Muchos están hartos de que cada 8 de diciembre se evoque la trágica muerte de John Lennon. Varios los expresaron así en Twitter. Perdónenme pero seguiré al rebaño de los que recuerdan la fecha. Tengo tres grandes razones para hacerlo 1) Han pasado 40 vertiginosos años desde que Mark David Chapman, un joven texano que odiaba a Lennon por su dinero, al mismo tiempo que lo adoraba, lo asesinó con una pistola calibre 38. 2) Los Beatles fueron emblemáticos para mi generación, especialmente John Lennon. Mi segundo libro de cuentos, para que se den una idea, se titula La portada del Sargento Pimienta, (Cal y Arena, México:1994) 3) Mi marido (quien murió a finales de agosto de este fatídico año) y yo estudiábamos en Nueva York y participamos en el coro fúnebre de la multitud que cruzó el Central Park del Este al Oeste el 9 de diciembre de 1980 para despedir a nuestro héroe. Fue una procesión casi religiosa, aunque muchos no siguiéramos ninguna religión. En el anfiteatro abierto del parque se colocaron varios amplificadores que emitían “Imagine”, una de las famosas canciones de Lennon, la cual imagina la unión universal de los seres humanos, sin religión, en un mundo pacífico, en el que no existen las divisiones.
Imagine there´s no countries
It ins´t hard to do
Nothing to kill or die for
And no religión too
Imagine all the people living in peace, you
Varios helicópteros sobrevolaban el enorme Parque Central, que se asienta en una superficie de 42,9 hectáreas y contiene varios lagos artificiales. De haberse convertido en una manifestación política habría sido muy poderosa. Pero todos caminábamos en silencio. Éramos, la hermandad Lennon. No recuerdo cómo se propuso que llegaríamos hasta el edificio Dakota, uno de los primeras construcciones de departamentos de Nueva York. Se empezó a construir en 1880 y se terminó cuatro años más tarde. Allí vivían Lennon, Yoko Ono y su pequeño hijo Sean, de cinco años de edad. Los departamentos, todos son distintos, comenzaron disponiendo de cuatro a veinte cuartos. Por afuera, que es lo único que conozco, mantiene una decoración llamada renacentista alemana, de altos gobletes y tejados hundidos y con tragaluces, según una vieja descripción. Una característica de los departamentos reside en hay en los departamentos ventanas de cada lado. Luce el Dakota balcones con balaustradas y la edificación ocupa toda una cuadra. Al concluirse hacia finales del siglo XIX, se funcionaban varias caballerizas, un gimnasio, jardines y un gran comedor. Todavía suben y bajan elevadores por todas partes dentro del edificio.
En los Dakota se supone que transcurre la película El bebé de Rosmary (1968), gran película de terror de Roman Polanski. No faltó el rumor de que el brutal asesinato en el que murieron Sharon Tate, esposa de Polanski y unos amigos suyos que la visitaban (1969), lo perpetuó la “familia Manson” porque los brujos ocultos en la ciudad de Nueva York tomaron molestia por la exhibición de la secta satánica que aparece en la película. El edificio Dakota posee o poseyó, por eso, un signo de fatalidad. El asesinato de John Lennon, justo a la entrada magnífica de los departamentos, ratificó ese halo maligno.
Yo estudiaba el posgrado en literatura comparada en la Universidad de Nueva York con una beca de la UNAM y Salvador, de quien al final estuve separada, seguía estudios graduados de economía en la New School for Social Research como becario de CONACYT, un CONACYT apoyador, que en nada se parece al hoy. Vivíamos en un edificio de la calle 16 y la séptima avenida, en el barrio de Chelsea, que colinda con el Village. Ambos caminábamos a nuestras universidades. Fueron aquellos años vividos en Manhattan productivos, de intensa y feliz relación de pareja, de estudio constante y de la sensación de que pasábamos por el umbral del futuro, de donde años más tarde llegaría nuestro hijo Sebastián. Aún así, sufrí un fuerte episodio depresivo (es parte de mi naturaleza) y acabé yendo al psiquiatra, que estaba en la avenida Madison, por la calle 82, muy cerca del Central Park. Salía de la casa mucho antes de mi sesión psicoanalítica para desviarme hacia el lado Oeste del Parque y admirar el edificio Dakota. Me mesmerizaba. En una ocasión, por la calles aledañas, en compañía de Salvador, descubrimos a Mick Jaegger, con un traje blanco elegantísimo, cruzando hacia la calle 72 , del lado contrario a los Dakota. Fue una verdadera aparición. Quisiera contar que también miré a la distancia a Lennon y Yoko Ono, pero no sería cierto. Nunca nos topamos con ellos en aquella sección del Parque, donde todo el mundo sabía que frecuentemente paseaban.
Aquel 9 de noviembre nuestra peregrinación por el Central Park incluía la misión de llegarse a los Dakota y esperar a que Yoko Ono saliera por un balcón pequeño, así lo recuerdo, a saludarnos a nosotros, los otros deudos. Nadie lo propuso, que yo recuerde, pero todos esperábamos que eso ocurriera. Los tumultos unidos por alguna razón piensan con un mismo cerebro.
No sucedió. Yoko Ono permaneció guardada con su pequeño hijo Sean. El frío arreció pasado el mediodía y luego de un rato largo rompimos filas todos.
Demás está puntualizar que aquel día transcurrió tristemente. Yo escribí un relato que se llama “Dakota´s Requiem”, incluido, por supuesto en La portada del Sargento Pimienta. De nuevo me vuelve esa tristeza, cuando pienso que Lennon era un hombre de cuarenta años cuando lo asesinó Chapman, que han transcurrido desde entonces otros cuarenta años, que Salvador murió de golpe el 21 de agosto y que, aunque no estuviésemos ya juntos y él no se encuentre hoy en el planeta, “siempre tendremos Manhattan”, si se me permite parafrasear al gran Humphrey Bogart de Casablanca.
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