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Del piolet de Trotski al paraguas búlgaro: ocho casos espectaculares de asesinato de Estado

El asesinato de León Trotski, compañero de Lenin en la Revolución Rusa, fue ordenado por otro compañero, Stalin, que se valió de un fanático comunista de origen español, Ramón Mercader, para eliminarlo.

Asesinato de Carlos Gardel
Asesinato de Carlos Gardel Asesinato de Carlos Gardel (La Crónica de Hoy)

El asesinato de León Trotski, compañero de Lenin en la Revolución Rusa, fue ordenado por otro compañero, Stalin, que se valió de un fanático comunista de origen español, Ramón Mercader, para eliminarlo. Tras ingresar a México con un pasaporte falso, se infiltró en el círculo de Trotsky al hacerse novio de su secretaria, Silvia Ageloff, logró visitar al revolucionario ruso una decena de veces. Así consiguió que no fuera registrado. El 20 de agosto de 1940, Mercader lo atacó en su cuarto con un piolet (martillo de pico alpinista), que le incrustó en el cráneo. Murió al día siguiente.

Orlando Letelier fue el secretario de Defensa del presidente chileno Salvador Allende cuando el general Pinochet dio su golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973. Huyó a Washington, pero su sentencia de muerte ya estaba firmada por el dictador. El 21 de septiembre de 1976 fue asesinado mediante una bomba instalada en su carro, que fue activada por control remoto en pleno corazón de la capital estadunidense. El asesinato fue parte de la Operación Cóndor, orquestada por las dictaduras sudamericanas para eliminar opositores, con el silencio cómplice de EU. Pinochet le negó incluso a los familiares el derecho a enterrarlo en Chile.

El 7 de septiembre de 1978, el desertor búlgaro Georgi Markov esperaba un autobús en Londres cuando sintió un pinchazo en la parte de atrás de su muslo derecho. Cuando se giró, vio a un hombre que se alejaba con un paraguas. Al día siguiente ingresó con fiebre en un hospital, donde, el doctor que lo atendió recibió el siguiente reporte de una enfermera: “Hay un niño con apendicitis y un loco que dice que el KGB lo envenenó con un paraguas y que no hay nada que hacer”. Tenía razón: tres días después murió envenenado con ricino. El mismo doctor descubrió la sustancia letal cuando su mujer le dio el pitazo: “Deberías leer más a Agatha Christie”.

El 16 de abril de 1988, un comando del Mossad (Inteligencia israelí) irrumpió en la casa de Abu Yihad en su exilio en Túnez. El número dos de la OLP y mano derecha del líder palestino, Yaser Arafat, era asesinado a balazos. El hombre que dirigió durante dos décadas las principales operaciones militares de la resistencia palestina llegó a disparar tres veces con la pistola con la que dormía, pero nada pudo hacer contra siete agentes preparados para matar. Recibió 56 disparos. Israel, que negó durante años ser un Estado terrorista, confesó 22 años después la autoría del crimen.

El 23 de noviembre de 2006, el exespía ruso Alexandre Litvinenko murió en un hospital de Londres tras casi un mes de agonía provocada por ingerir polonio, una sustancia radioactiva extremadamente tóxica arrojada en su taza de té, mientras conversaba con dos compatriotas, que resultaron ser agentes al servicio del Kremlin. Poco antes de morir, el disidente, uno de los primeros que acusó directamente a Vladimir Putin de ordenar el asesinato de la periodista opositora Anna Politkovskaya, nunca dudó de que el presidente ruso y exagente del KGB planeó su muerte.

El 13 de febrero de 2017, Kim Jong-nam, el hermano mayor del líder norcoreano Kim Jong-un, esperaba en la terminal del aeropuerto de Kuala Lumpur (Malasia) que se anunciara su vuelo a Macao cuando, en menos de cinco segundos, fue abordado por dos mujeres, una de las cuales le restregó un pañuelo húmedo en la boca. Resultó ser el agente nervioso VX, pero no le dio tiempo a averiguarlo. Tras pedir a gritos ayuda, se desplomó en un asiento (ver foto) y poco después estaba muerto. De lo que seguro no dudó en esos 20 minutos de agonía es que detrás de su muerte estaba su “querido hermano”.

El 4 de marzo de 2018, el exespía ruso Serguei Skripal y su hija Yulia fueron encontrados en estado catatónico sentados en un banco público en Salisbury, Inglaterra. Londres lo tuvo claro: Putin había intentado matar a otro crítico con su persona, usando veneno letal, en esta ocasión el agente nervioso Novichok, de fabricación rusa. La prueba principal fue el curioso viaje de dos rusos de Moscú a esa localidad inglesa, a la que fueron, dijeron, por su catedral “mundialmente conocida”. Resultaron ser dos espías de la agencia militar de Inteligencia rusa (GRU), pero el Kremlin todavía lo niega.

Al cierre de esta edición, CNN y el The New York Times aseguraban que la monarquía Saudí iba a reconocer que un comando emboscó al periodista disidente Jamal Kashoggi en el consulado saudí en Estambul, para “interrogarlo” y llevarlo a la fuerza al país árabe. Sin embargo, la mala suerte quiso que a un agente “incompetente” se le pasara la mano. Mientras forenses turcos apuestan a que los saudíes disolvieron en ácido el cuerpo de su compatriota, el presidente Donald Trump tendrá que explicar por qué en dos días pasó de amenazar al régimen saudí a asegurar que el rey Salman (que gobierna de forma absolutista) no sabía nada.

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