
Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas”, decía la escritora danesa, Karen Blixen, bajo su seudónimo de Isak Dinesen. Cierto. Una historia nos ayuda a entender mejor la perspectiva y visión de los otros. A entendernos a través de la mirada de un texto o una obra. Narrar es uno de los actos más complejos pero también más liberadores que existen. Pero quién o quiénes cuentan las historias. ¿Cómo se narran? ¿Desde qué posición es abordada la historia? ¿Por qué se cuenta de una forma y no de otra?
¿Cuál es el peligro de escuchar una sola versión, una sola perspectiva, una sola historia? ¿Qué sabemos de otros lugares y personas? ¿Qué conocemos de un país, un determinado grupo, de un género, de una raza, de una orientación sexual, de un movimiento? ¿Qué interpretamos de los otros? ¿De qué lado y partido de la historia te encuentras? ¿Quiénes tienen el poder y quiénes no, para enunciarse?
La sorprendente Chimamanda Ngozi Adichie, feminista y escritora, en una interesante conferencia llamada “El peligro de la historia única”, publicada por TED Conferences, menciona que “la historia única crea estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos sino que son incompletos. Hacen de una sola historia la única historia”.
Y la consecuencia de esta historia única es “que roba la dignidad de los pueblos, dificulta el reconocimiento de nuestra igualdad humana, enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes”.
Por ello son tan necesarias las historias desde diferentes perspectivas. Porque permiten ampliar el panorama de un hecho. Alimentar la gran historia. Durante mucho tiempo sólo conocimos las narraciones de los vencedores. La visión colonizadora y hegemónica.
Pero también existe una lucha necesaria y constante para mostrar a los otros. A los que durante años han sido invisibilizados o sesgados en la literatura, en la pintura, en el cine, en la televisión; en cualquier forma de representación.
Si estuviéramos bombardeados mediáticamente bajo el discurso de la xenofobia y el racismo como pretende Donald Trump; si sólo viéramos esa posición respecto a los migrantes, estaríamos limitados. Nos faltaría una visión para entender las bondades y fortalezas de la migración. La humanidad lleva migrando desde sus inicios. Se encuentra en su ADN.
Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón, Alejandro G. Iñárritu, todos ganadores del Oscar, el premio máximo hollywoodense, son también migrantes. No cumplen para nada con el estereotipo que Trump pretendía implantar: que son todos unos violadores, narcotraficantes y delincuentes. Periodistas estadunidenses y mexicanos han creado crónicas, reportajes y perfiles estupendos que muestran la otra mirada de los migrantes.
Y qué pasa cuando los flujos migratorios vienen de un país dominante. México tiene una migración gigantesca de estadunidenses y europeos. Seguramente entre ellos podría haber violadores, narcotraficantes y delincuentes. Pero también personas honestas, trabajadoras, respetuosas y que aportan a la multiculturalidad del país.
“La diversidad es fortaleza. Las diferencias nos enseñan. Si tememos a las diferencias no aprendemos nada”, dice la comediante Hannah Gadsby. Las diferencias deben ser vistas de múltiples ángulos. Deben ser contadas no para alejarnos y dividirnos. Sino para acercarnos y conocernos.
Porque Chimamanda Ngozi tiene razón, “la realidad no es un hecho estático y limitado, sino que permite la posibilidad de ser descubierta y modificada a medida que se conoce y re-conoce, de ahí que se deban cuestionar las representaciones sociales y el poder, pues aunque estén casi que prefijados para la mayoría de los grupos sociales, la realidad no puede ser una sola, la que elija el poder de turno”.
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