los terrenos que fueron la inmensa huerta del convento franciscano abatido por la Reforma, se levantaba, en los días de la Decena Trágica, el Hotel Jardín. El tiempo y el progreso han borrado las huellas de aquel sitio, donde hoy se levanta la Torre Latinoamericana. Pero en algún rincón debería haber una inscripción, una placa, algo que nos recuerde que el 7 de octubre de aquel año, la policía reservada, obedeciendo órdenes del gobierno de Victoriano Huerta, entró con violencia a aquel sitio para arrancar de su habitación al senador chiapaneco Belisario Domínguez, para arrojarlo en ese pozo negro y sin fin que es el mundo de los muertos.

No era el primer legislador fallecido a manos de los esbirros del huertismo. No tenía ni dos meses que el diputado Serapio Rendón había sido asesinado a tiros en una cárcel de Tlalnepantla. Muy caro había pagado Rendón su cercanía al fallecido vicepresidente Pino Suárez. Hasta se había permitido ser sarcástico con respecto a las numerosas advertencias: o guardaba silencio o la muerte lo haría callar.

Caro le cobraba Huerta a aquel diputado el reproche que le había lanzado a la cara a su cercano colaborador, Aureliano Blanquet: “[el gobierno de Huerta] es un gobierno de militares golpistas y usurpadores que no conocían más honor que el de las armas, traidores a la patria y a la causa revolucionaria...”

Se acababa septiembre de 1913 y los despojos de Serapio Rendón, objeto de un sepelio infamante, se descomponían en Tlalnepantla.

Bien lo sabía Belisario Domínguez: la violencia corría por las calles de la capital mexicana. Aquel presentimiento que lo asaltó cuando debió abandonar su amado Comitán para ir a tomar posesión de su curul en el Senado de la República, era cada vez más una amenaza real.

Al senador Domínguez no dejaban de rebotarle en la cabeza sus propias palabras, pronunciadas a principios de aquel año: “Presiento que viviré días terribles”.

DE COMITÁN AL SENADO. Belisario Domínguez era chiapaneco, de Comitán; liberal e hijo de liberales. Había nacido en 1863, y cumplió su ambición de convertirse en médico estudiando en París. Despreció la posibilidad de hacer carrera en la ciudad de México, y prefirió volverse a su tierra, donde puso consultorio. Los comitecos lo fueron conociendo poco a poco: era un hombre solidario, que atendía a los más pobres sin cobrarles un centavo. Incluso, les proporcionaba las medicinas, pues tenía su propia botica, atendida por un personaje peculiar, Acisclo Alfonso, quien, afirma la tradición, era un hombre enano, rescatado por el médico Domínguez de la brutal miseria en que vivía la familia de Acisclo. El doctor don Belisario le había educado, le dio ropa para que luciera elegante, y le transmitió su saber. Así, el enano trabajaba con lealtad y alegría para el caballero que le había cambiado la vida, preparando los remedios para la consulta.

Una anécdota local asegura que un día, los habitantes de Comitán vieron al doctor Domínguez acarrear por las calles su propio lecho, para regalárselo a algún paciente en la miseria. Todas esas pequeñas cosas, que el médico hacía con discreción, resultaban para la gente demasiado importantes como para que pasaran por alto. Por eso, prácticamente por clamor popular, Domínguez se convirtió, en 1911, presidente municipal de Comitán.

Años antes, durante una estancia en la ciudad de México, el médico había publicado un folleto donde denunciaba la atroz desigualdad que predominaba en el estado de Chiapas. Eso ocurrió en 1903, y un año después, a la par de su consulta, publicó un periódico, El Vate. Todas esas acciones lo llevaron a aquel cargo público que ni ambicionaba ni pedía.

Pero la petición colectiva fue intensa. Domínguez asumió el cargo. Pensaba como lo que era, un médico, y en función de eso trabajó: les enseñó a los comitecos a airear las habitaciones, mejoró escuelas, caminos y el sistema de agua potable. Viudo desde 1902, dedicaba sus energías a la crianza de sus tres hijos, a su consulta, y a aquel cargo público. El médico era muy querido en Comitán. En abril de 1912, fue nominado como senador suplente por el Club Liberal de Chiapas. Domínguez agradeció la propuesta, a pesar de que, insistió, estaba decidido a seguir en su tierra, ejerciendo su profesión. Finalmente accedió, pensando que su calidad de suplente haría que el cargo no pasara de una cuestión honorífica.

