
Se llaman Ángel, Fernando, Jesús, Alan, como tantos otros mexicanos jóvenes. Van a la escuela, como muchos. Hacen deporte, como muchos. Pero ellos traen, además, la impronta de una cultura milenaria que se amalgama con el entorno mexicano, y han crecido cultivando ese lazo con un país lejano. No es un mero recuerdo. No es una historia contada en reuniones familiares. Es una realidad viva y cercana, que los unifica, que los hace comunidad y que comparten en tierra mexicana: llevan años aprendiendo la Danza del Dragón, la Danza del León. Son algunos de los muchos mexicanos de origen chino que residen en nuestro país, y que organizados en torno a la Comunidad China de México A.C., la asociación de mayores alcances, comparten la particular herencia que poseen.
Habla Alfonso Chiu (Cantón, China, 1952), presidente de Comunidad China de México, a la mitad de una práctica de la Danza del Dragón. Este hombre esbelto, que muy temprano por las mañanas hace su práctica cotidiana de kung fu y que se mantiene en el negocio familiar, el restaurante Shangai, donde se habla español y chino por igual, piensa que en este 2018, son más bien pocos los chinos que viven en nuestro país, pero calcula en más de 100 mil los mexicanos de origen chino, descendientes de inmigrantes venidos hace dos, tres o cuatro generaciones. Su historia es la de un vínculo que nunca se rompió, de un ir y venir donde el sentido de comunidad y el deseo de que la memoria no se pierda, son los motores del trabajo de cada día.
“FUI UNO MÁS”. Entre las historias de los chinos mexicanos hay algunos caminos que son de doble vía. Una de esas es la de la familia Chiu, cuyo lazo con México empezó con el siglo XX. “Mi abuelo llegó a México en 1901 o 1902. Luego trajo a su familia. Uno de esos hijos, el tercero, fue mi padre. Cuando se desató la persecución contra los chinos, regresó a su país. Allá conoció a mi madre y surgió la familia.
Alfonso Chiu fue el único nacido en China de los 5 hijos de aquel matrimonio. “dos de mis hermanos nacieron en Hong Kong y otros dos en Viena, porque mi madre corría de la guerra. Mi padre regresó a México en avión, y se estableció en Coatzacoalcos, donde tuvo una tienda. Llegué a México en 1959, poco antes de cumplir 7 años Vivimos allá, pero no soportamos el calor. Vinimos a la capital, y mi padre creó el Shangai.
La familia Chiu se estableció en el centro de la ciudad de México. “En Coatzacoalcos aprendí a hablar español”. Cuando llegamos acá, estudié en la escuela “República del Salvador”, por el rumbo de la Ciudadela. Terminé la primaria en un plantel muy antiguo, la “Horacio Mann” de la colonia Juárez. Fui un niño más. Nunca me hostilizaron. Sabía que tenía compañeros bullies, pero siempre he sido de carácter abierto, nunca tuve un problema.”
La familia nunca perdió el vínculo con China. Dos de los cuatro hermanos mayores de Chiu decidieron quedarse allá. La madre, iba y venía con frecuencia. “Entré al Instituto Politécnico Nacional. Allí me recibí de ingeniero arquitecto. Mis dos hermanos mayores prefirieron quedarse en China y afrontaron las consecuencias de la posrevolución. Yo, de muy pequeño, conocí lo que es el comunismo, a mí no me lo cuenta nadie: los niños íbamos a las montañas a escarbar; juntábamos todo el metal que hallábamos y se entregaba al gobierno”.
Lo importante es que los Chiu nunca rompieron su vínculo con la lejana China. “He ido muchas veces y no siempre a visitar a la familia; he recorrido China de arriba abajo para aprender las tradiciones y las manifestaciones como la Danza del Dragón, que aprendí de los campesinos.”
Alfonso Chiu mantiene desde hace años un vínculo importante con la embajada china en México. Eso le ha permitido allanarse el camino para traer a nuestro país prácticas y actividades encaminadas a darle a los chinos mexicanos el referente de su herencia cultural. Personaje prominente de la comunidad china mexicana, participó en el primer relanzamiento del Barrio Chino de la ciudad de México, y de él vino la iniciativa de convertirlo en la zona peatonal que es hoy.
