![Cantantes de la Época Dorada del Cine Mexicano](https://lacronicadehoy-lacronicadehoy-prod.web.arc-cdn.net/resizer/v2/QK2GS4RCKJJQ64AMH7UB73GAAM.jpg?auth=cb44b5182727eb8f3f4fc17b84a2bc0b4bdf593c5b45880b07548048fef0a6d5&width=800&height=533)
Mientras El Caballo Blanco, de José Alfredo Jiménez, se colocaba a la cabeza de las listas de éxitos en los primeros días de 1960, un trío popularísimo, Los Tres Ases, se desintegraba. Y uno de éstos, Marco Antonio Muñiz, emprendía su carrera como solista. Muy pronto el público aceptó el cambio, y Muñiz se convirtió en uno de los consentidos del inicio de aquella década, a grado tal que el presidente López Mateos lo invitó a amenizar la recepción a la reina Juliana de Holanda, que visitaba nuestro país.
Uno tras otro se sucedieron los éxitos del cantante, que se traducían en las ventas de sus discos. Las canciones que contenían fueron compuestas por algunos de los letristas consagrados, que habían provisto de material a los desaparecidos Ases, pero en el álbum Cierra los ojos… sueña conmigo, parecieron las composiciones de un joven músico yucateco, cuyo trabajo iba a volverse indispensable en las preferencias de los románticos: Armando Manzanero, que, además de surtir de melodías a algunas de las voces importantes de la década, se haría escuchar a sí mismo con piezas como Esta tarde
vi llover.
La canción ranchera y los ritmos “nacionales” seguían dando la pelea, y por eso, además de los triunfos de José Alfredo Jiménez, aparecieron dos personajes en la vida musical del país que dejaron huella: uno de ellos era Javier Solís, que muy pronto se convirtió en ídolo popular. Diferente a Pedro Infante y a Jorge Negrete, Solís, del barrio de Tacubaya —donde en sus orígenes humildes tuvo los más variados oficios—, logró grandes éxitos cantando boleros rancheros y dándole su toque particular a canciones como Sombras, En mi viejo San Juan o Vendaval sin rumbo, y también llegó a cantar piezas de Agustín Lara y Luis Arcaraz.
Por esos primeros años de la década, también empezó a sonar otro nombre, el del actor neoleonés Eulalio González, El Piporro, que había obtenido su sobrenombre de una radionovela cincuentera, Ahí viene Martín Corona, en la que alternaba con Pedro Infante. Al ritmo de El Taconazo, se abrió paso en los gustos musicales del Altiplano mexicano, y así el género norteño empezó a colocarse en los gustos de la gente en todo el país. Apodado El rey del taconazo, tuvo éxitos como El ojo de vidrio, Rosita Alvírez y El terror de la frontera. Al Piporro le siguieron otros norteños, como el coahuilense Cornelio Reyna y Ramón Ayala.
Los Sinners, los Camisas Negras, Los Ovnis, los Sonámbulos y muchos más fueron los protagonistas de ese arranque rocanrolero. Sí, era una música que llamaba la atención de los muchachos clasemedieros de todo el país.
Grupos de rock proliferaron por todo el país; desde los TJ´s, de Tijuana, y los Ángeles Azules, de Ciudad Juárez, hasta los Silver Rockets de Orizaba y los Rolly Kings, de Cuernavaca. Los Teen Tops, los primeros que triunfarían más allá de las fronteras mexicanas, vendiendo discos en Colombia, Venezuela, Argentina y España. Se anotaron éxitos importantes como Confidente de Secundaria. La canción más exitosa de 1960, en materia de rock, era de ellos: La Plaga, una afortunadísima versión de Good Golly Miss Molly, de Little Richard. Los grupos de rock mexicanos dominaron toda la década: Los Hooligans, los Hermanos Carrión, Los Loud Jets, los Yaki y Los Sleepers fueron nombres que sonaron, y mucho, a lo largo de toda la década.
Las mujeres también entraron en la competencia: Eugenia Rubio, que originalmente cantaba boleros, entró a la nueva ola con Mi banco de escuela y El túnel del amor. Leda Moreno, que cantaba con un curioso falsete tirolés, se hizo famosa. Después de haber sido la vocalista de los Spitfires, Julia Isabel de Llano, abreviado su nombre en Julissa, se anotaría buenos éxitos con La favorita del profesor, Nostalgia y Mi rebeldito.
Muchas otras voces femeninas llenaron el mundo musical de los jóvenes mexicanos: Mayte Gaos cantaba El gran Tomás y Mi novio esquimal, Queta Garay contaba una historia de amores contrariados en Las caricaturas. Vianey Valdez aportaba, con Muévanse todos, la versión en español de Twist and shout, y Pily Gaos sonaba con Aburrida y sola.
Naturalmente, surgieron los ídolos musicales de la nueva generación: Angélica María, que se volvió estrella en 1961, con Eddy, Eddy, cover de Steady Edy, que cantaba Dodie Stevens. La letra de la versión mexicana era, nada menos que de Armando Manzanero. Con Paso a pasito, de 1963. Ángélica María se ganó el apodo de La novia de la juventud, y otras de sus canciones, Johny el enojón, también se convertirían en grandes éxitos.
De los grupos de rock salieron los jóvenes cantantes que se hicieron estrellas al seguir en este ritmo como solistas: Enrique Guzmán dejó a los Teen Tops, y al son de Gotas de lluvia, Tu cabeza en mi hombro y Cien kilos de barro, se volvió uno de los galanes preferidos, requeridos por el cine y la televisión. César Costa dejó a los Camisas Negras, y con Mi pueblo —cover de la versión original de Paul Anka— alcanzó el estrellato, arropado en sus característicos suéteres tejidos. Manolo Muñoz abandonó a los Gibson Boys, y con sus versiones de Speedy González y Ay, preciosa (Pretty Woman), además de Pera madura, también se colocó en el gusto de los mexicanos jóvenes, que se convirtieron en el público de las numerosas películas que todos estos cantantes de la nueva ola protagonizaron.
La colección de jóvenes cantantes se completó con un sonorense que, desde el principio navegó solo en el mar de la música moderna. Alberto Vázquez, que con El pecador y Olvídalo, también se ganó un lugar estelar. Muchos otros, como Fabricio y Óscar Madrigal, fueron la compañía musical de la vida de los mexicanos, que en ese primer lustro se movía a ritmo de twist.
Era inevitable que la televisión acusara recibo de la incontenible ola musical. Así nació un programa que daría espacio a todas estas figuras: Rock 7.30, que salió al aire en 1961. Duró poco a causa del alboroto que armaba el público asistente, a las puertas de Televicentro. Con mucho sentido común, los hombres de la televisión mexicana entendieron que no podían mantenerse al margen de la vida y de las preferencias del público, y a fines de ese mismo año llegaba a las pantallas mexicanas el que sería el gran programa musical de la década: Premier Orfeón (con el nombre del sello discográfico patrocinador), que, después de 1965 se convertiría en Orfeón A Go-Go.
Esa expresión ya hablaba de otro mundo: de la revolución musical que empezaba y que, en la segunda mitad de la década le iba a cambiar la vida a todos, dentro y fuera del país.
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