
Francisco Madero era crítico de la figura de la Vicepresidencia. En 1908, en aquel libro suyo que fue un éxito de ventas —uno de los primeros best seller mexicanos—, La sucesión presidencial en 1910, analizando las dimensiones de lo que llamaba el “poder absoluto” de Porfirio Díaz, abordó el papel que desempeñaba el vicepresidente Corral. La conclusión de Madero es que Corral era una figura apenas decorativa, que parecía no respirar siquiera, a no ser que tuviese autorización de su jefe: “Hacer un estudio de su personalidad es bastante difícil, pues si el general Díaz es una esfinge que no habla pero que obra, el señor corral es también una esfinge, pero que ni habla ni obra desde que ocupa el alto puesto de Vicepresidente de la República… sólo podremos juzgarlo haciendo apreciaciones sobre esa inacción, y sobre sus actos anteriores, allá cuando vivió en Sonora”.
Madero examinó la actuación de Corral en sus días de gobernador en Sonora y concluyó que, en los días en que no llevaba a cuestas la Vicepresidencia, el personaje en cuestión se preocupó más “por sostener a sus amigos, a sus fieles partidarios políticos, que en defender los grandes intereses de la Patria”.
Eso era el pasado reciente de Corral. Su presente, en 1908, no era mejor: “Si pasamos ahora a estudiar su gestión como Ministro de Gobernación, no encontramos ningún dato para juzgarlo, pues las relaciones entre él y los gobernadores de los estados son de tal naturaleza que el público no se da cuenta de ellas… A través de su inacción, lo único que se ha podido comprender es que aprueba la política del general Díaz en todo y por todo… y ha comprendido que, entre menos se hable de él, más lo estima el general”. De Corral, llegado el caso de que sustituyera a don Porfirio, concluía Madero, no habría que esperar “la prolongación del poder absoluto”.
En ese 1908, el temor de que don Porfirio muriera siendo presidente era muy real, de manera que la cuestión de la Vicepresidencia era importante. Pero Madero no se hacía ilusiones: según él, la nación había cedido algunas de sus libertades a cambio de la pacificación del país, pero esa confianza “ha desaparecido desde la institución de la Vicepresidencia, que tiene por objeto visible proteger los intereses creados a la sombra de la actual administración”.
Y aun así, sabiendo todo esto; conociendo la accidentada historia de las vicepresidencias mexicanas en el siglo XIX, ni Madero ni nadie pensaron en desaparecer el cargo. Francisco León de la Barra llevó el proceso electoral conforme a la ley establecida. Nadie cuestionó el futuro de la Vicepresidencia.
Malacostumbrados como estaban los mexicanos a la triste historia de Ramón Corral, llegaron al extremo de preguntarle a Madero, si llegado el caso de que Vázquez Gómez fuese el candidato elegido, trabajaría con él, una vez llegados a la Presidencia. El coahuilense respondió que prefería a Pino Suárez, pero acataría la resolución de la Asamblea. Los partidarios de Vázquez Gómez se exaltaron, protestaron. Se negaron a admitir la resolución de la convención, que asignaba la candidatura a Pino Suárez.
Hubo pleitos, acusaciones. Vázquez Gómez y su fracción se empeñaron en lanzar una candidatura Madero-Vázquez Gómez; los maderistas devolvieron el berrinche publicando en la prensa un análisis de las actividades de Vázquez Gómez el año anterior, para demostrar que había apoyado muy poco a la revolución contra Díaz. Finalmente, Vázquez Gómez contendió por la Vicepresidencia, pero también lo hizo ¡León de la Barra!
En la votación de 1911, con el sistema de votación indirecta, Madero ganó la Presidencia sin cuestionamientos. Pino Suárez obtuvo 10 mil 245 votos, León de la Barra 5 mil 564, Vázquez Gómez 3 mil 373. El periodista y poeta tabasqueño sería al mismo tiempo vicepresidente y ministro de instrucción pública. Los partidarios de Vázquez Gómez, derrotados pero no apaciguados, se sumaron a los malquerientes del presidente Madero, que, apenas tomando posesión del cargo, ya sumaban muchos.
Pero el levantamiento que comenzó el 9 de febrero de 1913 y que se tradujo en los dos cuartelazos que les costaron el cargo y la vida a Madero y Pino Suárez, planteó un problema de lealtad, opuesta al pragmatismo político. Haciendo oídos sordos a quienes le sugerían abandonar la Ciudad de México, José María Pino Suárez, en un gesto leal, decidió hacer suya la suerte del presidente Madero, y permanecieron juntos desde ese 9 de febrero, cuando ambos dejaron para siempre hogar y familia, para compartir la muerte, unos pocos días después.
Si el Vicepresidente hubiese escapado de la capital para refugiarse en su tierra, en el sureste, o en el norte, con los más leales a Madero, el orden legal se habría conservado y, muerto Madero, Pino Suárez habría podido encabezar la resistencia contra Victoriano Huerta. Capturados y encerrados en la intendencia de Palacio Nacional, ninguno sabía qué tan enterado estaba Huerta del mecanismo de suplencia presidencial. Pero lo estaba, y mucho.
Huerta aprovechó la reforma de 1904, que señalaba como titular interino de la Presidencia al Secretario de Relaciones Exteriores, en ausencia del Presidente y del Vicepresidente. El nombramiento, una vez que, acorralados, Madero y Pino Suárez firmaron sus renuncias, recayó en el canciller Pedro Lascuráin. El único acto de gobierno que hizo en los 45 minutos en que fue presidente, fue designar a Huerta secretario de Gobernación, para luego... renunciar. Así llegó Victoriano Huerta a presidente de México, cubiertas —es un decir— las formas legales, mientras Madero y Pino Suárez eran asesinados.
Pero la revolución constitucionalista estaba en marcha, y a mediados de 1914 el régimen de Huerta se había derrumbado. El 15 de julio. Huerta y Blanquet renunciaron y salieron de México. Carranza, consciente acaso de la estela de desastres que la Vicepresidencia le generó al país, emitió un decreto en 1916, en el cual derogó el cargo, argumentando la larga cauda de “imposiciones, intrigas, discordias y ambiciones” que había acarreado.
Carranza se cercioraría de que, en los debates de la Constitución de 1917, la Vicepresidencia no volviera a convertirse en fuente de tentaciones.
Pie de foto: Fue un gesto de lealtad lo que decidió la suerte del vicepresidente Pino Suárez. Decidió quedarse al lado del presidente Madero y así su gestión terminó entre la traición y la muerte.
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