Quien haya conocido hace unos 35 años aquel tramo de la calle de Dolores, a unos pocos pasos de la Alameda Central, recordará las pequeñas tiendas con escaparates repletos de estatuillas y adornos. La zona, más allá de las calles del Barrio, padecía el descuido de años, y Chiu recuerda, incluso, como vendedores de droga llegaban en auto, y se estacionaban para hacer sus negocios. “Por eso, en la coyuntura del Proyecto Alameda, pude involucrarme como arquitecto y representante de los comercios del barrio y colaborar en la renovación de la zona. La puerta que hoy está en la pequeña plaza contigua al barrio, yo la gestioné”, narra con orgullo, respecto a la transformación que el barrio chino experimentó en los últimos años del siglo XX, y que, por cierto, ahora se encuentra en una nueva etapa de modernización urbana.
Para transmitir ese legado entre los chinos mexicanos, es que, junto con otros personajes de la comunidad constituyeron la Asociación: “Soy el tercer presidente de Comunidad China de México, A.C. El primero fue don Tomás Chiu García. Su historia es diferente. Él nació en México, lo llevaron a China siendo niño, y después volvió. A don Tomás lo sucedió Emilio Chau y después yo.”
Hay muchas agrupaciones de chinos mexicanos en todo el territorio nacional y Comunidad China de México tiene vínculos con ellas. “A veces me preguntan por qué no estoy integrado a las asociaciones de chinos, a las de cantoneses. Y no lo hago porque ellos no me necesitan. Los chinos mexicanos sí. Llevan dos culturas en la sangre, y los más jóvenes no saben hablar chino. Comunidad China de México manda, cada año, a entrenar, a dos jóvenes. Y se integran muchos”.
Algunos de los chicos que participan de las actividades de Comunidad China de México son muy jóvenes. Algunos ya ni siquiera tienen apellido chino. Eso quiere decir que su familia lleva, por lo menos, cuatro generaciones en México, y no quieren perder la memoria de la cultura de sus antepasados. “Había un vacío. Algunos de estos chinos mexicanos, que ya no conocieron a sus abuelos, los inmigrantes originales, anhelaban conocer, saber sus orígenes, y ya no había quien les contara. Entonces, yo les cuento. Traemos las tradiciones a México. En alguna época, editamos una revista, “Origen”, para llenar ese vacío de memoria”.
Comunidad China de México no tiene ningún afán económico. Se trata de conservar la memoria, la cultura y propiciar que las generaciones más jóvenes de chinos mexicanos conserven el lazo con la tierra de sus abuelos. Su establecimiento en nuestro país, como ocurrió con otras comunidades, fue azaroso y finalmente dependió de una decisión que les cambió la vida. “México es un puente; no es un lugar donde los chinos se queden. Familias como la mía decidieron quedarse, pero muchos se fueron a Estados Unidos. Así se han movido los chinos: llegan a México y se van a Estados Unidos. Mi familia es de las más antiguas de la comunidad mexicana: tenemos 118 años aquí”.
Del mismo modo que se conserva el recuerdo de cómo crecieron y se mexicanizaron, la comunidad china no olvida los días oscuros de los movimientos antichinos. “En Torreón, la comunidad tuvo hasta bancos. En 1924, Plutarco Elías Calles expulsó chinos, expulsó a madres mexicanas con sus hijos mestizos, que aquí eran agredidos. Esas madres, tuvieron que ir a China, también sufrieron por estar en tierra extraña, donde la gente los miraba con desconfianza. Ahora lo veo así, y entiendo que ese miedo al otro es propio de la naturaleza humana y les ha ocurrido a los chinos, a los judíos y a muchos más. Pero en su momento, esa persecución fue muy dolorosa y muy dramática.”
Entre esos jóvenes que hacen equipo en torno a Comunidad China de México, los hay de todas las edades, de todas las actividades: “Hay un universo muy grande aquí”, sonríe Alfonso Chiu. “Vienen todas las semanas a practicar las danzas porque apoyamos a muchas de las asociaciones chinas del país. Aquel, que lleva la cabeza del dragón, es bioquímico. Ese otro, es hijo del poeta Oscar Wong, chiapaneco”. Uno más, estudia en la UNAM y juega futbol en las fuerzas básicas de Pumas, pero no olvida las danzas tradicionales chinas. Son chicos mexicanos, como cualquiera otro de este país. Algunos de ellos, ya adultos jóvenes, practican las danzas desde los 4 o 5 años.
“Yo les digo que no hay que perderse”, explica Chiu. “Son mexicanos de origen chino. Aquí les dicen chinos. Cuando van a China, les dicen mexicanos. Tienen que apropiarse de eso, y saber que tienen dos sangres, dos culturas en sus venas”.
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