Pero el doctor Domínguez se equivocaba. El senador propietario Leopoldo Gout murió, y don Belisario debió trasladarse a la ciudad de México para tomar posesión de la curul en el Senado. Eran los primeros días de 1913 cuando llegó a la capital. Lo acompañaba su hijo Ricardo, que ingresaría a la Escuela Nacional Preparatoria, y al que alojó en el edificio de la Asociación Cristiana de Jóvenes, en la calle de Balderas. El senador tomó habitaciones en el Hotel Jardín.

Pero la capital vivía en tensión; era un hervidero de rumores y de conspiraciones contra el presidente Madero. En esos primeros días en la ciudad de México, el médico chiapaneco pensó para sí: “presiento que viviré días terribles”.

No sospechó que serían los últimos de su vida. DOS DISCURSOS, LA MUERTE. El senador Domínguez no se equivocó en su oscuro presentimiento: por vivir en el Hotel Jardín, pudo ver de cerca los ires y venires, las carreras y retiradas de los militares que, el 9 de febrero, se sublevaron e intentaron apoderarse del Palacio Nacional, dando inicio a lo que se conoció, desde entonces, como Decena Trágica. Supo muy pronto de las maniobras que se efectuaban en las cercanías de la Ciudadela, como si se quisiera proteger a los rebeldes. Después, supo de la prisión y del asesinato del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez. Después de maniobrar, Victoriano Huerta se hacía con la presidencia de la República.

Eran demasiadas ilegalidades para que el honrado médico permaneciera callado. Le escribió una carta a su hijo y la encargó a un amigo suyo, boticario. A aquel hombre, Jesús Fernández, le confió sus inquietudes: “los asesinatos están a la orden del día, todo puede esperarse...” sabía que su vida peligraba. Le dejó al boticario un pliego para Ricardo. Si Belisario Domínguez desaparecía, el señor Fernández debería entregar el mensaje. Si no, el senador recuperaría la carta.

Eran finales de septiembre cuando el médico chiapaneco escribió un discurso para pronunciarlo en el pleno del Senado. En aquel texto, Domínguez denunciaba la traición y la ilegalidad que se enseñoreaba en el palacio Nacional. Alarmado, el presidente del Senado impidió que don Belisario subiera a la tribuna. Ya bastante alboroto se había armado con su primera intervención de ese 29 de septiembre, cuando propuso que todo el Senado firmara un documento donde se solicitaría a Huerta renunciara a la presidencia, a la que ilegalmente había llegado. Decidido, Domínguez encontró a una valiente impresora que le convirtió aquel mensaje en un impreso que echó a circular.

Ese segundo mensaje, que Domínguez ya no pudo pronunciar en el pleno, era un llamado al Senado a resistir: “...la patria os exige que cumpláis con vuestro deber, aún con el peligro...”. Sabía el médico chiapaneco a lo que se arriesgaba: sus dos mensajes fueron excluidos del Diario de Debates del Senado. Pero se había hecho notorio. Ocho días más tarde, la policía irrumpía en la habitación del senador Domínguez. Entre golpes e insultos, lo llevaron fuera de la capital. Llegaron al cementerio del pueblo de Xoco, donde lo asesinaron y enterraron, casi a flor de tierra.

Es falsa la conseja según la cual, el amigo cercano de Huerta, el médico Aureliano Urrutia, le habría cercenado la lengua.

Pero su asesinato se convirtió, a pesar del miedo, en un escándalo. Huerta decidió disolver el Congreso, y encarceló a los legisladores. En el norte crecía la rebelión contra el hombre que había llegado a la presidencia entre la muerte y la traición, y que, con los mismos métodos, intentaba permanecer en el poder.

Pasaría casi un año antes de que se pudieran rescatar los restos de Belisario Domínguez, convertido ya en el arquetipo del héroe civil.

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