Escenario

El hombre que mató a Don Quijote o la libertad de una obsesión

Don Quijote
Don Quijote Don Quijote (La Crónica de Hoy)

Para aprender a disfrutar del cine de Terry Gilliam debes darte la oportunidad de sentirte un poco loco. No hablo de una locura banal sino de una ingeniosa. Para el cineasta inglés el cine no parece ser un arte, sino una exploración de la diversión; es un juego hecho con el lenguaje cinematográfico y con historias que giran en torno al concepto de lo lunático como una forma de hablar de la salvación del espíritu.

Específicamente en El hombre que mató a Don Quijote, un filme que existe por una brutal obsesión del cineasta estadunidense (británico por convicción), el manejo de la locura de don Quijote de la Mancha, que interpreta Jonathan Pryce, es a la vez el reflejo del tipo de lunático que es Terry Gilliam, “es un hombre que tiene una visión del mundo distorsionada, pero romántica”.

El realizador británico se interesó por primera vez en la adaptación a la gran pantalla del clásico de la literatura española (y universal) Don Quijote de la Mancha a finales de la década de 1980. El proyecto ha estado maldito desde entonces, pasando por numerosos problemas de diversa índole, desde la falta de financiación hasta la reciente disputa con un anterior productor que puso en peligro su proyección en Cannes, pasando por los problemas de salud de sucesivos protagonistas (la hernia de Jean Rochefort en el año 2000 y el cáncer que finalmente sería terminal de John Hurt en 2015), entre muchos otros.

En su filme, la historia original se transfigura poco a poco en la de  un director de anuncios, Toby (Adam Driver), que mientras rueda en España se reencuentra por casualidad con un filme que realizó mientras era estudiante titulado, apropiadamente, El hombre que mató a Don Quijote.

Tras volver al pueblo donde se materializó esta obra, Toby se encuentra con que su producción transformó la vida de muchos de sus participantes, especialmente la del zapatero Javier (Jonathan Pryce), elegido como protagonista entonces y todavía hoy convencido de que es el mismísimo hidalgo don Quijote de la Mancha. Toby se ve obligado a seguir a don Quijote como su Sancho Panza, lo que les llevará a vivir una serie de aventuras y desventuras cada vez más alocadas, absurdas y carnavalescas.

Desde mi punto de vista la mayor fortaleza de la película radica en la informalidad por la que ha sido duramente criticada. Sin embargo, si uno echa la vista a su filmografía podríamos darnos cuenta que este filme, dentro de su alocada forma de contarse, es uno de los más cuerdos. Gilliam toma la esencia de un personaje para hacer un ejercicio conceptual muy divertido e ingenioso; no me imagino una adaptación en un tono más serio para semejante obra.

Si bien su estilo ya no es sorpresivo como en aquellos títulos indispensables como Brazil (1985), 12 monos (1995) o la magistral Pescador de ilusiones (1971), es innegable que hay un oficio fílmico en su propuesta, que hay lealtad a la comedia que surgió en sus tiempos de Monty Python y que El hombre que mató a Don Quijote es una disfrutable película de aventuras. Ahora Gilliam se ha liberado de una obsesión que cargaba por 30 años, lo que podría entenderse como un triunfo de la locura.

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