Los últimos días de enero de 1917, Carmelita Torres, con 17 años, lidera la protesta conocida como “Los motines del baño” en el puente de Santa Fe, un cruce fronterizo con EU. Ahí, los mexicanos eran desinfectados con gasolina y queroseno antes de ingresar a la unión americana, porque se les consideraba sucios, inferiores como raza y a quienes les encontraban piojos, los rapaban, relata David Dorado Romo, en su libro Historias desconocidas de la Revolución Mexicana en El Paso y Ciudad Juárez.
Esta narrativa de racismo y ninguneo persiste hoy, “un eco que lleva un siglo y sólo se transforma”. En la administración de Donald Trump, ahora los mexicanos son terroristas, violadores y criminales y no deben entrar a los Estados Unidos.
Su libro, reconocido con diferentes premios, también rescata otras historias como la Teresita Urrea o Santa Teresa, la mujer que hacía milagros y alborotó las cosas en El Paso, Texas, donde a su arribo, el 13 de junio de 1896, la esperaban cerca de 3 mil personas. En San Francisco mostró sus poderes psíquicos y en Nueva York ganó un concurso de belleza; el linchamiento de Antonio Rodríguez o la del primer revolucionario de El Paso, Víctor L. Ochoa.
En esos días finales de enero, Carmelita Torres debía sufrir esto. Viajaba por uno de los tranvías eléctricos para cruzar de Ciudad Juárez a El Paso, por el puente de Santa Fe. Pero decide no padecer esta inspección. Ella había escuchado que en una de las cárceles de El Paso se registró lo que llamaron Holocausto
—la quemazón de una de estas cárceles donde murieron más de 20 prisioneros—, además de que en la revisión los soldados estadunidenses les tomaban fotografías desnudas que luego exhibían y repartían en cantinas. Ella se rehusó a este acto violento y humillante.
En este punto, David Dorado hace una digresión y señala que esta política estadunidense continuó durante gran parte del siglo XX contra los inmigrantes mexicanos. En las décadas siguientes y hasta 1964, 4.5 millones de braceros tuvieron que soportar este proceso. En ese tiempo usaban el DDT.
Cuenta que en los archivos de Washington también descubrió que se llegó a usar el pesticida Zyklon B —una sustancia alemana— en los años treintas en la frontera de Ciudad Juárez y El Paso.
Explica que el sustento para esta desinfección estaba basado en la idea de la eugenesia –el buen nacimiento para perfeccionar la raza humana- con la cual establecían que los mexicanos eran seres inferiores.
¿Pero cómo estos hechos se relacionan con la Revolución Mexicana?, dice el investigador y señala que Pancho Villa supo de la muerte de mexicanos por quemaduras. Es parte de su rabia cuando ataca a Columbus. Durante esos años, añade, existía una especie de guerra racial en ambos lados de la frontera y se dieron hechos como la masacre de Santa Isabel, en Chihuahua, donde matan a 17 norteamericanos o el asesinato de mil mexicanos en el sur de Texas, perpetrado por los Rangers.
Al regresar a la historia de Carmelita Torres, David Dorado señala que ella convence a 30 mujeres que iban en el tranvía a salirse, a no pasar por el baño ni la desinfección. Otras personas las ven y se unen. Van por el Puente Santa Fe rumbo a El Paso. La mayoría iba a trabajar en casas. Hay que recordar, dice, que antes de enero de 1917, la frontera con EU estaba abierta, sólo los chinos eran los únicos ilegales, pero con la Revolución Mexicana, la Primera Guerra Mundial y el ataque a Columbus, empezaron a requerir pasaportes. Los estadunidenses tenían miedo a la invasión no sólo de personas, sino de enfermedades y a la mezcla de razas por sus ideas de eugenesia, con lo cual pensaban que los mexicanos iban a traer una degradación racial.
Y ahí está Carmelita Torres con 30 mujeres protestando. Al paso de las horas llegan a ser 2 mil personas que no van a pasar por los baños, donde se tienen que desnudar, poner los zapatos y ropa en las secadoras de vapor. Mi abuela me contó que ella puso su calzado y se derritió, dice David Dorado.
De repente, relata, llegan las tropas del general Pershing y las mujeres comandadas por Carmelita, la amazona mexicana de pelo castaño rojizo, las enfrentan con piedras, botellas y otros objetos. Entonces los estadunidenses llaman al gobierno carrancista y éste envía al general Francisco Murguía —nombrado el general mecates por colgar a villistas—. Llega con su escuadrón de la muerte. Ambos ejércitos rodean a las mujeres, quienes no les temen y siguen enfrentándolos. En la protesta, un hombre gritó: ¡Viva Villa!, y fue ejecutado.
David Dorado indica que había miedo a la protesta que tenía diferentes niveles: contra el racismo norteamericano y el carrancismo que colaboraba con Estados Unidos para apresar a Villa. Entonces, la prensa, de ambos países, ataca a Carmelita y su gente: la norteamericana les dice que eran cochinas, que no se quieren bañar, y los periódicos oficiales de México señalan que son las clases populares que no respetan.
El motín dura varios días y al terminar Carmelita es arrestada y nada se supo de ella. Sería la primera desaparecida, agrega el investigador. Se trata de una historia que da vergüenza a ambos países, por eso no se cuenta, pero también muestra desde cuando está ese eco racista contra el mexicano inmigrante y no termina. “Esto que empezó hace 100 años y hoy con Trump ya no nos llaman sucios, ahora somos criminales, violadores y que nos aprovechamos económicamente de ellos”.
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