
Real del Monte solía ser el nombre con el que los habitantes de este poblado, a escasos kilómetros de Pachuca, conocían a su propio pueblo. Hoy resulta igual de válido llamarlo Mineral del Monte.
El segundo nombre se ha difundido, más que por ser la nomenclatura oficial, por la fama reactivada del lugar para pasear por sus calles. Lo que se construyó con el esplendor de la plata, se ha transformado en fines de semana o vacaciones en un ambiente bullicioso a través de calles especialmente bellas con estilo colonial y empedrados que transportan a tiempos pasados.
Por lo general, son los turistas quienes le llaman “El Mineral”. Las familias que vivieron las épocas de mayor tranquilidad, en el poblado principal, recurren al primero de estos nombres.
Eran épocas tranquilas sin duda, pero difícilmente se pensará que aquello era mejor que la fiesta actual de fin de semana. Así que en el doble nombre no parece haber una parte mejor que la otra.
La historia oficiosa señala que ese nombre en dúplex surge desde la llegada misma de los españoles a la zona. Una vez asentados en lo que fue Tenochtitlán, los peninsulares se dirigieron afanosamente hacia el norte en busca de asentamientos humanos o bien minerales. En un año colonial tan temprano como 1531, se generaron las primeras referencias al lugar.
Paso Alto lo llamaban las poblaciones originarias (que lo es, pues está a 2 mil 600 metros sobre el nivel medio del mar). Esta era una zona otomí, lo que significa que se encontraba cercana a la frontera entre las culturas mesoamericanas y aquellas otras, mucho más dependientes del nomadismo y la caza, en lo que hoy es el septentrión mexicano.
En 1552 se registraron las primeras minas. Esa era la vocación del Real o Mineral y bajo la actividad minera, sobre todo de la plata, vivió su esplendor y decadencia desde el siglo XVI y hasta el Siglo XX.
Como en muchas otras poblaciones mexicanas de este tipo, la riqueza minera se fue y el pueblo entró al Siglo XX con los últimos esplendores de los metales preciosos. Hacia la mitad del siglo y hasta el final del mismo, la población declinó. Un apacible estilo de vida, con los alrededores repletos de ganado menor, conformaban el día a día en este punto de la geografía hidalguense.
Pero la renovación llegó antes de que cerrara el siglo pasado. Un proyecto para rescatar la riqueza cultural que encerraba esa vida tranquila se materializó; es así como las fachadas en las calles principales fueron recuperadas mediante trabajos minuciosos encabezados por especialistas universitarios.
Esto trajo consigo una renovada vista del lugar, pero también una nueva y animada actividad callejera, similar en cuantía a la que provocaba la bonanza platera.
Los fuereños, tan comunes en su etapa minera, son ahora de otro tipo. Se convirtieron en paseantes que disfrutan de las calles, de la comida y el clima.
Las vacaciones en el Real-Mineral del Monte resultan actualmente una buena opción para adentrarse en un verdadero ambiente de montaña.
Más allá de lo copioso de la lluvia en el año, las bajas temperaturas en temporadas como la actual, permiten sumergirse en esas callejuelas y la neblina que las cobija.
Real del Monte es uno de esos sitios que posee magia propia y crea el escenario perfecto para un paseo en familia o pareja. De día el recorrido por sus minas, el Panteón Inglés y algunos otros museos que han abierto sus puertas, marcan un ritmo de diversión y cultura envueltos en armoniosos paisajes boscosos y casas de colores. Por la tarde el lugar invita a probar los ya tradicionales pastes de la región, así como todo tipo de pan acompañados de un café y una charla con un ambiente bohemio entre callejones que evocan memorias románticas.
La plata se ha ido, pero no el bullicio en el Real-Mineral del Monte, donde las familias, amigos y parejas encuentran un sitio de recreación histórica, cultural y de aventura.
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