
Así lo disponía el Plan de Iguala: surgiría, aquella mañana del 24 de febrero de 1821, un ejército que asumiría la responsabilidad de proteger el proyecto de independencia y que sería conocido por todos los habitantes de la Nueva España como Ejército de las Tres Garantías o Ejército Trigarante. Y si bien al principio eran aquellas tropas realistas comandadas por el llamado Dragón de Fierro, en los siete meses que siguieron se convirtieron de mayor alcance y de mayor peso político.
Durante mucho tiempo, las narrativas convencionales de la historia de la consumación de la independencia retrataron a un Agustín de Iturbide de grandes talentos negociadores, capaz de persuadir a personajes tan disímbolos como Vicente Guerrero y Juan de O´Donojú e involucrarlos en la gran empresa de separar a la Nueva España de la metrópoli. Pero, ¿quiénes marchaban a su lado? ¿Quiénes integraron aquel Ejército Trigarante?
Mucho importaba aquella fuerza, que, en febrero de 1821 ya tenía un punto de partida, pero tendría que crecer más. ¿Cómo, si no, podría ser la guardiana de la religión católica, la protectora de la independencia y la promotora de la unión entre americanos y europeos? Iturbide no era ingenuo: los acuerdos primordiales se habían logrado negociando; persuadiendo a Guerrero de la conveniencia de superar el desgaste en las montañas del sur, que, a la larga, no llegaría a ninguna parte. Pero la Nueva España había vivido un conflicto que transformó, a lo largo de una década, grandes regiones en campos de batalla. Era imposible pensar que solamente con buena voluntad se concretaría la independencia.
Después de todo, era Iturbide, militar, quien había logrado el encuentro con la insurgencia: si algunas de las ideas de cómo fugarse hacia adelante y evitar que las transformaciones del régimen español alcanzaran a la Nueva España, habían salido de la ciudad de México, lo cierto es que era él, el apodado Dragón de Fierro, el que había abierto la brecha de la negociación; él y nadie más era el artífice de eso que ya empezaba a llamarse independencia.
Pero Iturbide era también hombre de armas; sabía que el Ejército Trigarante debería crecer y convertirse en una fuerza poderosa, con la suficiente capacidad para impulsar, y, llegado el caso, defender el proyecto político que transformaría a la Nueva España en el Imperio Mexicano.
TROPA, HOMBRES, NÚMEROS, ALIANZAS
Cuando Iturbide lanzó el Plan de Iguala, convirtiéndose en el jefe del Ejército Trigarante, tenía bajo su mando una fuerza de 2 mil 500 hombres, agrupados bajo la llamada Comandancia del Sur. En el cuartel general, ubicado en la población de Teloloapan, había mil 500 más. A ellos se unirían las fuerzas de Vicente Guerrero que hoy se estiman entre 2 mil y 3 mil hombres. Todos quedaron subordinados a la autoridad de Iturbide.
Cuando se habla de la consumación de la independencia, sobresale, y se vuelve a narrar una y otra vez el acuerdo entre el comandante realista y el líder insurgente, y ese pacto adquirió un gran peso simbólico, pero la integración del Ejército Trigarante supuso un esfuerzo importante: entre los hombres de Iturbide había lo mismo integrantes de su antiguo batallón de Celaya, que fuerzas compuestas por soldados españoles o por milicias urbanas o rurales compuestas por novohispanos. Los hombres de Guerrero eran todos novohispanos, mestizos, indígenas o pertenecientes a ese mundo variopinto que la cultura virreinal había llamado con desprecio “castas”, y que eran el producto del mestizaje producido, a lo largo de trescientos años, entre europeos, indígenas y africanos. Mucho trabajo debe haber costado establecer una cierta convivencia, casi de la noche a la mañana, cuando era de lo más usual que los mandos de las tropas realistas se refirieran a sus enemigos como “chusma despreciable y vil”.
