Opinión

La escuela mexicana en el espejo finés

Francisco Báez Rodríguez
Francisco Báez Rodríguez Francisco Báez Rodríguez (La Crónica de Hoy)

En el documental de 2015 ¿Dónde invadir después?, el cineasta Michael Moore visita varios países que, según su criterio, están haciendo las cosas mejor que Estados Unidos. Allí el espectador se entera de las vacaciones italianas, las cárceles noruegas y, claro, el sistema educativo de Finlandia.

El tema viene a cuento porque una de las metas del Nuevo Modelo Educativo mexicano es mejorar notablemente en las pruebas PISA que se aplican a todas las naciones de la OCDE, y a algunas más. En ellas, México está debajo de media tabla. Finlandia ha estado, consistentemente, entre las mejores.

En el documental de Moore queda la impresión de que Finlandia está bien en educación porque todas las escuelas son públicas, porque hay mucho recreo, pocos días de clase, no dejan tarea y no hacen exámenes estandarizados de opción múltiple. Parecía una solución demasiado sencilla, así que me puse a investigar.

Resulta que todo eso es cierto, al menos en apariencia. Pero la cosa, en realidad, es bastante más compleja.

La gran reforma educativa finlandesa se dio en los años 70, y su principal intención era igualar las condiciones de las diferentes escuelas del país, porque era de calidad muy desigual, dependiendo de la clase social o si eran en ciudad, población menor o campo. El concepto era que se dieran las mismas oportunidades educativas para todos, y no sólo nominalmente. El proceso duró décadas, pero se mantuvo contra viento y marea. En la actualidad, no hay diferencias notables de aprovechamiento según la escuela.

El segundo elemento de la reforma fue la revisión del papel de los maestros en la sociedad. La idea era no solamente que se revalorara su imagen, sino también cambiar la composición de la planta docente. Esto se logró, con participación del sindicato, a través de una política muy agresiva en tres carriles: uno, la actualización constante de los maestros en activo; dos, una política mucho más selectiva para los nuevos docentes y tres, notables mejoras salariales ligadas a los dos primeros puntos.

En la actualidad, para ser profesor de educación básica en Finlandia se requiere tener título de maestría —es decir, una especialidad después de la licenciatura—, así como aprobar reñidísimos concursos de oposición. En contraparte, los salarios de los maestros finlandeses superan ampliamente la media de la OCDE y se trata de una de las profesiones mejor valoradas socialmente en ese país: “es un muchacho muy inteligente, va a ser maestro de grande”.

El dislate como vocación y oficio
Por: Rafael CardonaApril 25, 2025
Mario y Francisco. Semana de despedidas
Por: Juan Manuel AsaiApril 25, 2025

La nueva composición de la planta docente contribuyó, junto con la relativa autonomía curricular de cada escuela, a revolucionar los métodos de enseñanza-aprendizaje, que son resultado, en cada plantel, de una discusión colectiva. Se trata, para usar la frase de moda, de “aprender a aprender”, de convertir la asistencia a la escuela en una actividad agradable, motivadora, que mueva al entusiasmo.

Hay muchos recreos, hay muchos descansos, para no atiborrar a los estudiantes, pero son organizados, con mucho deporte. También hay mucho trabajo dirigido a que ellos investiguen por su cuenta, aprendan de todo, pero más de las cosas que les interesan. Y sí hay tareas, sólo que no se llaman así, ni se califican a la manera tradicional: los niños y jóvenes están estudiando y generando reportes fuera del aula, pero lo hacen más por interés que por deber.

Finalmente, todos los finlandeses estudian obligatoriamente dos idiomas, además del finés: inglés y sueco (hay un debate sobre si esta última lengua debe ser sustituida por otra, como francés, alemán, español, ruso o chino).

Cierto, Finlandia es un país relativamente rico, pequeño y homogéneo, y cada nación debe buscar sus propios caminos. Pero como ejemplo y espejo ideal no se ve nada mal.

En México hay una gran diferencia entre el nivel de las escuelas de las ciudades y las de pequeñas poblaciones. Esa diferencia es mucho mayor que la que existe, en promedio, entre escuelas públicas y privadas. Y, atenidos a los resultados de pruebas estandarizadas, es superior a la que hay entre México y Finlandia (o Corea o Singapur).

Una parte de esa diferencia interna está en el equipamiento; otra, en el personal docente. Estas dos, a su vez, suelen estar ligadas a la clase social de los educandos. Y estos elementos se asocian con un menor nivel escolar de los padres de familia. Para decirlo en pocas palabras, aunque no sea una regla de hierro: las escuelas más malas suelen estar en las zonas más marginadas. Otra parte de la diferencia está en la zona del país. En el norte y en la Ciudad de México, las escuelas son mejores que en el sur-sureste o que en Michoacán.

En las últimas décadas se ha dado un proceso de privatización creciente de la enseñanza, ligado a la percepción de que las escuelas privadas son mejores. Sólo es el caso de algunas. Pero el hecho es que este proceso ha generado cierto desdén de las clases medias hacia un sistema educativo que no sienten estrictamente como propio.

La lógica de las escuelas normales como algo distinto a las universidades —e inferior, por el número de años de estudio— corresponde al país semianalfabeto de hace casi un siglo. Es la misma lógica que hace “corta” a la carrera magisterial: un mecanismo para que una persona de pocos recursos acceda más rápidamente al mercado de trabajo. Y la profesión de maestro es mucho menos apreciada que la de abogado, por dar un ejemplo no muy halagador.

La burocratización del trabajo educativo se ha traducido en más horas de escuela, pero menos de aprendizaje. En tareas repetitivas y exámenes estandarizados. La participación de los padres de familia se reduce a aportaciones eventuales, y prevalece la lógica de que la tarea educativa es asunto y obligación exclusiva del gobierno.

Todo eso tiene que cambiar si queremos parecernos mínimamente a Finlandia (cuando menos en los resultados de PISA). Las intenciones del Nuevo Modelo Educativo apuntan en el camino correcto, pero no basta con apuntar.

Ah, y en Finlandia el gasto educativo equivale al 7.2 por ciento del PIB, dos puntos más que en México, con una población menos joven (también porque los impuestos allá son muy superiores).

Copyright © 2017 La Crónica de Hoy .

Lo más relevante en México