
Clint Eastwood es un tipo hecho de una material inoxidable. Tiene 88 años y acaba de estrenar su película número 40 como director, la cual también protagoniza (lleva 72 participaciones como actor), y lo hace de una manera tan lúcida, humilde y simpática, como nostálgica, política y emocionante en la tragicomedia que hace del retrato de un criminal. No es una película elegante y pulcra como en otros filmes de Eastwood, pero su sinceridad gana, es ese tipo de honestidad de un hombre divirtiéndose.
La mula es la historia de un hombre llamado Earl Stone (Clint Eastwood), un anciano horticultor de cerca de 90 años, veterano de la Segunda Guerra Mundial, que está solo y en quiebra, ya que se enfrenta a la ejecución hipotecaria de su negocio. Los reclamos familiares lo llevan a tomar la decisión de aceptar un trabajo que simplemente le exige conducir. Todo parece bastante fácil, pero, sin saberlo, Earl lo que realmente está haciendo es transportar cocaína para un cártel mexicano. Todo se complica cuando el agente de la DEA Colin Bates (Bradley Cooper) empieza a investigar esta misteriosa mula que transporta drogas para narcotraficantes de Sinaloa.
No se trata de engañar. El cine de Eastwood siempre ha tenido un corte político, con una tendencia marcada por ser un defensor acérrimo del Partido Republicano de Estados Unidos, y por ende, ha construido en sus películas una interpretación muy nacionalista del heroísmo. No pierde oportunidad de utilizar una historia para materializar su pensamiento político y en este caso lo demuestra con una justificación indirecta sobre los problemas migrantes, porque el de fuera es dañino para su sociedad.
Esta vez toma un hecho real para llevarlo a la pantalla grande. La película está inspirada en el artículo de la revista The New York Times escrito por Sam Dolnick, cuyo guion firma Nick Schenk (Gran Torino). Lo interesante del cine de Eastwood viene en la grandilocuencia o sencillez del argumento que tome. El patrioterismo y tono que muestra en El francotirador es diferente al que muestra en Gran Torino, y en ese sentido, sí, La mula se parece más al segundo filme. Mucho más emocional.
El cineasta estadunidense es un maestro del dominio de las emociones, y esta vez, ha tomado su figura de viejo gruñón para regalarnos un personaje entrañable y astuto. En La mula nos regala una buena experiencia cinematográfica sin ambiciones de gloria, tiene errores de guion que no molestan, tiene poca profundidad temática y no preocupante; hace de los mexicanos personajes muy típicos de la percepción ridiculizada estadunidense, pero encajan en el aspecto cómico. Es un divertido y emocionante retrato de un criminal.
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