Las cosas, del otro lado, no estaban mejor: menos sujetas a los protocolos de la vida militar, no faltaron, entre los hombres de Vicente Guerrero, quienes se rehusaran a entrar en el acuerdo. Hubo líderes, como Pedro Ascencio, que inmediatamente acataron el pacto, pero hubo personajes como el que años después se volvió cacique del sur, Juan Álvarez, que se tomaron su tiempo para unirse a la trigarancia. Incluso, hay datos de personajes como Gordiano Guzmán, que era uno de los insurgentes que operaba en la Tierra Caliente michoacana, y que nunca se consideró subordinado de Guerrero, por lo que no veía razón para asumir el acuerdo.
Iturbide llamó a todos altos mandos del ejército realista a sumarse a la trigarancia; en el Plan de Iguala se había comprometido a dar recompensas y ascensos a partir de los méritos, y calculó que ello debería atraer a muchos interesados en progresar. En eso acertó; en el cálculo de que los encumbrados comandantes generales entrarían en el proyecto, se equivocó, pues todos rechazaron el llamamiento. Incluso, ¡había invitado a unirse al virrey Apodaca!
Quienes si fueron sumándose al proyecto fueron los mandos medios, capitanes, tenientes, coroneles y tenientes coroneles; algunos europeos y otros criollos, además de los otros líderes insurgentes, como Nicolás Bravo o un antiguo insurgente indultado, Epitacio Sánchez. Hubo un brigadier, Luis Quintanar, que fue el único de alto rango que se sumó a los Trigarantes.
Dos rebeliones militares engrosaron la trigarancia: una, en la zona de Perote, en Veracruz, y en San Juan de los Llanos, en lo que hoy es Guerrero. Los líderes eran Celso Iruela y José Joaquín de Herrera. Otra, en el Bajío, era encabezada por Luis de Cortázar y Anastasio Bustamante.
CRECE EL EJÉRCITO…Y AVANZA
En realidad, el Ejército Trigarante comenzó a tomar forma hacia abril de 1821, fortalecido por las rebeliones militares que se le unieron. A medida que corrían las semanas, aparecieron nuevos aliados, como Antonio López de Santa Anna, y finalmente, Guadalupe Victoria. En articulación con las fuerzas de Nicolás Bravo, la presencia Trigarante logró, de esa manera, extenderse por Puebla y Veracruz.
En el Bajío, los nuevos aliados tomaron león, Silao, Irapuato y Guanajuato, y una batalla en Puebla, la de Tepeaca, consolidó el poder regional. En esas condiciones, Iturbide salió del sur de la Nueva España, y, mostrando el poderío ganado, pudo negociar con el comandante de la Nueva Galicia, su antiguo superior, el brigadier José de la Cruz, y consiguió, mediante una acción militar moderada, considerada, negociar con las autoridades de la orgullosa Valladolid, la joya michoacana, para que se sometiera al proyecto Trigarante.
Aunque Iturbide intentó aplicar esa estrategia negociadora, el Ejército Trigarante sí entró en batallas cruentas; al percibir su poderío, las tropas de diversas regiones empezaron a sumarse. El virrey Apodaca escribió a Cuba y a España, pidiendo refuerzos militares urgentes, e intentó levas relampagueantes para disponer de tropas, pero el tiempo no corría a su favor.
En junio de 1821, se hablaba de trigarancia y de independencia por todas partes; Pedro Celestino Negrete ya proclamaba la independencia, ¡nada menos que en Tlaquepaque y en Guadalajara! Un capitán, Antonio León, se apoderaba de Oaxaca; un teniente cubano, Pedro Lemus, ganaba terreno en Saltillo, en nombre de la trigarancia. Así,el núcleo que mandaba Iturbide, empezó a avanzar hacia las capitales importantes y cercanas a la ciudad de México. Fueron cayendo Aguascalientes, San Luis Potosí. Iturbide y Bustamante entraron triunfantes a Querétaro a finales de junio, y al siguiente mes llegaron a Puebla.
El mundo virreinal se desbarató: un golpe de Estado sacó del poder al virrey Apodaca, casi al mismo tiempo que Juan O´Donojú desembarcaba en Veracruz. Nada había qué hacer, pensó el depuesto Apodaca, conde del Venadito. El reino se había sacudido la autoridad española, y los Trigarantes no tardarían en tomar la capital.
Cuando Agustín de Iturbide entró a la ciudad de México, el 27 de septiembre, marchaba con él una fuerza de 17 mil hombres. La Trigarancia había alcanzado su destino.
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