Luis Enrique Gómez Quiroz*
Muchas preguntas han surgido de una aparente diferencia genética entre latinoamericanos y europeos respecto a la infección con el SARS-Cov2 y el desarrollo del COVID-19; esta diferencia no necesariamente se encuentra relacionada con aspectos inmunológicos, sino también con diversos asuntos moleculares. Como quiera que fuere, son preguntas que sólo con investigación científica, rigurosa y seria, pueden ser respondidas.
Algo bueno que trae consigo este problema —y, en verdad, quiero creerlo así—, es que está evidenciando, en los tomadores de decisiones, la importancia de la ciencia y la academia en la previsión y la organización ante una pandemia. Se ha hablado mucho de los efectos de la pandemia en la economía de las naciones, particularmente en la nuestra, tan vulnerable y vulnerada históricamente, lo que hace a México un país con particulares complejidades.
Los sismos de 1985 y 2017 nos han dejado la evidencia de que, recurriendo a la ciencia, podemos enfrentar con mayor éxito este tipo de problemas. A partir de los sismos la ciencia nos ha dejado, por ejemplo, un sistema de alerta sísmica, planes de contingencia o nuevos materiales y técnicas constructivas. Gracias a la ciencia ahora sabemos mucho más que antes respecto a qué hacer antes, durante y después de un sismo. Programas de protección civil, nuevas normas de construcción, simulacros periódicos, educación en la prevención, centros de monitoreo de actividad sísmica, son también ejemplos de una nueva cultura social ante contingencias naturales. Y todo ello ha sido gracias a la ciencia, a la tecnología y, por supuesto, a la academia.
El SARS-Cov2 es un virus que, si bien resulta altamente contagioso, su agresividad es relativamente baja, en términos de sus efectos en el paciente infectado, salvo cuando las condiciones crónicas determinan un pronóstico reservado de consecuencias lamentables.
¿Qué pasaría si este virus fuera mucho mas agresivo y que su ruta de transmisión fuera a través del aire? Airborne es el término en inglés para referirse a este mecanismo de contagio, considerando el tamaño de una partícula menor a 5 µm de diámetro. Por ello, es fundamental que, desde la academia, con investigadores mexicanos de probada experiencia en el campo de la investigación, estudiemos el desarrollo de la pandemia en nuestro país.
Desde la ciencia debemos aprender, en México, de la actual pandemia, para enfrentar con mayor éxito, con una mucho menor tasa de morbimortalidad, con menores efectos negativos en la economía y en la vida cotidiana, antes de que una mucho más agresiva airborne nos sorprenda en el futuro. No esperemos a que una situación aún más grave nos afecte. Es momento de que el país dependa cada vez menos del conocimiento o de las tecnologías de otras naciones, sin que ello represente un aislamiento; por el contrario, la colaboración internacional es siempre deseable, pero es eso, cooperación, ayuda mutua, siempre deseable y bienvenida.
México necesita apoyar su capital humano, ampliar su equipamiento e infraestructura, incrementar sus recursos financieros y actualizar el marco legal con respecto a la investigación científica y al desarrollo tecnológico nacionales. Se debe apostar por la generación de conocimiento propio, con base en la tradición científica nacional, las características genéticas de nuestra población, en su diversidad idiosincrática, en nuestras muy particulares circunstancias y necesidades como sociedad pluricultural.
¿Por qué en esta contingencia debemos comprar ventiladores mecánicos clínicos importados si podemos diseñarlos y producirlos con tecnología propia? En la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana tenemos una de las mejores escuelas de ingenieros biomédicos del país, que ha demostrado el nivel de excelencia de sus profesores-investigadores y de sus estudiantes. Igualmente, esa sede académica se centra en la investigación en ciencias de la salud, para la obtención de conocimiento de los mecanismos de los sistemas biológicos que se comprometen en diversas enfermedades, o en el área de biotecnología, con la aplicación del conocimiento científico en mejoras para la salud y la vida cotidiana de los diversos sectores y grupos de la sociedad; y, desde las matemáticas, es posible generar algoritmos que nos abran una ventana hacia la previsión y al pronóstico. La UAM es sólo un ejemplo de lo que las universidades públicas del país aportan, cotidianamente, para el desarrollo nacional.
Tenemos con qué responder, tenemos capacidad humana y material para ello y, en la próxima epidemia o pandemia (inevitablemente habrá otras más), encontrarnos mucho mejor preparados, técnica, científica, económica e, incluso, jurídicamente, si desde este momento todos, incluyendo el gobierno, empezamos por valorar más la academia, las universidades y la ciencia en México. Debemos aprender del momento actual, para estar mejor preparados para el futuro, inmediato y mediato, no solo en materia de pandemias, sino en otras contingencias como incendios, huracanes o terremotos, entre otros.
Se debe apoyar la preparación y el entrenamiento de los “soldados del conocimiento” —científicos, médicos, matemáticos, ingenieros, etcétera—, que combatirán enfrentando las nuevas pandemias que nos depara el futuro, y su centro de entrenamiento son, sin lugar a duda, las universidades de todo el país.
Las instituciones de educación superior representan la oportunidad para hacer bien las cosas, se tiene el conocimiento y el camino para hacer de los problemas que enfrentamos sean mucho mas transitables y con el menor daño posible. Es en éstas donde la inversión debe ser cada día más importante, abonar el terreno para que las semillas que se han sembrado germinen y den los frutos que requerimos en el país.
Esperamos que los tomadores de decisiones se den cuenta de ello, que valoren lo mucho que hemos aprendido, y que esto, en gran medida, es el invaluable resultado del estudio y de la investigación científica que se desarrolla en los centros universitarios. No perdamos la oportunidad de aprender y hacernos fuertes, confiemos en la ciencia y en las instituciones universitarias, por el bien de todos.
*Profesor-investigador del Departamento de Ciencias de la Salud de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias y de la Academia Nacional de Medicina de México, pertenece al Sistema Nacional de Investigadores Nivel III
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