De acuerdo con todos los nahuatlatos habidos y por haber, Cuauhtémoc significa “Águila en descenso”. En caída, pues, nombre largamente simbólico para un tlatoani derrotado como fue el sobrino de Moctezuma.
No se sabe si tan gravitatoria tendencia en el ave —cuya dieta de serpientes aún llevamos en el escudo nacional— se debe a su trayectoria en pos de una presa, o si viene de bajada porque está herida, desfalleciente o abatida por una flecha. La etimología —del náhuatl cuauhtli,"águila", y temo, "bajar", es decir, "el águila que baja"—, no da para tanto.
También es misteriosa la reverencia lópezvelardiana de llamar al tlatoani cautivo, o héroe a la altura del arte, pues en los crípticos versos zacatecanos no se define cuál arte, como no sea el de loarte y rimarte…
Pero los mexicanos guardamos con respeto la memoria del valiente guerrero cuya suerte fue dolorosa y humillante, pues fue sometido a martirio, tormento y vejación, a pesar de su alcurnia, hasta terminar colgado de una ceiba.
Por eso tenemos tantas ciudades, municipios, plazas, avenidas y billetes en su memoria. Por eso – a pesar de ser como nuestra mayoría, un héroe derrotado-- su cabeza se nos queda, hemisféricamente de moneda.
Por esas razones, cuando en 1970 Luis Echeverría subdividió la ciudad en 16 demarcaciones, en aquel tiempo administradas por delegados del jefe del Departamento del Distrito Federal (quien a su vez era un delegado suyo), el centro de la ciudad, la zona donde estuvo en cogollo de la Gran Tenochtitlán, recibió ese nombre. Sus límites son los de la original ciudad de México, cuya división territorial fue ignorada cuando se quiso hacer del DF una entidad nacional, más, y se terminó haciendo un champurrado políticamente correcto mediante una Constitución de fantasía.
La delegación Cuauhtémoc (y ahora la alcaldía), ha sido gobernada desde 1997 por la izquierda. De Jorge Legorreta a este joven tabasqueño Néstor Núñez, cada uno de los responsables de su administración ha cumplido cabalmente con la encomienda: llevar el centro de la ciudad al lamentable estado actual, a pesar de la remodelación escenográfica emprendida por López Obrador y Carlos Slim en beneficio de los intereses inmobiliarios.
Toda una hazaña de la izquierda, capaz de convertir los corredores de ambulantes en negocios disimulados y los microexpendios de drogas en franquicias ubicuas servidas y dotadas por el cártel de la Unión Tepito y otros más. Eso es el Centro.
Hoy la izquierda ha sido expulsada de esa ciudad, la parte más vibrante, histórica y rica de la capital del país, por ella degradada. Nunca les había ocurrido así a los ineptos perredistas y morenos, así el presidente diga lo contrario, arrinconado en el orgullo de llevar a Morena al triunfo… en la casilla donde votó. Vaya consuelo.
Sandra Cuevas, impulsada –dicen-- por Ricardo Monreal, quien fue delegado antes del cambio constitucional, será ahora la responsable de esa importante parte de la capital. Le quedará el orgullo de haberle arrebatado el Zócalo a López Obrador. A ver si aprovecha.
Morena carece de mayoría calificada en San Lázaro. Esa “victoria” no significa nada. Con sus diputados, propios y parasitarios, puede hacer casi todo. Cuando no se tiene algo, se compra, sean votos o devotos.
Los cambios indispensables de la IV-T para lograr vigencia transexenal: militarización (Guardia Nacional, aduanas, bancos, Tren Maya, Corredor del Istmo, etc.); contrarreforma educativa y permanencia etiquetada de los programas sociales, entre otros, ya están hechos.
Todos en tres años con la colaboración de los “opositores” en el Senado.
—¿Dónde quiere usted votar, senador, aquí o en Almoloya? Esa fue la fórmula persuasiva.
Por lo pronto, ganarán como les venga en gana el presupuesto, para el próximo año… o nos quedamos con este. Ganancia de todos modos.
La única derrota realmente penosa, por lo simbólica, además,fue en la CDMX.
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