
(Primera Parte)
En plena era digital la música se universaliza cada vez más, sonidos viajan a través de la web nutriendo la escena mundial, motivo por el cual ya no es sorprendente ver al colectivo ruso de punk rock, Pussy Riot, en un Vive Latino (2018), o al dúo de sudafricanos de electro rap rave, Die Antwoord, tocando a un costado del Santuario de Nuestra Señora de los Remedios, ubicado en Cholula, Puebla, durante el festival Catrina (2018).
Si bien, el desarrollo tecnológico ha sido la herramienta idónea para incrementar el mercado y la oferta a nivel internacional, también representa un reto para las distintas industrias en cada región; en el caso de México, porque demanda con urgencia una profesionalización de la industria que provea los espacios y medios suficientes no sólo para la escena nacional, sino global.
Pese a la rapidez con la que nuestra industria parece crecer, ésta se encuentra apenas en desarrollo, consecuencia de haber dependido durante décadas de las disqueras; que representaban prácticamente las únicas plataformas para producir y difundir la música, bajo una estructura monopolizada, comandada por ciertos géneros, excluyendo a muchos otros ritmos del oído público y de los reflectores comerciales.
Hace 20 años, tener un proyecto independiente significaba prácticamente subsistir en la sombra de la escena underground, con recursos limitados y a la vista de audiencias muy específicas; proyectos que en su defecto debían migrar a otros países donde existiera una mayor apertura a diversos géneros para ampliar su público.
En el nuevo milenio trajo consigo complicaciones para las disqueras debido a la piratería con la que ya venían batallando durante la década de los años 90, en su formato físico, recibiendo el tiro de gracia de las descargas ilegales por internet. Viéndose obligadas a evolucionar y ampliar el mercado. “El negocio no está en vender discos, sino en vender los espectáculos del cantante, por eso, hoy en día, a través de los contratos las compañías estipulan también ser los mánagers, porque de lo contrario, no obtienen un margen de recuperación”, explicaba Rossy Pérez durante una entrevista (2014), fundadora y directora general del sello independiente Consecuencias.
Ahora, las nuevas tecnologías no sólo facilitan la producción de música, sino su difusión a través de redes sociales, implicando un menor costo para los artistas y un mayor alcance que las estaciones de radio y los canales televisivos convencionales. Canales de streaming como YouTube, Spotify o iTunes, aseguran la difusión global de la música a un menor costo; tanto para el artista en cuestión de inversión, como para el público en consumo, dejando de lado la producción-compra de los materiales en su formato físico.
Con la casi extinción de las disqueras, —tal como lo menciona Rossy Pérez— los artistas también tuvieron que recurrir al espectáculo en vivo como forma de ingreso, allí radica la clave de la escena actual, la cantidad de boletos vendidos sustituyó hábilmente a la venta del CD. El formato físico (CD, vinil o casete) pasó a ser un artículo de colección.
A partir del 2010 las agencias promotoras comenzaron a especializarse en marketing digital, tener presencia en las principales redes sociales (Facebook, Twitter e Instagram) es la más efectiva estrategia de venta del artista actualmente. Además, las redes sociales juegan un papel fundamental en la comunicación pública por su inmediatez.
Las redes sociales no sólo reducen la distancia entre artista y público, sino que permiten la voz de las audiencias, siendo un canal bilateral que da pie a la retroalimentación, algo que las disqueras evaluaban a partir de muestras muy específicas —limitadas, costosas y realizadas por terceros (agencias de investigación de mercado).
No obstante, esa inmediatez también ha representado un consumo álgido de la música. El hábito de escuchar un material completo parece ir diluyéndose entre el público que con facilidad queda atrapado en los algoritmos de las plataformas digitales. Dichos algoritmos no son otra cosa que la programación musical a partir de las búsquedas del usuario —de ahora en adelante las audiencias pasan a convertirse en un código numérico llamado “usuario” que proporciona información a la plataforma para su configuración.
Cada intérprete o tema reproducido desde la cuenta del usuario, guiará a la plataforma (aplicación) por un catálogo de música similar de acuerdo con el género, ritmo o artistas relacionados (colaboraciones); a esa configuración se le llama algoritmo. Entre más específicas sean las búsquedas, el algoritmo reduce la oferta llevando al usuario por una línea musical predeterminada. Algo que ha generado discusiones entre artistas y agentes de la industria, quienes no obstante reconocer los beneficios que trajeron consigo las plataformas digitales, recriminan que sus algoritmos segmenten a las audiencias.
Por ello, diversos colectivos musicales y medios han decidido hacer justicia a la escena creciente y emergente a partir de generar foros presenciales y convivencias donde el público pueda tener el acercamiento “real” con el artista, ya no por medio de plataformas digitales, con la finalidad de asegurar su público y ofrecer algo más allá de la música.
En ese sentido, México se ha convertido en el “ombligo” de dicho universo, sobre todo para Latinoamérica, considerado así por músicos, productores, ingenieros de audio y promotores musicales que reconocen el nivel de consumo que tiene la industria en nuestro país el cual se está especializando en “convivencias”, dando lugar a todos los géneros del mundo. Pero de ello hablaremos en la Segunda Parte de este especial.
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