Opinión

Distopía americana

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Circuló por estos días en las redes sociales un video de un par de minutos, grabado en la ciudad de Atlanta, en el que vemos confrontarse a gritos a dos grupos rivales tras las elecciones presidenciales en Estados Unidos. En el video se puede ver claramente a uno de los dos bandos –simpatizantes de Donald Trump– empuñando armas largas, mientras uno de ellos, con un rifle de asalto AR-15 colgado al pecho, grita exaltado una y otra vez: “the time is now”.

Del otro lado de la calle se encuentran, al parecer, simpatizantes afroamericanos de Joe Biden, y de acuerdo con el narrador de la escena, también se encuentran armados, aunque no es posible distinguir sus armas.

Se trata, en cualquier caso, de un testimonio estremecedor del ambiente de tensión que se vive en Estados Unidos. Los grupos republicanos más radicales -en el país cuya segunda enmienda constitucional ha permitido que los ciudadanos compren armas de gran calibre y las exhiban sin ninguna limitación- podrían representar un riesgo mayor para la democracia estadounidense.

Conocemos el temperamento de estos grupos de ultra derecha. Su culto por las armas va de la mano de un discurso supremacista y violento. Tienen no sólo las armas sino el odio enquistado que se requiere para accionarlas.

En más de dos siglos de existencia la tradición democrática de Estados Unidos ha logrado superar una guerra civil calamitosa, en la segunda mitad del siglo XIX, magnicidios, y un sinnúmero de acciones violentas y antisistémicas impulsadas desde la extrema derecha: del Ku Klux Klan, a las matanzas en solitario protagonizadas por extremistas armados y delirantes, la violencia no es un componente ajeno a la vida política de los Estados Unidos.

Desde la literatura, dos escritores norteamericanos del siglo XX, Philip Roth y Philip K. Dick, han imaginado escenarios ucrónicos y distópicos para la democracia estadounidense. Es acaso la respuesta desde la imaginación literaria a un peligro que siempre ha circulado en el imaginario político de aquel país: el colapso de su democracia, el fin del sueño americano y el comienzo de la pesadilla fascistoide.

En La conjura contra América, novela de 2004, Philip Roth alteró el rumbo del pasado para imaginar una historia temible y desconcertante. En 1940, ya con la Segunda Guerra Mundial en marcha y con Europa en llamas, el demócrata Franklin Delano Roosevelt es derrotado en las elecciones presidenciales por el héroe de la aviación Charles Lindbergh, quien no sólo representa al Partido Republicano, sino que es además un claro simpatizante de la Alemania nazi.

Lindbergh, en efecto, además de ser el pionero de la aviación que cruzó en solitario el Oceáno Atlántico a borde de una avioneta, en la vida real llegó a entrevistarse con Hitler, se pronunció en contra de la entrada de Estados Unidos en la guerra, y hubo voces de la derecha radical que lo propusieron sin éxito para que se postulara a la presidencia.

Pero en la novela la historia –ese espejo que puede reflejar el rostro más atroz de los seres humanos– da un vuelco: Lindbergh gana las elecciones y establece un gobierno fascista en alianza con la Alemania Nazi.

El antisemitismo se impone en los Estados Unidos con todos los rasgos que adquirió la persecución judía en Europa, y la novela entonces describe las vicisitudes de una familia judía de New Jersey, la aparición de una policía política racista y autoritaria, y en resumen el fin de la democracia en Estados Unidos.

En El hombre en el castillo, novela de 1962, Philip K. Dick concibió desde la literatura otro destino fatal para la democracia norteamericana: su derrota en la Segunda Guerra Mundial, y la división del país en dos bloques bajo el yugo alemán y japonés.

La novela transcurre quince años después de que las fuerzas del Eje (Alemania, Italia y Japón) derrotaron a los aliados. La mitad del país, desde la costa atlántica hasta el medio oeste, está bajo el control alemán; la otra mitad, desde la costa del Pacífico, es gobernada por Japón, y un pequeño territorio autónomo para Estados Unidos se establece en medio del país. La trama de la novela relata la vida de diversos personajes que intentan desde la resistencia clandestina recuperar la soberanía del país, en medio de toda clase de conspiraciones y disputas entre los dos poderes hegemónicos del planeta: Alemania y Japón.

En el libro de Kadick los nazis han creado su propio imperio colonial, causando genocidios masivos de judíos y negros, devastando África y desecando el Mediterráneo para convertirlo en tierras de cultivo. También se han lanzado a la exploración del espacio y han desarrollado tecnologías tales como el dominio del plástico, la producción masiva de automóviles, la televisión, la bomba atómica y la bomba de hidrógeno.

Japón, por su parte, se ha lanzado a la conquista de Asia y Sudamérica, con resultados dispares, y solo ha logrado la ocupación de parte de China y Rusia. Hacia el momento en el que transcurre la narración, Japón y Alemania se encuentran enfrentados en una guerra fría, marcada por la superioridad tecnológica alemana sobre su rival.

¿Podemos imaginar con estos dos antecedentes literarios un nuevo escenario distópico para la democracia en Estados Unidos?

La mesa esta puesta para concebir una nueva trama: ya están ahí, en el escenario, activos y amenazantes, los grupos armados de la derecha supremacista; del otro lado, hemos visto recientemente cómo el país se incendió con las movilizaciones masivas de protesta por la recurrente violencia racista de las fuerzas policiacas. Y todo esto mientras que el país se enfrenta a la mayor crisis sanitaria de su historia y la pandemia se cobra cada día miles de muertos.

Si vivieran, Philip K. Dick y Philip Roth tendrían en el presente un material extraordinario para concebir y escribir una nueva distopía americana.